Andrés Cisnegro de la Cruz, nació en la Ciudad de México en marzo de 1979. Es poeta y ensayista. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM y Comunicación Social en la UAM. Trabajó en la redacción de los periódicos El Universal y El Independiente. Recientemente fue realizada por artepoética press, en Nueva York, la edición bilingüe de Llegada del Malnacido, con traducción de Christopher Perkins.
– ¿Cuáles fueron tus primeros pasos dentro de la literatura?
De frente a una sociedad que estaba cargada de odio, frustración y la necesidad de un movimiento de liberación (más allá de la teología o la filosofía). Mis primeros pasos fueron en los noventa, cuando surge el EZLN, la editorial Al Este del Paraíso. Caminé desde un periodismo que buscaba indagar en la profundidad de la crisis que se vivía en México: entre ese lodazal, la poesía fue un arma y a la vez una herramienta fundamental para resistir ante el absurdo de una horda de políticos y sus ovejas cuyo único credo es el abuso de poder.
– ¿Cómo te gusta definirte? ¿Quién eres?
No me gusta definirme (risas). Si dijera soy algo, sería un umbral. Eso que muta en lo profundo del silencio y sigue sus preguntas, que son sombras, aves, rostros, ramas. La brisa me dice en secreto quién soy y por un instante se lleva mi cara el polvo. El dolor que me atraviesa y al salir es un arcoíris. En mi la vida trasmuta, transmigra a otros mundos, que no por imaginados, son menos reales, cuando los amaso entre las manos.
– ¿Crees que haya elitismo en la literatura mexicana en general?
En gran medida la literatura tiende a serlo, naturalmente, aunque tal vez no la poesía. Pero vivimos en un gremio donde la poesía mayormente está literaturizada. Se ha olvidado la consciencia del poeta como un ser que vincula el cielo con la tierra (el lenguaje de las estrellas con el del río) como lo estudió William Blake o Ramón Martínez Ocaranza, Carlos Montemayor, Aurora Reyes, Laura Méndez u Olga Arias. Hay una cúpula de literatos que se pelean los curules del poder político para determinar qué es y qué no es literatura, o peor aún, poesía. Se debaten quién definirá eso, porque en ello ven la salvaguarda de su propio interés, sea político o familiar. Lo aceptablemente poético para quien no ve más allá de ese aparente canon, será lo que dicten dichas esferas y sus respectivas lógicas de vinculación. Es decir, ese elitismo está en quien lo profesa, sea desde el curul, o desde el que aspira a tal. Hacer literatura es ser un buen redactor, formidable incluso, tener una gran capacidad de expresión y observación. Sin embargo, la poesía, es una purpúrea lucha contra el lenguaje, es un ejercicio que se vive en carne propia, letra a letra. La poesía es una guerra del espíritu, y el espíritu es el orden de la materia.
De sus libros recientes, en Nicaragua apareció Zarrpastra, mapa de obra (400 elefantes, 2020); en Chile, La perra láctea (Cinosargo, 2021) y Fabla errante (Mano Falsa, 2022), en Perú. Su más reciente libro es Nivola del bien adverso (Ícaro Ediciones, 2023).
– ¿De qué manera crees que los poetas debemos participar en la vida política del país?
Con el ejemplo, con la práctica de una lengua que hable otras lenguas más cercanas a lo que queremos ser. Desde un ejercicio autogestionario, porque el pensamiento si no es autónomo, deberá demasiados favores. Y si uno asume tomar dinero del pueblo para ejercer su oficio, aún más es el compromiso de ejercer una crítica veraz contra el sistema que administra esa fuerza, porque la crítica es el mejor regalo que se le puede dar a una causa, cuando se quiere ésta realmente evolucione. Y hablo de crítica, no palabrería. La ética, poética es el valor esencial para que la voz del poeta adquiera un peso político. Pero más aún, un valor por su crítica social y evidente revelación.
– ¿A dónde crees que va la literatura universal con todas estas apps de inteligencia artificial que supuestamente pueden escribir hasta una novela?
No hacen falta máquinas parlantes o amanuenses para hacer literatura vacía. Ornamentos sobran. Bien se sabe que las sociedades cuando llegan a este nivel de reproductividad (Walter Benjamin dixit) tienden a volver la aspiración sello de cualquier copia. Todo es un ansia por “tener” y eso suena muy claramente a capitalismo, sin que esto sea malo, sino llanamente un modo de competencia y necesidad de consumir-se. La literatura universal es una app que le da al cliente lo que quiere. Cuando la poesía encontró su camino renunció a la realeza.
– ¿Corre peligro el libro impreso bajo la inmediatez de los libros digitales?
El libro es un invento que no deja de descubrirse. Es un plano sobre el que se pueden trazar dimensiones. En él se puede cifrar cualquier programa ejecutable para manejar un ordenador, sin embargo, ningún ordenador puede ejecutar un libro si no es gracias a ese lenguaje. Cómo podría una ilusión sin cuerpo derrumbar un monolito. La virtualidad nos adentra en las posibilidades del pensamiento, pero un libro nos adentra en la plasticidad del espacio-tiempo. El libro tangible es un árbol; el virtual, un dibujo del árbol. El único peligro es quedar atrapado en la ilusión de que estamos en un bosque.
– ¿A qué poetas contemporáneos lees?
Por contemporáneos pensaré a los vivos, aunque hay poetas muertos que siento más contemporáneos, y, por ende, más vivos. He tenido la fortuna de conocer de cerca a poetas que marcaron en mí no sólo un modo de escribir, sino desde la vida misma, una forma de leer. He hablado de la Generación del 28, que así la llamé no sólo por ser autores nacidos en 1928, sino que es un año posterior a la generación española del 27, pero en otro marco histórico, netamente mexicano. Raúl Renán, Gonzalo Martré, Enriqueta Ochoa, Carlos Fuentes, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Luisa Josefina Hernández, Jorge Ibargüengoitia, Enrique González Rojo Arthur y Norma Bazúa. Estos diez enfrentaron a la par de sus años vividos, la revolución institucionalizada, hasta llegar este periodo de transicionismo. Y en particular los últimos treinta años, 1988-2018, donde se conformaron las últimas batallas entre los patriarcas del siglo XX y la ola revolucionaria de la poesía escrita por mujeres, que marca una reforma ética y filosófica necesaria para replantear otro tipo de sociedad.
Concha Michel, Margarita Paz Paredes, Elena Garro, Pita Amor, son íconos que ahora pesan más. Al igual que José Revueltas, Carmen de la Fuente o Josué Mirlo. Max Rojas y Roberto López Moreno se han vuelto indispensables para las nuevas generaciones. La poesía en lenguas originarias es crucial, Hubert Matiúwàa, Martín Tonalmeyotl, Celerina Sánchez, Alejandra Lucas Juárez, Irma Pineda, Ruperta Bautista, sólo por decir poquitos.
Algunos poetas que disfruto leer son Rubén Medina, Ángel Carlos Sánchez, Víctor Hugo Díaz, Hortensia Carrasco Santos, Marta Leonor González, Antonio Leal, Mirna Valdés Viveros, Gloria Gómez Guzmán, Reneé Acosta. Uylder Torrez, Mario Cruz, Arturo Terán. Eduardo Mosches y José Ángel Leyva, hacen una formidable mancuerna que direcciona hacia rumbos muy amplios de poetas latinoamericanos y del exilio. Están Orlando Guillén, Raúl Gómez Jattin, Joaquín Vázquez Aguilar, Gioconda Belli, Marosa Di Giorgio. Raúl Garduño, Juan Carvajal. Podría seguir, pero es demasiado, nunca acabaríamos.
Poner nombres es complejo, porque esto sólo es una punta de la cresta de la cantidad de poetas que están dando la batalla. De los poetas de los 60, pueden buscar el Atlas inverso de poesía donde reúno a 36 autores de esa década, aunque pienso en al menos diez que agregaría en un segundo tomo. Siento que en la generación nacida entre 1990 y 2003, aproximadamente, se escribe con una frescura que me seduce. Tal vez por la cantidad de información a la que se tiene acceso hoy, sus poemas me parecen tan informados, y a la vez, con cierta sabiduría que tratan de tomar (regularmente de manera pretenciosa) de sus antecesores, como que sí llenan el ojo. Esa pretensión es un buen móvil, pero cuando se deja de pretender, desaparece lo literario, para dar lugar a lo poético. La generación de los ochenta me cautivó con su dolor, su lenguaje oscuro y a la vez, una rebeldía interactiva. No agrego nombres, pero he editado una buena cantidad de libros (varias óperas primas) y entre ellos seguramente hallarán muchos autores que hablan de mi criterio.
– Enfermedades mentales y literatura, ¿consideras que, de alguna manera muy somera, sutil o distraída, quienes escriben padecen alguna enfermedad mental no detectada o diagnosticada?
Si los daimons son inteligencias que sobreviven a la materia y buscan dar orden al cuerpo que los adopta, la guerra con el lenguaje que implica la poesía, es de algún modo, también una lucha contra esos trastornos que nos alejan de nuestra libertad de existir, elegir y crear. Un ser que vive bajo la esclavitud de una neurosis o ha sido desplazado de su memoria para ser tomado por un personaje absoluto, lo demencial se vuelve un espacio monstruoso no sólo ante el desconocimiento de los seres amados, sino para todo lo que se somete irremediablemente ante el miedo. La poesía en especial es un campo de resistencia contra el sometimiento. Sea ante una enfermedad o ante el abuso de poder de cualquier personaje cotidiano. No en vano los poetas son el bastión ante cualquier peste.
– ¿Crees que los premios literarios en México están manipulados?
No podemos generalizar, hay muchos premios. Definitivamente hubo un tiempo en que el Aguascalientes era más un descrédito que un crédito. Pero cambian los tiempos, las camarillas, las tendencias. Nada es absoluto. Jugar es asumir las reglas del juego. Qué buscamos detrás de un premio, es ahí donde está de fondo la pregunta. Cada concurso al determinar su manera, su tema, sus jurados, conlleva ya una manipulación, una conducción hacia el reconocimiento de cierto ejercicio escritural, que plantea también una postura vital. No se puede pecar de inocente. Ya se sabe que más enseña el errar y que el gran arte no radica en llegar primero.
– ¿Qué planes tienes a futuro?
Rodar y rodar.
Su poesía ha sido traducida al náhuatl, francés, inglés, árabe y portugués. Actualmente es operador del proyecto múltiple Cisnegro. Lectores de alto riesgo, coordinador de la revista Blanco Móvil y cátodo dístico en la revista La Piraña.