José Agustín Monsreal Interián, nació en Mérida, Yucatán; un 25 de septiembre del año 1941. Ha publicado en la Biblioteca Monsreal (Laberinto Ediciones), La banda de los enanos calvos (2008), Diccionario al desnudo no ilustrado (2009), Desde el vientre de la ballena (2010), Los ángeles enfermos (2011), Amores de nunca acabar (2014), y La mujer de tu prójimo (2020).
– ¿Cómo te hiciste el escritor que eres?
A base de estar de errabundo y fracasando en otros oficios; porque intenté varias formas de ganarme la vida, impulsado mucho por aquello que se decía en las familias de clase media baja, que lo importante era tener fama, dinero y mujeres, eso era lo que había que conseguir…
– Mujeres como si fueran objetos… (risas)…
Sí, sí, bueno, este… actualmente ya se abrió un poquito eso y para las mujeres también es fama, hombres y dinero (risas)… Pero bueno, el caso es que andaba del tingo al tango y por fin di con la literatura…
– ¿A qué edad diste con la literatura?
Como a los 25, 26 años.
– O sea que lo tuyo no fue desde niño, no creciste escribiendo…
No, no, yo estudié hasta sexto año de primaria y de ahí, a andar buscando.
– ¿En qué barrio vivías?
Vivía en la colonia 20 de Noviembre, por Lecumberri. Y mis primeras chambas fueron, por ejemplo, de velador. Y un día, de pura chiripa, no se me olvida, tomé un camión, iba yo a cruzar la ciudad porque iba a Polanco; el camión era un Juárez-Loreto, que pasó por donde hacen confluencia Pánuco y Sullivan, y había una marquesina que decía: “Se dan clases de Danza, Teatro, Recitación…”, y entré. Me quedé en Teatro y en Declamación. A la semana ya estaba yo participando en una obrita y empecé a enrolarme en eso y al cabo de un año de estar haciendo teatro popular, asistencial y social; se puso interesante el asunto. Empezamos a ir a las cárceles, a los leprosarios, al manicomio, a La Castañeda, a dar algunas funciones. Al año de estar en eso, el director de la Casa de la Cultura, Javier Rojas, nos becó a dos alumnos distinguidos, a Alejandro Aura y a mí.
– Alejandro Aura estaba haciendo sus pininos también. ¿Son de la edad?
También; arrancamos juntos. No, él era un poco más chico, yo soy contemporáneo de sus hermanas, con ellas me llevé toda la vida, con Marta y con María Elena. Eran cuatro hermanos, Sergio, Alejandro, María Elena y Marta, y ya nada más queda María Elena; porque Marta y Sergio acaban de morir. Bueno, el caso es que nos becaron en la escuela de Bellas Artes. Y ahí por primera vez supe lo que era realmente leer, porque me topé, entre los que eran maestros y que resultaron después mis cuates, a Sergio Magaña y Emilio Carballido. Entonces comencé a leer tragedia griega y eso para mí fue la gran explosión. Y no me acuerdo quién me dijo: “Lee a los autores en tu idioma, todavía no te metas con los extranjeros porque las traducciones son malas”. Entonces se me empezó a alborotar la fiebre por dentro y comencé a escribir cosas.
– ¿Qué cosas escribías al principio?
Cosas. Versos para las muchachas, por ejemplo.
– Poesía.
Poemas. Hasta la fecha no me atrevo a decir que hago poesía.
– No estuviste en Lecumberri, ¿verdad?
No, no llegué; a los separos sí. Porque estábamos imprimiendo volantes en mimeógrafo para apoyar el movimiento del 68 y nos agarraron los soldados.
– ¿Conociste a José Agustín en esa época?
No, ellos andaban en otro rollo. Cuando yo llegué a la literatura, José Agustín, Avilés Fabila, Sainz, y todos ellos ya tenían tres libros publicados, cuando menos, y yo estaba haciendo mis pininos. Y un día vi un anuncio de la revista Punto de Partida que anunciaba los concursos de la revista: Varia invención, que es la minificción de después; varia invención del término copiado de Arreola; poesía, cuento, ensayo y viñetas, algo así. Entonces dije: “Esto que vaya para cuento, esto para varia invención, esto que vaya para poesía”; le entré a todo y en todo gané.
– No sabías que eras bueno hasta que le entraste al concurso…
Y aun así, no sabía que era bueno (risas)… pero sí me sirvió porque supe que había talleres literarios y entré a los talleres. El primero con Julieta Campos y después con Tito Monterroso. Ahí publiqué mis primeros cuentos en un volumen que se llamó 22 cuentos, 4 autores; y en Punto de Partida.
– Por ahí te fuiste encaminando…
Por ahí me fui encaminando, y seguía yo haciendo teatro. La toma de decisión se presentó cuando, la noche que estrenábamos Romero y Julieta, ahí en el teatro que estaba por avenida Chapultepec, donde están los arcos, un teatro de la universidad; esa tarde que estrenábamos, me llegó un telegrama del Centro Mexicano de Escritores que me anunciaba que me habían dado la beca.
– ¿Qué edad tenías?
Si fue en 1971, 30 años.
– Estabas joven.
Pues sí, joven, pero para la literatura ya era un viejo. Yo llegué viejo. Suelo llegar tarde a todas partes (risas)… en la vida. Y entonces estrenamos, yo hacía a Mercucio, y los críticos me pusieron en la terna para la revelación del año. ¿Beca en el Centro Mexicano de Escritores o seguir como actor?; ¿qué hacía? Ahí fue la gran decisión de mi vida. Y me fui por la literatura; cuando el teatro ya me daba para vivir, incluso.
– Tal vez ahorita serías un actor reconocido, tal vez hasta de Hollywood…
O uno de tantos mediocres haciendo comerciales, ve tú a saber…
Es Premio Nacional Literario de la Juventud, Cuento, INJM, 1971; Premio Nacional de Poesía, Aguascalientes, Finalista, 1978; Premio Nacional de Cuento, San Luis Potosí, 1978; Certamen Nacional de Periodismo, Mención Honorífica, 1982; Premio Antonio Mediz Bolio, Cuento, Mérida, Yucatán, 1987. En 2018 se le otorgó el Premio Iberoamericano de Minificción “Juan José Arreola”.
– De los escritores de tu generación, ¿a quiénes lees y a quiénes consideras los más importantes?
Están los poetas, principalmente Oscar Oliva, Labastida, que son de los que todavía están produciendo, y de ahí me tengo que ir un poco más abajo, escritores que son algunos años menores que yo, de edad, nada más: Hernán Lara Zavala, Ignacio Solares, Mónica Lavín, Enrique Serna, Rosa Beltrán, que son gente con la que convivo literariamente. Y me voy a la siguiente generación, donde está Eduardo Antonio Parra, Ramón Ruy Sánchez, Federico Traeger; esa generación que me parece que es buena, que ya está consolidada.
– ¿Y de los más jóvenes?
Está, por ejemplo, Sauceverde, que es de los pocos que me interesan. Y algunas veces por los concursos me pongo más o menos al día.
– ¿Y qué te parece lo que se está escribiendo ahora en México, los escritores contemporáneos?
Creo que traen demasiada prisa y que están publicando por publicar, porque lo que les gana no es querer ser escritores, sino ser famosos; entonces ahí tenemos serias dificultades, porque ya no quieren aprender el oficio como tal; una cosa es traer el destino de escritor, ya eres porque te tocó, y otra cosa son estos chavos que dicen: “no, para qué aprendo el oficio, para eso están los correctores de estilo, mis ideas es lo importante”. Y ahora con estas nuevas editoriales que te cobran, y te dicen: “¿quieres ser escritor?, preséntanos tu manuscrito, nosotros te lo corregimos, te lo publicamos… y órale…”
– Y se están publicando libros vacíos, que no valen la pena, muchos…
Pero muchos, muchísimos… entonces siento que es un mal de la época, que ojalá se corrija o que encuentre su rumbo, que encuentre cuál es realmente la importancia de eso. Y bueno, yo lo que tuve fueron excelentes maestros o tutores, hombres con quienes tuve cercanía y que fueron realmente importantes para mí: Rulfo, Edmundo Valadez, Tito Monterroso… con ellos fue con quienes tuve cercanía como escritores, y escritores que además me llevaban veinte años de edad. Y una cosa que me ha pasado, y no sé si yo lo he procurado o simplemente ha sucedido, esta cuestión de haber estudiado nada más hasta sexto de primaria y la cantidad de publicaciones que tengo en las universidades; me gusta mucho ir a las universidades, a dar cursos o a dar talleres o publicar en las revistas.
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“La obra de Agustín Monsreal atrapa de principio a fin y el lector queda con la clara sensación de encontrarse, sencillamente, ante un gran cuentista. Así, sin reparos, un gran cuentista, un cuentista cabal, con personalidad propia, con oficio singular y con soberbia imaginación lingüística.”
Edmundo Valadés
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– Una pregunta un poco más personal: a Agustín Monsreal, ¿qué es lo que lo hace sentir más humano?
Las pasiones. Creo que, si hay algo que lo mantiene a uno vital en la vida, con un proyecto, con un interés, con un propósito en la vida, tiene que ser una pasión. Si no tienes una pasión, por lo que sea, en el campo que tú quieras, como ser humano…
– ¿Hay algún tipo de pasión en particular que te llame más la atención?
Me interesa sobremanera, en estas observaciones que hacía yo desde chiquito, las relaciones de poder que se dan en los ámbitos de pareja; pareja no únicamente sentimental, sino una pareja de amigos, padre e hijo, hermanos, en fin, ¿no?, lo que sea una relación de dos. No sé por qué extraño motivo (a veces sí sé), se da la cuestión del poder.
– Siempre tiene que ser alguno el que gobierna…
El que tiene el poder. Y eso me atrae mucho. Incluso en esta época en la que las personas, hombres, mujeres y quimeras, están prefiriendo tener mascotas que tener una relación de amistad o de pareja. Mis hijos, todos mis hijos son “mascoteros”. Ahí incluida Victoria, ella tenía sus cuidadores. Me llama mucho esta cuestión de ver qué es lo que pasa; entonces voy a mi origen: falta pasión.
– ¿Cómo?
Falta pasión para poder establecer realmente una relación, de cualquier tipo, en el ámbito que tú quieras.
– Pero, ¿no es peligrosa la pasión en cualquier tipo de relación?
Es preferible perderse en la pasión, que perder la pasión, ¿sí?
– Sí.
Claro. Cernuda decía: “Los extremos me tocan”. Yo digo: bueno, en mí, los extremos conviven permanentemente, y están en combate, están en duelo.
– ¿Cuál es tu pasión en este momento de tu vida?
En este momento de mi vida, después del susto, sobrevivir. Ahorita es la lucha por mantenerme vivo en todos sentidos; pero no estar de sobreviviente, ni quejarme, ni decir: bueno, pero estoy vivo; no, ¡ni madres!, estar vivo es estar trabajando, creando, estar en lo mío, seguir aprendiendo. Estoy con ciertas huevonerías, pero estoy aprendiendo a tocar guitarra, para poder cantar. Tengo canciones por ahí grabadas en Youtube, ahí ando metido. Me pongo incluso: “aprendiz de cantor”, porque canto de la chingada, pero es algo que me interesa aprender; intentando nuevas formas dentro del terreno literario en el que me muevo. En fin, la pasión es esa, no dejar de experimentar, de sentir que estoy realmente haciendo algo con mi vida.
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“Envidio en Agustín Monsreal la cantidad de “mundo” que posee, su familiaridad con los grandes textos de los grandes autores. Ah, y su ironía.”
Rosario Castellanos
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– Hablando de cosas nuevas, no sé si conozcas o estés bien enterado de estas nuevas aplicaciones de inteligencia artificial, ¿qué tan válido te parece a ti que las utilicen los escritores?
Sí, mira, es una herramienta válida como la máquina de escribir, como la computadora, como la imprenta. Cuando llegaron estas innovaciones, se preguntaba: “¿qué va a pasar con esto?, ¿a dónde vamos a parar?” A ver, ¿quiénes fueron los primeros que escribieron sus cuentos, sus poemas, a máquina? Se están yendo con la finta tomándolo como sustituto de la propia inteligencia. Entonces, que la inteligencia artificial me resuelva el cuento; ¡aguas!, otra vez la huevonería de esta nueva generación. Yo creo que es una herramienta más. Mientras esta herramienta, lo mismo que las otras, no pueda tener una pasión, será una herramienta más. Mientras no tenga imaginación, sensibilidad. Y los incapaces se la van a tomar en serio para que les resuelva lo que no son capaces de crear. Si yo como creador me atengo a la inteligencia artificial, no es que la inteligencia artificial este mal, el que está mal soy yo.
– Sí. Si tú no puedes alimentar a esa IA para que te ayude a terminar un cuento porque no tienes talento, pues…
No te va a resolver nada, y menos en los terrenos creativos. Mientras no pueda tomar decisiones creativas, es una herramienta más; ¡y bienvenida!, ya veremos qué tanto ayuda y qué tanto daña. Por lo demás, no me hace ruido, es más, me parece muy simpático (risas)… No es lo mismo necesitar que querer. Una persona puede necesitar a otra, pero no necesariamente amarla; y eso, la inteligencia artificial, no sé si sea capaz de darse cuenta de esas sutilezas.
– ¿Existe la crítica literaria en México?, y si existe, ¿por qué es importante que exista?
Lo mismo que la becas, lo mismo que los concursos, necesitamos quien nos confronte, pero necesitamos que sea gente estudiosa.
– ¿Pero existe?
Sí.
– Aparte de Evodio, ¿quién más…?
Bueno, bueno, ya no tenemos a los maestros como fue Carballo, maestro de Evodio, y de prácticamente todos los que le siguieron. Estaba Jaime Erasto Cortés… había gente muy importante en la crítica. Pero lo mismo que pasa con los escritores, pasa con los críticos: cuántos arrancan, cuántos se decepcionan, cuántos empiezan a irse con el canto del cisne del dinero, de que las editoriales les paguen para que hablen bien de sus libros. En fin.
– Entonces no existe una crítica real, honesta.
Pocos, por ahí. Si te das cuenta, muchas veces la crítica la hacen los propios autores.
– ¿La literatura es un don o es un trabajo?
Yo creo que tienes el don para el trabajo; trabajar en eso que te apasiona; pero si eso que te apasiona lo vas a dejar porque tienes que ir al coctel, porque tienes que ir a la presentación de fulanito o es el cumpleaños de… ¿Y dónde vas dejando tu esencia, donde vas dejando tu pasión? El oficio de vivir te va indicando por dónde. No creo en determinadas palabras que llevan a determinadas acciones, como el sacrificio. Jamás he considerado que me he sacrificado para ser escritor. He dejado cosas importantes por serlo, he dejado cosas, pero en realidad, si las pude dejar es porque no eran importantes.
– Estas aquí, estás bien…
Por eso considero que es un destino; para mí la literatura no es un oficio, no es una profesión, no es un negocio: es un destino, y lo cumples o no, y punto.
– ¿Cómo es un día ordinario en tu vida?
No tengo ninguna disciplina más que cuando lo estoy haciendo. No tengo una hora de acostarme, porque me puede agarrar un libro, por ejemplo, y me puedo estar hasta las cinco, seis de la mañana leyendo hasta que ya no aguanto más y me voy a acostar, y naturalmente al día siguiente me levanto tarde… y a agarrar otra vez el libro (risas)…
– No tienes hora para comer, no tienes hora para nada…
No, no tengo hora. Entonces, esa es una ventaja de cuando vives en soledad; como no tienes que acomodarte a los horarios o a los compromisos, o al mero hecho de estar con otra persona, que merece un respeto y un rasgo de solidaridad, de compañía y demás, ahí cambian mucho las circunstancias.
Terminamos la charla en conocido restaurante del centro de la Ciudad de México y nos despedimos frente a la Alameda; yo a ver a mis amigos, él rumbo a la casa de sus hijas.
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“Agustín Monsreal pertenece a la familia más distinguida de nuestros grandes cuentistas. El humorismo depurado, la poesía, la psicología profunda, el personalísimo manejo del idioma conceden a Monsreal el título de El cuentista más extraño de su generación.”
Emmanuel Carballo
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