Sospechábamos que La Kalimana era luchadora profesional. Su colosal figura ceñida en un kimono estilo japonés, patrón floral en tela suave como satén y un diseño de estilo envuelto, cómodo para sus habituales ocupaciones como profesora del taller de cocina de la secundaria diurna, era un enigma por descifrar para nosotras.
La primera ocasión que la escudriñamos en el estacionamiento de la escuela especulamos una fiesta temática previa al Mundial de Futbol de aquel año; la imaginamos sobre un escenario del teatro Kabuki que ya cautivaba al público mexicano por su vestuario lujoso y su maquillaje; tramamos su participación en el Carnaval de Primavera de La Villa Martín Carrera. Comenzábamos tercer grado y habíamos sido asignadas al taller de cocina, dos días a la semana, de cuatro horas cada uno. Turbación de nuestras almas sobrevino al ver a La Kalimana cocinando una tradicional jalea de fruta en la clase inaugural del ciclo escolar.
Era difícil para nuestra mirada adolescente armonizar las tareas principales del taller de cocina con el aire ceremonial de la profesora y los intrincados patrones florales en tela suave de su yukata con mangas de kimono tradicionales, adornado con un amplio cinturón OBI, cuyo arco en la parte posterior encapsulaba el encanto cultural de Kioto. Su tarea era enseñarnos las habilidades básicas de la cocina: cortar verduras, cocinar diferentes tipos de carnes, preparar salsas, hacer panes y postres, y fundamentalmente, evaluar la limpieza y el orden en la cocina.
La Kalimana, bautizada así por Zozaya, el único varón en el taller de cocina, usaba un imponente turbante blanco rematado con una discreta esmeralda. Debajo, sus ojos azules nos hacían pensar en poderes mentales, como el hipnotismo, la telepatía y el viaje astral, características del mítico Kalimán, príncipe indio, séptimo hombre de la dinastía de la diosa Kali, proveniente de una civilización subterránea, el Reino de Agartha, y cuyas aventuras disfrutábamos en la emisión vespertina radial de RCN.
Además del conocimiento de los ingredientes locales de la gastronomía mexicana, como el maíz, los frijoles, las verduras y las frutas, con La Kalimana aprendimos a cocinar una variedad de platos básicos, “centrados en la enseñanza de las habilidades culinarias y el conocimiento de ingredientes y técnicas de cocina”, anotamos el primer día del taller. Enchiladas, chilaquiles, chiles rellenos, pozole, tamales y quesadillas, fueron fundamentales, martes y jueves, en nuestra dieta. La cochinita pibil y el mole, especialidades del sur del país, además de la carne asada y el chile con carne, del norte, deleitaron nuestro paladar de manos de la enigmática y descomunal profesora, mezcla de personajes como el Tarzán de Edgar Rice Burroughs, el mitológico Hércules, y por su origen, del Mowgli de Rudyard Kipling.
Zozaya era incisivo. No quitaba el dedo del renglón. El conjunto de yukata de más de 150 centímetros de longitud escondía alevosamente la figura de una gladiadora extranjera, afirmaba. Calculábamos en más de 100 centímetros la circunferencia del pecho y unos hombros masculinos de casi medio metro cada uno. Su cintura también era amplia y tosca. Con las mangas extendidas -de casi un metro cada una-, la profesora nos dejaba ver, en su total magnitud, una mantarraya forzuda de casi tres metros.
Zozaya entendía de lucha libre. Había documentado la historia de los primeros gladiadores exóticos en México. Le seducía particularmente el texano Gardenia Davis quien enfurecía a los caballeros por sus delicados modos y extravagantes movimientos dentro del ring. Soñaba con regalar flores a las damas de las primeras filas, como Gardenia, decía, y tener un “valet” que lo peinara y acicalara y perfumara y pusiera más guapo, entre caída y caída, cuando fuera el exótico más vitoreado de México y habría acabado con el patriarcado y el machismo imperantes en el medio luchístico.
Zozaya había sido seleccionado en el taller de mecánica automotriz de la secundaria, y junto con su madre, movió cielo, tierra y mar para el cambio. Quería ser luchador exótico no por preferencia sexual, matizaba, sino por la elegancia que además le había aprendido a Bello Greco, quien en los años sesenta causó revuelo. Como él, Zozaya se casaría, tendría hijos y les enseñaría a luchar. Y también formaría un tridente, fucsia, como sucedió con Adorable Rubí y Sergio El Hermoso, compañeros de Bello Greco, quienes dieron vida a la Ola Lila. Años después, Zozaya compartiría cartelera en Tijuana y otras ciudades fronterizas, con Casandro, Polvo de Estrellas y May Flowers.
Zozaya era incisivo, como dije. Y se ganó los favores y los vítores de La Kalimana cuando a la hora de las evaluaciones de los platillos, sobresalía. La cocina del estado de Hidalgo hermanó los secretos y la sazón de maestra y alumno. El mole verde y sus particulares ingredientes, lechuga, tomate, chile verde, cilantro, sazonados con comino, ajonjolí y caldo de pollo, coronó esa fascinación que redundaría en la revelación del secreto mejor guardado de La Kalimana. Los pastes, los mixiotes, el zacahuil (tamales grandes) y los escamoles (huevos de hormiga), también allanaron la geografía paterna de ambos.
Zozaya era originario de Actopan; La Kalimana había nacido en Pachuca y era hija de Douglas Henderson, luchador texano, llegado a México en los años setenta, también conocido por su profesión de torero. Hay gente que recuerda sus batallas contra Charro Trejo y El Loco Hernández, en la añeja Arena Afición de Pachuca, asentada en la entrañable calle de Abasolo, decía Zozaya, una vez hubo documentado la revelación. En la Afición debutaría La Kalimana Henderson gracias al mejor promotor del siglo pasado, don Francisco J. Flores, quien tuvo el valor para declarar la guerra de independencia a la Empresa Mexicana de Lucha Libre, con tan solo un puñado de valientes atletas. La Arena Puebla, la Arena Afición y la Arena Libertad de Tulancingo, la Arena Querétaro, la Arena San Juan y la Azteca Budokan en Nezahualcóyotl, fueron testigos de su carrera de más de veinte años. “No soy una luchadora hecha al vapor. Nunca la tuve fácil”. La Kalimana le hablaba a Zozaya del esfuerzo y sacrificio que representó labrar su camino sobre el ring.
La Kalimana aprendió los secretos de la lucha libre con gladiadores venidos de otras latitudes, al lado de su padre, como Pay Barret, Bellomo Salvatore, a quien aquí bautizaron como Adonis Romano, el coreano Pack Choo y el estupendo Tigre Colombiano, que perdió la máscara ante Aníbal, revelando rostro y nombre del más grande maestro sudamericano de los cuadriláteros, Bill Martínez. La Kalimana, le confesó a Zozaya, habría estado enamorada de Dorrel Dixon, el luchador de color que alguna vez alcanzó el título de Mr. Jamaica. Se hablaba de tú con Fabuloso Blondy, el rubio originario de Georgia, con King Haku, un gigante procedente de la Isla de Tonga y con el britanicoestadounidense Norman Smiley, “Black Magic”. Había tenido una hija con un extraordinario gladiador mexiquense, cerrajero, locutor y estrella del celuloide y cuya voz icónica marcó una etapa de oro en la televisión mexicana.
El día de la clausura de cursos, La Kalimana Henderson nos agasajó con molotes, tamales de cacahuate y tecoquitos, elaborados por ella. Una fiesta para nuestro paladar y el de nuestros padres que acompañaban esa sesión última donde se mostrarían los mejores platillos elaborados por nosotras. Los molotes son originarios de Acaxochitlán, explicó. Son comunes en mercados y tianguis del estado y se fríen y elaboran con masa de maíz y tienen una forma cónica, ligeramente alargada. Estaban rellenos de papa y frijol y fueron acompañados de salsa verde y roja, queso y crema. Los tecoquitos, tortitas de papa con yerbabuena, tenían el sabor de unos tamales de recaudo. Los había elaborado con pollo, salsa a la mexicana y xalita verde (una especie de pipián). Expuso que este platillo es originario y típico de Metzquititlán, que quiere decir “el lugar de la Luna”. También reveló el proceso de su preparación: “se muele el nixtamal en seco con un poco de sal y se le revuelve manteca de cerdo, luego, se envuelven en hojas de maíz y se cuecen en comal”. Finalmente, a manera de postre, probamos los deliciosos tamales otomíes de cacahuate; unos “trabucos largos”, bromeó, preparados con cacahuate molido, piloncillo y nixtamal.
Nunca supimos el nombre de batalla de La Kalimana. Nunca lo reveló Zozaya. La profesora estaba convencida de que cocinar debía ser obligatorio en la escuela para todos los chicos. Lustros después, cuando supimos de su jubilación docente, recordamos, reunidas en casa de Zozaya, aquel último año de secundaria. Las clases de cocina, costura y otras asignaturas de género se eliminaron y se igualó la educación para todas y todos, centrada en aspectos más técnicos e intelectuales. “Si las clases de cocina se hubieran conservado y extendido a ambos géneros, tendríamos hoy varias generaciones de hombres que no podrían esgrimir la excusa de que no saben cocinar para no ayudar en casa en las tareas y dejarlas en manos de sus mujeres”, enjuició La Kalimana la última vez que coincidió con Zozaya.
—————

Daniel Téllez (Ciudad de México, 1972). Poeta, profesor e investigador del Estridentismo y de tópicos populares vinculados a la literatura. Es Doctor en Historia del Arte, Profesor de Educación Básica y Académico de la UPN. Ha publicado nueve libros de poesía, diez antologías literarias y es coautor de más de veinte títulos de crítica literaria, narrativa y ensayo. Parte de su obra poética se encuentra en numerosas antologías y anuarios de poesía, nacionales e internacionales. Artículos y poemas suyos han sido traducidos al inglés, alemán, portugués y griego moderno. Sus libros más recientes son: Viga de equilibrio (Antología Poética 1995-2020) (2021); Tálamo bonsái (2022) y Vértices actualistas del movimiento estridentista (a más de un siglo de su irrupción) (2024). Preparó las muestras Material de Lectura 227. Roberto López Moreno. Poesía (selección y nota introductoria) (2023) y Alburemas de Roberto López Moreno (selección y prólogo) (2024). Coordinó dos títulos que pronto verán la luz: Un decir literario: la radiografía lectora (UPN) y No tan lejos. Muestra de poesía mexicana reciente para jóvenes (UNAM).