No hay forma de que podamos conocer a cabalidad el porvenir: planificamos salir de paseo, y llueve, queremos ir a visitar a nuestro padre para el fín de año, y éste muere inesperadamente. ¿Qué hacemos para estar prevenidos? Para el primero de los casos, quizá estudiar un poco de meteorología, revisar los boletines en los periódicos. Para el segundo, mantener una comunicación constante, y aún así, esto no es ninguna una garantía.
Afortunadamente, para algunos, tenemos a nuestro favor dos herramientas, que si bien no equivalen a la clarividencia, al menos puede sustituírlo: memoria e imaginación, ése es el lugar donde reside la esperanza. La memoria nos enseña a evaluar las experiencias pasadas y de ése modo predecir el desenlace más probable de cada una de nuestras acciones. Y la imaginación, que es, como la palabra indica, una “imagen” mental de las situación deseada o posible.
Ahora bien, ésta imagen suele tener sus vericuetos. Si pensamos en algo que deseamos, solemos adornarlo con más detalles que nos resulten placenteros, si es algo que tememos, le añadimos imágenes de experiencias negativas anteriores. Hasta ahí, parece existir una buena relación entre el deseo y la imaginación. Pero la cuestión se complica cuando el desenlace previsto no ocurre, u ocurre de forma totalmente distinta a lo imaginado. El deseo frustrado se vuelca entonces hacia una imagen de lo que no pasó, y resulta ya imposible. Como en el caso de la persona que sigue soñando que tiene una relación afectuosa y próxima con su padre muerto, aunque esto no se haya verificado durante décadas.
A ésta imagen, atesorada entre la imaginación frustrada y la memoria adolorida es a lo que solemos dar el nombre de esperanza. Materia prima de todas las religiones, movimientos políticos y taras sociales que nos rodean.
Tampoco se crea que estoy execrando a la imaginación. Muchas veces, ante condiciones adversas y frustración contínua, es el único recurso que tenemos. Pero mucho cuidado con eso, porque fácilmente se puede convertir en evasión. Una especie de droga que nos administramos haciendo un esfuerzo extra. Pero como la imaginación no es capaz de satisfacer el deseo, y mucho menos las necesidades, puede llegar a convertirse en una negación violenta de la realidad, tal como ocurre en el monaticismo, o en las fantasías violentas inculcadas en el adoctrinamiento militar.
El más allá, la tierra prometida, o más funestamente, el paraíso prehistórico, son expresiones colectivas de ése imaginario en el que se entremezclan los deseos frustrados y un bienestar que sólo es imaginario.
¿Cuántas veces no se ha repetido aquélla frase emblemática del Che: “Soñemos lo imposible”? Claro que se puede soñar, pero no por ello desviar la mirada de las condiciones inmediatas. Porque así es como terminan “dando la vida” grandes cantidades de ilusos desesperados en pos de un proyecto que desde el inicio estaba destinado al fracaso.
En el arte, cuya base principal es la imaginación, la esperanza funciona como una especie de edulcorante. No es lo mismo utilizar la fuerza imaginativa para plantear una diversidad de mundos posibles, situaciones, o personajes, que remitirla a la reserva colectiva del deseo frustrado, y más tarde embellecido.
Colectivamente, podríamos darnos cuenta, que a mayor frustración acumulada, más elaborado se vuelve el relato fantasioso del pasado mítico o el paraíso prometido. Casi todos los pueblos que han atravesado por la esclavitud tienen este tipo de relatos, que al contrario de los mitos fundacionales, no explican conocimientos de la realidad, sino que la ocultan mediante entimemas sucesivos, que por ser verdades a medias, resultan, en conjunto, muy difíciles de refutar. Cayendo la mayoría de sus víctimas en un marasmo moral e intelectivo que han dado en llamar Fe.
Por eso no es de extrañarse que la fe sea causa de todo tipo de violencia, desde la que ejerce un individuo en contra de sí mismo, hasta la del que intenta controlar la voluntad de otros. Porque al asentarse en una suposición imposible, la fe no puede impulsar al individuo a un tipo de acción concreta transformadora, sino más bien desvía la acción hacia proyecciones de aquello en que deposita su esperanza. Actos simbólicos que sirven más como terapia que como reflexión.
Leonel Juracán, (Guatemala) poeta, novelista. laboratorista clínico y artista del performance. Estudió la licenciatura en Filosofía en la facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Algunos de sus libros publicados son Fúnebre y carnavalesco (poesía) y Cuarteles de invierno (novela).