I
Recargado contra la pared de ladrillo de un callejón, la contempla fumar frente a la puerta del bar. Una vez que termina el cigarrillo, se frota las manos y entra de nuevo. Él, oculto en la noche, cuenta los pasos que le toma a ella desaparecer tras la puerta. No le importa el frío, le basta imaginar el calor que está a punto de recibir. Lleva tres semanas esperando, anhela su perfume, su mirada cálida, y sobre todo, los relajantes latidos de su corazón, que casi se diría puede contarlos. Ella, cada día (excepto cuando descansa, domingos y lunes) sale a las 3 de la mañana y duerme hasta el mediodía. Contempla desde su departamento cómo se tiende al sol, bebe unas cuantas copas de vino y disfruta largas siestas en el patio.
Por fin sale del bar, se despide de alguien de adentro antes de cerrar la cortina y se dirige hacia donde él la acecha; sus pasos cortos y rápidos llenan el silencio. Él se coloca unos guantes y respira hondo.
Uno, dos, tres: su brazo derecho la toma por detrás, rodea su cuello y tapa su boca con la mano.
Cuatro, cinco, seis: la aprieta contra su pecho con el brazo izquierdo y la arrastra hacia el fondo del callejón.
Siete, ocho, nueve: con un puñetazo en el estómago, y barriendo sus piernas de una patada, la obliga a tenderse en el piso.
Diez, once, doce: sin dejar de taparle la boca con la derecha, usa la izquierda para arrancarle las bragas. Las siente húmedas. El olor de la orina lo excita.
Trece, catorce, quince: le vuelve a tapar la boca con las bragas mientras que en un movimiento casi instantáneo se baja el pantalón.
Dieciséis, diecisiete, dieciocho: siente cómo su miembro es envuelto por tejido rugoso y después liso, el calor lo abraza.
Diecinueve, veinte, veintiuno: acerca su cara al cuello de ella, respira su aroma, se llena de él.
Veintidós, veintitrés, veinticuatro: sus ojos se cruzan, se entrelazan, se atan como cuatro estrellas señalando el camino.
Veinticinco, veintiséis, veintisiete: su mano derecha suelta las bragas y la sujeta de la tráquea, siente sus latidos cada vez más rápidos, está a punto de llegar al clímax.
Veintiocho, veintinueve, treinta: siente la tráquea romperse entre sus dedos, un relámpago recorre su cuerpo y rompe en su pecho.
Treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres: un río espeso escurre entre sus piernas.
Cuando se levanta, le vuelve a colocar cuidadosamente las bragas, el cuerpo de la mujer se deja hacer como un títere de madera. Cierra con delicadeza sus ojos, le da un suave beso en la mejilla. Antes de irse, le susurra su nombre al oído y vuelve a respirar su aroma. De lejos, parece como si estuviera tomando una siesta.
Sale del callejón con tranquilidad y toma rumbo a su casa. Se siente en paz, pleno. El aire le sabe a otoño. Mira hacia el patio y se detiene un poco. Antes de entrar a su casa,
saluda al pequeño hijo de su vecina, cuya silla de ruedas se encuentra frente a su puerta.
―¿Cómo te fue ayer, campeón?
―Muy bien, ya puedo mover los dedos de ambos pies y subir un poco mi pierna derecha ―se toma una pausa y él nota que está mirando hacia la calle―. El terapeuta dice que si sigo así, sólo es cuestión de tiempo el que pueda volver a caminar.
―Me da gusto saberlo. Como te lo he dicho, todo es cuestión de voluntad y constancia ―se detiene un momento, inhala profundamente, parece sentir otra vez el aroma de ella―. ¿Quieres que te ayude a entrar a tu casa?
―No ―él también olfatea el aire―, estoy esperando a mi mamá.
Abre la puerta y, antes de entrar, el niño vuelve a hablarle.
―Huele bien tu perfume. ¿Un día me lo prestas?
―Sí, claro. Cuando te lleve a pasear otra vez.
Una vez dentro de su casa, se tira sobre un asiento viejo de piel que da hacia la pared completamente blanca que colinda con el departamento de al lado. Uno, dos, tres.
Comienza a contar los segundos y deja su mirada fija en la nada hasta que sus párpados se cierran.
II
Ella lleva prisa por terminar su turno, mañana será domingo y le toca descanso, lleva varios días pensando en cómo darle la noticia a su madre: por fin la han aceptado en la universidad y debe presentarse en menos de tres semanas. Sabe que su madre no se lo va a tomar bien. Para ella la mujer debe casarse y atender a su marido, no estudiar, trabajar y vivir sola. No puede dejar de pensar en qué es lo que va a suceder. Sale a fumar para esclarecer un poco la mente
La noche es fría. Enciende el cigarro y aspira profundamente. «Eso es de otro tipo de mujeres», le dice su madre siempre que tocan el tema, «y además, ¿quién va a cuidar al niño? ¿Quién va a llevarlo a sus terapias?». Exhala el humo. Ha pensado en pedírselo al hombre que vive al lado. Parece sentir afecto por el niño. Es un buen vecino. Cuando termina el cigarrillo, se frota las manos y vuelve al bar. Ve el reloj, por fin las tres de la mañana. Toma sus cosas y se despide del encargado con una sonrisa. Cuando sale saluda al guardia y cierra la cortina. Cruza la acera.
Uno, dos, tres: no entiende qué pasa.
Cuatro, cinco, seis: el pánico la invade, la angustia la asalta en un solo instante, está a punto de desmayarse.
Siete, ocho, nueve: su cuerpo flota por un momento, la inunda el miedo.
Diez, once, doce: trata de recordar algún consejo sobre qué hacer en esta situación; pero su mente está en blanco.
Trece, catorce, quince: siente una arcada; pero logra contener el vómito.
Dieciséis, diecisiete, dieciocho: un grito de dolor y terror.
Diecinueve, veinte, veintiuno: cree reconocer el aroma tan familiar de la colonia del hombre.
Veintidós, veintitrés, veinticuatro: sus ojos se cruzan, se entrelazan, se atan como cuatro estrellas señalando el camino.
Veinticinco, veintiséis, veintisiete: lágrimas cálidas caen por sus mejillas.
Veintiocho, veintinueve, treinta: en un solo instante la invade la angustia de lo inevitable; en silencio, piensa en su hijo. Piensa en Dios.
Treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres: una bruma llena su vista, que ahora se fija en la nada. Después, silencio.
Sergio Madrazo Langle, nació en la ciudad de México e 22 de octubre de 1967, egresado de la facultad de derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Ha publicado cuentos en diversas revistas nacionales.