Un pedo de Ramón López Velarde
Un pedo de Ramón López Velarde,
sazonado con todo lo que sobra
ejecutó diabólica maniobra
y se vistió de noche por la tarde.
Venga pues sin remedio y nos enfarde;
tuerza la charamusca de Zozobra,
ponga las cuatro manos a la obra,
que no faltará quién lo desalbarde.
Y se puso a vagar de Ceca en Meca
en busca de difíciles palabras,
y de chiripa entró en la Biblioteca.
Suave Patria, tú sola te la labras,
porque lo mismo aquí que en Zacatecas,
suceden los cabrones a las cabras.
Nos volvemos a ver. Año tras año
Nos volvemos a ver. Año tras año
soñé con encontrarte en mi camino.
¡Sol de mis ojos, luz de mi destino!
¿No quisieras, mi bien, tomar un baño?
Nos encontramos uno al otro extraño:
Gordo tú, flaco yo -¡mundo mezquino!-
Y me complace ver -¡oh, desatino!-
que hay cosas que no cambian de tamaño.
Te quiero como antaño te quería:
con pasión, con dolor, con amargura,
cual si este siglo hubiese sido un día.
Quiero corresponder a tu ternura:
Levanta tu barriga, vida mía,
que me voy a quitar -la dentadura.
¿Qué puta entre sus podres chorrearía…
¿Qué puta entre sus podres chorrearía
por entre incordios, chancros y bubones
a este hijo de tan múltiples cabrones
que no supo qué nombre se pondría?
Prófugo de la cárcel, andaría
mendigando favores y tostones;
no pudieron crecerle en los cojones,
en la cara la barba le crecía.
Bandido universal, como la puta
que el ser le dio, ridícula pipilla
suple en su labio verga diminuta.
Treponema ultrapálido, ladilla
boliviana, el favor de que disfruta
es lamerle los huevos a Padilla.
Las ciudades
En México, en Chihuaha,
en Jiménez, en Parral, en Madera,
en Torreón,
los inviernos helados y las mañanas claras,
las casa de la gente,
los grandes edificios en que no vive nadie
o los teatros a los que acuden y sientan
o la iglesia donde se arrodillan
y los animales que se han habituado a la gente
y el río que pasa cerca del pueblo
y que se vuelve turbulento con la lluvia de anoche
o el pantano en que se abren las maravillas
todas las tardes, a las cinco, cerca del quiosco
y el mercado lleno de legumbres y cestas
y el ritmo de los días y el domingo
y la estación del ferrocarril
que a diario deposita y arranca gentes nuevas
en las cuentas de su rosario
y la noche medrosa
y los ojos de Santa Lucía
en el quitasol de la sombra
y la familia siempre
y el padre que trabaja y regresa
y la hora de comer y los amigos
y las familias y las visitas
y el traje nuevo
y las cartas de otra ciudad
y las golondrinas al ras del suelo
o en su balcón de piedra bajo el techo.
Y en todas partes
como una gota de agua
mezclarse con la arena que la acoge.
Para escribir poemas
Para escribir poemas,
para ser un poeta de vida apasionada y romántica
cuyos libros están en las manos de todos
y de quien hacen libros y publican retratos los periódicos,
es necesario decir las cosas que leo,
esas del corazón, de la mujer y del paisaje,
del amor fracasado y de la vida dolorosa,
en versos perfectamente medidos,
sin asonancias en el mismo verso,
con metáforas nuevas y brillantes.
La música del verso embriaga
y si uno sabe referir rotundamente su inspiración
arrancará las lágrimas del auditorio,
le comunicará sus emociones recónditas
y será coronado en certámenes y concursos.
Yo puedo hacer versos perfectos,
medirlos y evitar sus asonancias,
poemas que conmuevan a quien los lea
y que les hagan exclamar: “¡Que niño tan inteligente!”
Yo les diré entonces
que los he escrito desde que tenía once años:
No he de decirles nunca
que no he hecho sino darles la clase que he aprendido
de todos los poetas.
Tendré una habilidad de histrión
para hacerles creer que me conmueve lo que a ellos.
Pero en mi lecho, solo, dulcemente,
sin recuerdos, sin voz,
siento que la poesía no ha salido de mí.
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Salvador Novo López (1904-1974), conocido como Salvador Novo, fue un poeta, ensayista, dramaturgo e historiador mexicano, miembro del grupo «Los Contemporáneos» y de la Academia Mexicana de la Lengua. Su característica principal, como autor, fue su prosa hábil, rápida, así como su picardía al escribir.