poetry in a nonexistent country
un país que no existe se parece a mucho un poema inacabado
porque ambos están hechos de palabras que aún no significan
nada, y que solo son espejismos de unas cuantas posibles vidas,
de unos posibles arrebatos espaciales que no nos lleven a ninguna
parte, porque no hay destino fijo para aquello que sigue en proceso,
un poema que no existe es un país que se destruye a sí mismo,
ocultando su capacidad geográfica, pero pensando en las medidas
de las extremidades de los posibles pobladores del lugar, porque
es importante tomar en cuenta el tamaño que tendremos quienes
pensamos en habitar el poema o el país, quienes creamos que
podemos ser dignos de mover, desde lo más profundo, las piezas,
las palabras, y, así, sacarlas a la luz, cándida, catástrofe o celo,
porque este poema quiere ser un país que no quiere existir,
porque este país quiere ser un poema que no se ha escrito aún,
ni en la mente de sus pobladores inexistentes, ni en los versos
que deberían leer para entenderse a sí mismos cuando existan,
pero este canto es una presumible estrategia de reconocimiento,
quizás azaroso, apresurado o alacrán, carcomido antes de tiempo,
enjaulado dentro de un vientre que aún no sabe que va a parir
lo que, en unos años, conoceremos como nuestra ilustre patria,
ella, innoble, irresoluta e innombrable, poco a poco, asfixiada
por lo que haremos con las palabras, estas, demasiadas palabras
all the texts are falling like a dead tree
todo cae, todos caemos como un árbol muerto hace décadas,
porque una muerte no puede acabarse nunca, porque nuestros
poemas pueden morir y seguir alimentando a otros poemas
por siglos, sin que nosotros ni siquiera lo hayamos pensado
alguna vez, así, miles de bacterias poéticas se alimentarán de
todos los malos –o buenos o mediocres– poemas que fueron
escritos por quien quiera que haya sido su autor, eso es lo que
menos nos importa, lo que sí debe importarnos: que la madera
muerta de donde hemos sacado todo este caro alimento caiga
todo el tiempo, porque la caída es el alimento, el crisantemo,
la crisis, el cristal y el crisol que luce sobre las cabecitas de
los lectores atentos, que murmuran, moran y mordisquean
las palabras inasibles que aceptan como suyas, como sueños
que habían estado ya en su mente antes de ser leídos, pues,
un árbol muerto es una familia que empieza a crecer, una
figura monumental, fragmentada y dadivosa que ha caído,
y nos ha mostrado cómo caer, y, claro, nosotros aún no lo
hemos aprendido, porque nada se aprende si no es por uno
mismo, por eso digo, repito, y relampagueo, que no puedo
entender un mundo sin los árboles muertos y sin los poemas
que no tienen un único dueño, porque nada tiene firma final,
todo, todito, es una compilación de errores y malos plagios,
lo digo yo, que soy consciente de la muerte y de la poesía,
lo digo yo, que siempre me he amparado en mis muertos,
lo digo yo, que yo soy todos y cada uno de mis muertos
see a landscape with no window
la fascinación por los paisajes es entendible cuando, detrás
de una ventana, puedes mirarlos atenta y constantemente,
sin remordimientos, sin que te observen, sin pensar en lo
que está del otro lado, un lado que se figura a veces bello,
otras veces lúgubre, pero siempre lejano, obtuso y natural,
donde todos tus amigos parecen ser felices, árboles y ríos,
y al observar detrás de unos vidrios polarizados los lindos
paisajes que todas las ventanas del mundo pueden ofrecer
solo corroboras que tu mirada miente también, que esos
ojitos tuyos, tan lindos y tan tiernos, son víctimas de unas
muy grandes estafas, colores arbitrarios y arreboles de neón,
porque allá, más allá, de lo que veas o de lo que presencies,
no cabe duda alguna de que están los prados donde creciste,
aquel árbol rudimentario y ridículo donde jugabas a ser tarzán,
como un mono, monito, como un monolito andino y aindiado,
que cayó muchas veces y conoció el poder de los escorpiones,
porque más allá de cualquier ventanita diáfana está tu mente,
esa, tu pinche mente, que es más paisaje que cualquier ventana,
tu mente, casa sin ventanas, donde solo ves tus propios paisajes
jumping from happiness to self-destruction
salta, saltas, salto: salte, pero salte bien, hazte para allá, como si
saltaras de verdad, como si salieras de verdad, y sin complicación,
como los buenos hombres que no saben que son buenos ni que
son hombres, como los buenos yoes que no se repiten todo el
tiempo que son yoes: sí, yo esto, yo estotro, yo estito, yo estiven,
yo estiwar, yo estíbaliz, y, así, por el estilo, cambiándose de ropa,
de máscaras y de sudor, siendo confabuladores de una verdad que
nunca podría ser verdadera, porque todas las veces que digo yo,
me digo a medias, medias tintas, medias lunas, medias lindes,
medio mushpa mismo soy, creyéndome todo este jueguito, estas
palabras que son arbitrarias, como arbitrarios son mis ojos, y mis
manos, y mi pelo, y mis uñas, y mi canto que no es un canto, pero
quiere ser un gesto, grisáceo, gandul y gaznate, un remedio para la
muerte, escala de blancos para denominar la nieve que nunca miré,
que nunca veré, que nunca entenderé, porque mis yoes no son los
suficientes para poder entender la nieve y sus tonalidades, porque
mi vida es nívea, beata y diamantina, solitaria, sí, y más aún, sátira,
sulfúrica y sardónica, como los santos óleos que no recibiré, como
los santos nombres que no sé pronunciar, como todos los santos
que no significan nada para mis yoes, porque yo, siendo uno solo,
un yo mío, y no dos, ni más, ni menos, soy una basurilla en el ojo
de alguien que no se sabe a sí mismo, de alguien que, como tú, tú,
lector, no puede reconocerse en nada más que en mí, figura irreal,
armónica, algarabía y almatroste, pero antes que nada almafuerte
que no busca la destrucción porque no puedo ser destruido si no
logré existir nunca, de verdad, en otros ojos que no sean aquellos,
mis ojos, aquellos que ven y no ven, aquellos que son y no son,
ojos saltones, ojos ratones, ojos mamones, ya, por favor, sálganse
Poemas tomados de lírica fracturada para traductores tristes (Municipio de Cuenca, Ecuador, 2021),
Boceto adánico suburbano
Para Ileana Espinel Cedeño
Esta ciudad inconclusa
tiene una estatuilla diminuta
a la cual nadie presta atención.
Está perdida entre los postes de luz,
los basureros, los topes del parking,
los arbustos y la mierda de los perros.
Es, por instinto, un error de la belleza.
Por naturaleza, un acierto de la pequeñez.
Es una versión en ruinas
de un boceto adánico suburbano.
La estatuilla es pequeña, fea y sin gracia.
Tiene la cabeza agachada y está fundida
en un metal de mala calidad, que fue
el resultado de varias amalgamas.
No sabemos dónde está
porque no vemos por dónde pisamos.
Pero sí reconocemos el fofo
arco del triunfo en la entrada del parque,
en frente de la estatuilla.
Una falsa puerta. Un monumento
a la inutilidad más honesta,
porque no somos franceses
y jamás hemos ganado una guerra.
Este boceto de poema quería ser
un arco del triunfo. O, más bien,
uno de los grafitis inscritos
en una de sus columnas agrietadas.
Este boceto de poema es la estatuilla,
cabizbaja, meditabunda y derrotada,
en un mundo repleto de postes de luz
que solo saben dar sombra.
Parecidos razonables
Tengo miedo de las muñecas
porque son falsas esculturas de los bebés.
Sobre todo de aquellas que pueden
parpadear, reír, llorar o cagarse en los pañales.
En realidad, no tengo miedo de las muñecas.
Tengo miedo de no ser lo suficientemente real.
Tengo miedo de no poder ser algo que pueda
parpadear, reír, llorar o cagarse en los pantalones,
sin necesidad de tener una batería en la espalda.
Hay millones de muñecas regadas por el mundo.
De todos los tamaños, colores, texturas y precios.
Hay millones de bebés regados por el mundo.
De todos los tamaños, colores, texturas y precios.
¿Qué se puede hacer con ellas?
¿Qué se puede hacer con ellos?
Las unas jamás crecerán: su vida es ilimitada.
Los otros, seguramente, crecerán: su vida es limitada.
Las unas podrán sobrevivir a la intemperie
sin la ayuda de abrigo, alimento o guarida.
Los otros no podrán sobrevivir a la intemperie,
sin alguien que atienda sus necesidades reales.
¿Qué hacer con los bebés, que más bien
son una réplica de una muñeca hermosa?
¿Qué hacer con las muñecas hermosas,
que más bien son réplicas de un bebé?
Hay que practicar para ser unos buenos padres.
Hay que aprender a cambiar los pañales de las muñecas.
Hay que aprender a alimentarlas, a darles un baño, a mimarlas.
Hay que aprender a no sacarles la cabeza con toda la fuerza.
Hay que aprender a no botarlas en un basurero hediondo.
Reconocer la muerte de la muñeca.
También reconocer la vida del bebé.
¿Cuál de las dos parece más real?
¿Cuál de las dos me representa más?
Ceci n’est pas une fleur
Las señoras comenzaron a decirme
los nombres de las flores que no veía,
dándose el cruel deleite de interrogarme
después sobre sus recientes enseñanzas.
(Alfonso Reyes, La cena)
Saber los nombres
de todas las flores del mundo
era una de las virtudes de mi abuela.
Yo nunca me aprendí sus nombres.
Hasta la fecha me confundo
al pensar torpemente en ellas.
Para mí
un geranio es un papiro sin color,
una begonia es un cuarto vacío,
un arupo es una canción inconclusa,
y una acacia una máquina de coser.
Mi abuela está decepcionada de mí
aunque no quepa de felicidad al pensar
que ya no juego fútbol sobre sus flores.
Ahora me quedo en casa
escribiendo sobre las flores
que ya no piso y que confundo
con poemas que aún no pienso.
Mi abuela está feliz de que sus flores
existan en mis pensamientos, malamente,
porque la casa donde habitaban todas
ya no es una casa, es un cementerio
de rocas volcánicas, de oficinas para
tomar café y esperar a la muerte.
No hay más bailejos para hacer huecos
en la tierra, y sacar los gusanos y chanchitos,
y las raíces que no han muerto todavía.
No hay más manos que construyan
una casa para todas las flores
que mi abuela tenía en sus dedos.
Para mí
un girasol es un paracaídas sin arnés,
una margarita es una motocicleta averiada,
una buganvilla es un televisor sin volumen,
y un gladiolo es un arma blanca.
Mi abuela está tranquila
porque las flores que plantó están muertas,
y la casa donde habitó ya no existe.
Yo puedo estar tranquilo
porque mi flor favorita está muerta,
reposando en una maceta que no era maceta.
Mi flor favorita era un árbol que no era árbol.
Mi flor favorita era una flor que no era flor.
Mi flor favorita era un cactus, y los cactus se
mueren si uno los riega demasiado.
Ceremonia funeraria
Este poema no es un poema.
De hecho, tampoco podría decirse
que es una ceremonia funeraria.
Este poema no es un poema.
Más bien, es un jardín
lleno de mangos y aguacates.
Los mangos del jardín son agrios
y los aguacates son pequeños.
Nadie quiere consumirlos
porque solamente sirven para
adornar el paisaje.
No son unas buenas frutas, ni siquiera
podrían resultar buenos ingredientes
secundarios. Solo son una bonita postal.
Una bella foto para los extranjeros que
provienen de países donde no crecen
ni los mangos, ni los aguacates.
Debajo de los árboles de mango,
y también de aguacate, suele haber
cuerpos enterrados.
Digo, siempre hay cuerpos enterrados
en todas partes, pero más aún
debajo de estos árboles.
Es por eso que su sabor es agrio.
Es por eso que su fruto es pequeño.
¿Quizás los cuerpos enterrados fueron agrios
o, en su defecto, fueron muy pequeños?
No lo sabremos nunca porque desenterrar
los cuerpos que están debajo de los árboles
no está permitido en ese jardín para extranjeros.
No lo sabremos nunca porque ser un cuerpo
extranjero tampoco está permitido en ese
jardín lleno de árboles de mango y aguacate.
Lo que sí sabemos es que
a los extranjeros les gusta sentarse
en una mesita debajo de los árboles
para jugar ajedrez o tomar café mientras leen
las noticias de la mañana
(o de ayer, si fuese el caso).
Lo que los extranjeros no saben es que,
cada vez que un mango o un aguacate les cae en la cabeza,
es una clara señal de que alguno de los cuerpos
los está saludando o les está pidiendo que se marchen.
Ellos no entienden y por eso no se van.
Ellos no entienden porque no hablan español.
No comprenden lo que les dicen los muertos.
Tampoco hablan el idioma de los jardines,
ni el de los mangos,
peor aún el de los aguacates.
Poemas tomados de Breves escenas de irrealismo suburbano (La Caracola, Ecuador, 2023).
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Juan Romero Vinueza B.A. en Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (Ecuador). M.A. en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato (México). Realizó una estancia investigativa en la Universidad de Guadalajara (México). Co-editor de Cráneo de Pangea. Ha colaborado con las revistas: POESÍA de la Universidad de Carabobo (Venezuela), Jámpster (Chile), Transtierros (Perú), La Presa (EE. UU. – México), Elipsis (Ecuador), La Ninfa Eco (Reino Unido) y Mura (Ecuador). Ha publicado en poesía: Revólver Escorpión (La Caída, Ecuador, 2016), 39 poemas de mierda para mi primera esposa (Turbina, Ecuador, 2018; Ed. Liliputienses, España, 2020; Mantra, México, 2020), Dämmerung [o cómo reinventar a los ídolos] (Ed. Liliputienses, España, 2019; La Caída, Ecuador, 2021), que obtuvo la Mención de Honor del Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade 2019, lírica fracturada para traductores tristes (Municipio de Cuenca, Ecuador, 2021), ganador de la Convocatoria Editorial 2021 del GAD Cuenca, y Breves escenas de irrealismo suburbano (La Caracola, Ecuador, 2023), ganador de los fondos editoriales de la Secretaría de Cultura Quito 2023. La primera antología de su obra es Ínfimo territorio kamikaze (Municipalidad de Lima, Perú, 2021). Compiló, con Abril Altamirano, Despertar de la hydra: antología del nuevo cuento ecuatoriano (La Caída, Ecuador, 2017), obra ganadora del incentivo de los Fondos Concursables 2016-2017, organizados por el Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Compiló y tradujo, con Kimrey Anna Batts, País Cassava / Casabe Lands (La Caída, Ecuador, 2017). Fue uno de los ganadores del Certamen de Ensayo Luis Alberto Arellano y su texto forma parte de Erradumbre (Mantis, México, 2021). Su libro Pintura mal escrita mi memoria resultó ganador del I Premio Internacional de Poesía de la AHLIST y el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar.