La vida de las autoras latinoamericanas Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Delmira Agustini, está marcada por el suicidio y la tragedia. A lo largo de su obra, unas con más producción que otras, se pueden leer las cenizas y el brillo de sus tuteos con la muerte, pero sobre todo, cómo fueron pavimentando con su poesía el camino que los llevaría a un callejón sin salida.
Hoy en Poetripiados te presentamos textos de estas tres escritoras argentinas.
La enamorada
Por Alejandra Pizarnik
Ante la lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues.
hoy te miraste en el espejo
y te fuiste triste estabas sola
y la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!
Hija del viento
Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.
Alejandra Pizarnik nació en el seno de una familia de inmigrantes rusos que perdió su apellido original, Pozharnik, al instalarse en Argentina. Ha sido una de las más grandes poetas que ha dado Argentina.
Mucho se ha hablado sobre la fusión entre vida y poesía de Pizarnik que habría alentado las crisis depresivas y los problemas de ansiedad que poseía. Ana Calabrese, amiga de Alejandra Pizarnik, “considera en parte responsable de la muerte de Alejandra al mundo literario de la época, por fomentarle y festejarle el papel de enfant terrible que ella actuaba. Según Ana, ese ambiente fue el que no la dejó salir de su personaje, olvidándose de la persona que había detrás”, situación que la llevó a internarse en un hospital psiquiátrico, de donde el 25 de septiembre de 1972 salió con un permiso especial para solo tomarse 50 pastillas de Seconal y quitarse la vida a los 36 años. En el pizarrón de su recámara se encontraron los últimos versos de la poeta:
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo
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Un sol
Por Alfonsina Storni
Mi corazón es como un dios sin lengua,
Mudo se está a la espera del milagro,
He amado mucho, todo amor fue magro,
Que todo amor lo conocí con mengua.
He amado hasta llorar, hasta morirme.
Amé hasta odiar, amé hasta la locura,
Pero yo espero algún amor natura
Capaz de renovarme y redimirme.
Amor que fructifique mi desierto
Y me haga brotar ramas sensitivas,
Soy una selva de raíces vivas,
Sólo el follaje suele estarse muerto.
¿En dónde está quien mi deseo alienta?
¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?
Vulgar estorbo, pálido follaje
Distinto al tronco fiel que lo alimenta.
¿En dónde está el espíritu sombrío
De cuya opacidad brote la llama?
Ah, si mis mundos con su amor inflama
Yo seré incontenible como un río.
¿En dónde está el que con su amor me envuelva?
Ha de traer su gran verdad sabida…
Hielo y más hielo recogí en la vida:
Yo necesito un sol que me disuelva.
Dolor
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar…
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
Alfonsina Storni (Capriasca, 29 de mayo de 1892-Mar del Plata, 25 de octubre de 1938), fue una poeta y escritora argentina vinculada con el modernismo. Se suicidó en Mar del Plata arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. Alfonsina consideraba que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío y así lo había expresado en un poema dedicado a su amigo y amante, el también suicidado escritor Horacio Quiroga. Hay versiones románticas que dicen que se internó lentamente en el mar y sirvieron como inspiración para componer la canción «Alfonsina y el mar», la cual relata el suceso y sugiere el motivo. Su cuerpo fue velado inicialmente en Mar del Plata y finalmente en Buenos Aires.
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Quiero arrancar la muerte de mi vida
Por Delfina Tiscornia
Quiero arrancar
la muerte de mi vida
quiero ofrecer
al mundo las cenizas
Voy
a creer que sangro en cada herida
voy,
a bordar
la senda de otra vida
No, Pero no,
la noche y su silencio
no
pero no,
la tarde y su veneno
Quisiera darte
todo lo que odio
para que tú
lo vuelvas compasión
Quiero partirte todos mis deseos
sobre la piel hasta que me olvides
Porque jamás
Hablamos con la muerte
porque detrás
aguarda el corazón
Voy
a nacer
de una hoja desnuda
voy
a volar
en un tiempo extraño
al que nadie conoce y sin embargo
todos beberán cierta vez
esta copa desconocida
El silencio deja de ser respuesta
El silencio deja de ser una respuesta
cuando el azul se quiebra insostenible insoportable,
y los dioses están muertos.
El coraje es tan sólo una palabra
cuando los siquiatras creen saberlo todo
y se enfrentan a su miseria
en un doceavo piso confortable.
Yo ya no río más, no río más.
Sólo los ríos pueden hacerme llorar
el recuerdo de lo bello,
el riesgo de morir y vivir cada instante
guardando las formas
para enlutar un traje más.
Pasó un pájaro de alas rotas
y yo tengo miedo,
miedo del instante que sigue
y el que precede.
Control, palabra odiosa,
todos somos egocéntricos
todos ansiamos la gloria
y una playa desierta que nadie haya pisado,
mancillado con sus sucias botas,
la huella del tiempo, pátina
fácilmente habitable.
Delfina Tiscornia fue hija y bisnieta de escritores (Lucía Gálvez, Delfina Bunge y Manuel Gálvez). Colaboró en diarios y revistas de Buenos Aires y del interior del país. En 1993 publicó su primer libro de poemas, Equivocación del paisaje. El primero de junio de 1996 se quitó la vida.