El niño de su mamá
Por Fernando Pessoa
En el llano abandonado que enciende tibia brisa, por balas traspasado —dos, de lado a lado— yace muerto, y se enfría. Le mancha la sangre el uniforme. Con los brazos extendidos, albo, rubio, exangüe, mira con mirada lánguida y ciega los cielos perdidos. ¡Tan joven!, ¡qué joven era! (ahora, ¿qué edad tiene?). Hijo único, la madre le dio un nombre y lo mantuvo: “el niño de su mamá”.
Se cayó del bolsillo la pequeña cigarrera. Se la dio la madre. Está intacta y bien la cigarrera. Es él quien ya no sirve. De otro bolsillo, alada punta rozando el suelo, el blanco pespunte de un pañuelo… se lo dio la vieja criada que lo trajo en brazos. Allá lejos, en casa, rezan: “¡Que regrese temprano, y con bien!”. Tramas que el Imperio teje. Yace muerto, y se pudre, el niño de su mamá.
Aventura amorosa
Por Fernando Pessoa
Fue en Barrow in Furness, que es un puerto en la costa occidental de Inglaterra. Allí, cierto día, después de un trabajo de arqueo, estaba yo sentado sobre un barril, en un muelle abandonado. Acababa de escribir un soneto —eslabón de una cadena de varios— en el que el hecho de estar sentado en ese barril era un elemento de construcción. Se me aproximó una muchacha, por así decir —alumna, según después supe, del liceo—, y entró en conversación conmigo. Vio que estaba escribiendo versos y me preguntó, como en estas ocasiones se acostumbra a preguntar, si yo escribía versos.
Respondí, como en estos casos se responde, que no.
La tarde, según su obligación tradicional, caía lenta y suave. La dejé caer.
Es conocida la índole portuguesa y el carácter propicio de las horas, independientemente de las índoles y de los portugueses. ¿Fue esto una aventura amorosa? No alcanzo a decirlo. Fue una tarde, en un muelle lejos de la patria; y hoy es, ciertamente, un recuerdo de oro oscuro. La vida es extremadamente compleja, y los azares son, a veces, necesarios. El cuento no tiene moral, desde el principio. El oro oscuro quedó húmedo y la tarde cayó definitivamente.
Certeza
Por Fernando Pessoa
Cualquier individuo, por seguro que se sienta, no puede jurar con absoluta conciencia intelectual, no solo que tal individuo de sexo masculino sea su padre, sino que el otro de sexo femenino sea su madre. Para creer que quien es tenido por su padre lo sea realmente, lo más que tiene es, al no constarle que su madre hubiera traído al supuesto padre, que crea que no lo hizo nunca. Para tener seguridad intelectual de que tal individuo es el padre de otro, habría que haber asistido al acto fundacional, haber inspeccionado de cerca la fecundidad —de modo que tuviera la certeza— e, incluso así, quedaría la idea de paternidad metafísicamente considerada para embarullar aún más el asunto. Cuando un individuo no puede afirmar que tal mujer es su madre, ¿quién puede asegurar que una vez parido por ella un ser masculino, no ha sido cambiado por otro parido por la criada, por ejemplo y como hipótesis? Lo más que podemos afirmar es que tal cosa parece improbable o acaso que resulta menos probable que la hipótesis contraria. Pero certeza absoluta no la hay.
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Fernando Pessoa (1888-1935) fue un escritor portugués, especialmente reconocido por sus heterónimos: Alberto Caeiro, Alexander Search, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis. Su extensa obra se vio quebrada con su prematura muerte a los 47 años