Ayer
El aprendiz
Relumbrante vorágine
de obsidiana,
de puntas y pedernales
–afilados
sólo hacía unas horas
bajo la mirada inquisitiva
de un niño.
Azabache de unos ojos,
antesala de un recuerdo que
–porque prospera,
plasmándose
más allá de lo memorístico
y tornándose
un saber-hacer–
justifica
la vertiginosa imagen
del marfil ensangrentado
y la agonía.
Que el dios de la lluvia
le otorgue perpetuo reposo.
Que el dios del bosque y el dios-sol
le otorguen perpetuo reposo.
Después, junto a la presa,
troceada con todo y trompa
y lista para convertirse
en alimento, en cobija, en taparrabos,
lo trajeron,
víctima de un tonelaje
que el instinto y la rabia
espoleó.
Tan pisoteado estaba
que el niño tardó
en reconocer la cara
de quien, esa misma mañana,
antes de salir a cazar,
le había legado
–con el enfático frotar del sílex–
el don
de ser el verdugo
de los paquidermos,
odiado por los ancestros
del elefante.
Milenios después,
llamaríamos “canalización”
a lo sucedido, entonces,
con el aprendiz,
pero en el clímax del Paleolítico
ese sufrir
se tornó
en una bendición
para su tribu.
A la fecha,
ningún arqueólogo
ha hallado lanzas
tan mortíferamente cinceladas
ni tal acumulación de huesos, pieles y colmillos
de mastodonte
como en las quince o veinte hectáreas donde
Ojos de Azabache
vivió, reinó y murió.
hoy
La del tapiz
Reencontrarnos
tan fugaz sería,
tan breve el lapso
entre pisar dos veces
la misma estación de autobuses
–una al recibirte
y otra al despedirte–
que, hasta la exageración,
nos entregamos
al juego.
Surgió
inspirados por la prevención:
sabíamos que rumiar
acerca de las serendipias del ayer
nos llevaría a acorralarnos,
yerro a yerro, reclamándonos,
despilfarrando el tiempo
como Matusalenes
a los que les sobra lo que Dios sólo da
a cuentagotas.
Para no rondar
por el término infame
de ese rumbo,
no bastaba replantearse
la ruta,
ni siquiera resarcirla absolutamente:
debíamos olvidar
lo recorrido,
deshilar
el centenar de nudos
del preciado tapiz
que narraba
una epopeya compartida,
heredándole, en vida,
lo vivido
a la amnesia.
Así fue como nos hallamos,
después de cinco años de conocernos,
remedando
a dos desconocidos
en una primera cita:
el futuro, un follaje silvestre
a cuál darle forma definida,
robándole lo abstracto al será.
Sólo quebré el embrujo
de emularnos huérfanos de historia
al despedirnos al siguiente día,
en la misma estación de autobuses
–y las promesas
y palabras de apego
pronuciadas ahí
ya no sé si fueron
para la del tapiz
o para aquella del paño
que, apenas en una noche,
con el telar del olvido,
se hiló.
mañana
Insectívoros
En el seno
de lo anodino
viven
los insectívoros.
Jauría surgida
tras la sucesión de oleadas
de extinciones
–cuando ya ni los buitres
ni los zopilotes,
surcando el cielo
siempre color ocaso,
se aparecían
y cuando el hombre obligó al hombre
a rastrear hormigas
porque, un día, a sólo un paso
del canibalismo
se vio.
Sobrevivieron
los que más rápido,
acuclillándose, oído en tierra,
ojos cerrados y mente en blanco,
percibieron
que una lombriz
digería,
que un ciempiés
paría;
los que con sólo la succión
de sus bocas
–sin manos ni herramientas–
extrajeron termitas
de troncos putrefactos
(mientras acontecía
otro cataclismo nuclear);
los que menos desgastaron
sus vértebras
andando a rastras
–como sabuesos en pos de zorras–,
olisqueando
las rutas laberínticas
de una cucaracha.
Sus generaciones
degeneraciones
heredaron:
siglo a siglo, moldeándose
nuestra figura
por la dificultad de atrapar
grillos
y la poca carga calórica
de las cochinillas.
Tanta masa encefálica
(más estorbosa conforme
más nuestra presa decrecía)
desapareció,
reduciéndose la sinapsis
al vasallaje del instinto.
Silenciosos son
los milenios siguientes
–paz repentinamente perturbada
al esbozarse, en gruñido,
lo que alguna vez
fue voz
y que para poco más
que para recitar
la tabla del siete
sirvió:
en la larga evolución
de esa especie,
el sapiens
un eslabón transitorio sólo fue,
un capricho baladí
del acontecer
o la creación.
Eduardo Paredes Ocampo (México, 1989). Estudió letras en la UNAM y actualmente cursa un doctorado en literatura en la Universidad de Oxford. Ha publicado poemas, ensayos y cuentos en diversas revistas nacionales e internacionales. Es editor de la revista Romulus en el Reino Unido. También ha dirigido teatro.