Después del silencio, lo que más se acerca
a expresar lo inexpresable es la música
Aldous Huxley
Gustavo Cerati, en vida, creó una letra maravillosa que detalla los procesos de un duelo. En específico, se puede concordar que está centrada en la ruptura de un amor idílico, de aquello que la cultura ha hecho de todo aquel que se permite amar. La canción titulada Adiós (Cerati, 2006) es un síntoma para abandonar la condición de amor concebida por un sujeto. Si bien es cierto que la lírica de esta majestuosa melodía se centra en el tema de Eros, lo que el argentino describe a lo largo de ella aplica para procesos de diversa índole: desde saber decir adiós a un ser querido que ha partido de este cosmos, una mascota o incluso un objeto preciado, hasta aceptar retirarse de un aula de clases que nunca volverá.
El amor es una arbitrariedad cultural. Desde pequeños nos enseñan que el estado ideal es llegar a estar unidos a otra mitad. Platón, en voz de Aristófanes, filosofó, nos dice que cuando dos seres se unen con su verdadero complemento surge el andrógino, deshecho por los dioses del Olimpo, y que es tan fuerte esa unión que esa fue la razón de que fueran separados por Zeus.
El amor sería un íntimo anhelo de restitución de una plenitud perdida, un reencuentro con un todo. Esa, entonces, es la forma más pura del amor, la que nos han impuesto y que, a su vez, reproducimos. La iglesia ha establecido el matrimonio como uno de sus sacramentos, es decir, como una obligación para alcanzar la felicidad. En contraposición, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, fiel a su pesimismo o su visión descarnada de la realidad, afirma llanamente: “En nuestra parte monogámica del mundo, se llama ‘casados’ [a quienes] reducen a la mitad sus derechos y duplican sus obligaciones” (Schopenhauer, 2019, pág. 93). El filósofo rompe con la idealización concebida por Platón y, mucho menos, la promovida por la iglesia, una visión que aún predomina en muchas sociedades actuales.
“Suspiraban lo mismo los dos y hoy son parte de una lluvia lejos,” inicia la letra compuesta por Cerati. Esto sugiere que, sintiéndose seres andróginos, terminaron siendo polos opuestos. Es evidente que esta pareja naturalizó el amor como algo idílico. A pesar de las señales y afinidades que pudieron tener, la cultura dicta que se debe luchar por algo que, al final del día, resultó ser un imposible. Incluso dentro de las corrientes psicológicas, existen teorías que buscan «enderezar» relaciones cuyas afinidades distan de seguir rumbos consecuentes.
En este contexto, el psicoanalista francés Jacques Lacan, dentro de su teoría del lenguaje (2009), insiste en que el ser humano está determinado desde antes de nacer. Si su religión —que no eligió, pero en la que fue educado— establece que el matrimonio es perpetuo, esto marcará los destinos de hombres y mujeres. Asimismo, si la ciudad es conservadora y dicta normas sociales que imponen la unión de los seres durante toda su existencia, surgirán factores psicológicos que influirán en las decisiones que las personas tomen respecto a sus relaciones.
Gustavo continúa aduciendo: “Pones canciones tristes para sentirte mejor.” En esta parte, el artista expone cómo, al identificarse con la tristeza de alguien que ha sufrido las mismas penurias, dicha tristeza termina por ser un alivio. La realidad, disfrazada y desfigurada en una melodía, mitiga el peso de la materialidad misma. Ciertamente, dentro de las nuevas investigaciones en neurociencias, podemos sugerir que la segregación hormonal que ocurre bajo estados depresivos, combinada con la influencia de la música, ofrece una suerte de consuelo. Escuchar lo que parece triste puede llevar a la conciencia aspectos intangibles, ayudando a entender y sobrellevar las etapas del duelo.
El artista continúa su lacónica melodía aludiendo: “Tal vez colmaban la necesidad, pero hay vacíos que no pueden llenar, no conocían la profundidad, hasta que un día no dio para más.” En esta parte, queda expuesta la falsa idea de llenar un vacío con un ser ajeno. La codependencia emocional, arrastrada por imposiciones culturales y sociales, se revela fantasmagórica. Esa necesidad no solo se manifiesta en el plano amoroso, sino también en relaciones de amistad o hábitos como el uso de sustancias que alteran la percepción de la realidad. Los vacíos emocionales pueden derivar de diversas vertientes y buscar llenarse de formas igualmente diversas.
Lacan definía el amor como “dar lo que no se tiene a quien no se es,” una afirmación que puede interpretarse como dar algo que solo el otro posee y que, por ende, no radica en quien ama. Para Lacan, el amor es utópico, una construcción alimentada por sociedades, culturas, religiones y otras instancias que interfieren en el propio yo de cada persona.
Cuando Gustavo Cerati concluye con un estribillo catártico al decir: “Poder decir adiós es crecer,” sugiere que, en ese momento, la persona acepta que todo lo que sabía sobre el amor era una ilusión. Reconoce que la realidad es más cruel y dura, y que el amor no reside en otro, sino en uno mismo. Si bien es posible encontrar en alguien más una compañía para compartir la vida, el bienestar no depende de ello. “Poder decir adiós es crecer” aplica a todo aquello a lo que se tiene apego: religión, educación, aficiones o cualquier placebo. Poder decir adiós es, en esencia, el comienzo de la emancipación.