Rodrigo Figueroa es un escritor que no sólo se apropia del mundo con su creación literaria, sino corriendo en las ciudades en las que ha radicado. Recorre en promedio 800 kilómetros cada año, es decir, la distancia aproximada entre la Ciudad de México y Saltillo, Coahuila.
Nacido en la capital del país, en 1980, el poeta, dramaturgo, traductor y crítico cultural, ha publicado tres libros de poesía: Paganas procesiones (México, 2001), Poemas para Orquesta y Cuatro Colibríes (México, 2005), y Una Frontera Transparente (Center for Latin American Studies, 2013).

Figueroa vive actualmente en Las Cruces, Nuevo México, una ciudad con alrededor de 100 mil habitantes, ubicada a 106 kilómetros de la frontera Ciudad Juárez-El Paso, Texas.

El autor habló con Poetripiados de su infancia, sus primeros contactos con las letras, su aventura de haber incursionado en el black metal con un grupo con el que hizo una gira en Europa, además del ejercicio que le ayuda a reconocer las calles, edificios y paisajes que hay en su comunidad.
-¿Cómo recuerdas tu infancia?
La recuerdo como una mezcla de muchas emociones y sentimientos, usualmente contradictorios. Quizá el más frecuente era una especie de incomprensión y extrañamiento ante las cosas que sucedían a mi alrededor. Me parecía todo muy raro y no entendía por qué sucedían muchas cosas. Por supuesto también tengo recuerdos excelentes. Aunque nací y crecí en la Ciudad de México, viví la mayor parte de mi vida en los límites de la ciudad, en una zona boscosa con muchas barrancas, donde solía meterme con mis amigos y siempre nos ocurrían cosas que recuerdo con mucha nostalgia ahora en mis cuarentas, aunque no todas hayan sido agradables.
-¿Cuál y cómo fue tu primer contacto con la literatura?
El primero que recuerdo es de mi papá leyéndonos a mi hermana y a mí Marcelino pan y vino. La historia conmovía a mi padre hasta las lágrimas y a mí me costaba entender cómo era posible que mi padre, quien generalmente no mostraba sus sentimientos, pudiera llorar con una historia. Por otro lado, la historia misma me maravillaba por su contenido mítico y los hechos extraordinarios que narra. Yo me veía como Marcelino y me preguntaba por qué no me pasaba lo mismo que a él, aunque me tomó mucho tiempo dejar de creer que en cualquier momento me sucedería.

-Cómo ha cambiado México desde aquellos años de tu edad temprana?
Pues lo que más me ha costado asimilar es que la Ciudad de México ha crecido demasiado y la mancha urbana ha devorado gran parte de las zonas boscosas donde yo jugaba. Ahora no es tan común ver a niños en las calles, por el desarrollo urbano, pero también por la emergencia de los videojuegos caseros. Por otro lado, aunque en mi infancia el país no estuvo exento de violencia, ahorita es mucho más generalizada y es cada vez más grotesca. Por eso me gusta mucho hoy en día escuchar las historias infantiles de la gente de mi generación y las anteriores, la nostalgia con la que recuerdan un México que se vivía en la calle, en la que los niños podían jugar y socializar.
-Cuáles son tus escritores favoritos?
Depende mucho del género y el momento histórico, pero si tuviera que elegir a tres en general, diría que Xavier Villaurrutia, Sor Juana Inés de la Cruz y Dante Alighieri.
-Si tuvieras que elegir tres libros, ¿cuáles serían?
La divina comedia, Primero sueño y Nostalgia de la muerte.
-Hace años anduviste metido en el movimiento metalero, puedes platicarnos un poco acerca de esa experiencia?
La primera vez que escuché metal fue en 1991, en un viaje a Querétaro con un amigo de la primaria. Fuimos a casa de uno de sus primos y mientras estábamos con él platicando en su cuarto puso el Decade of Agression de Slayer, el Necroticism de Carcass y el Arise de Sepultura. Estuvimos horas escuchando esos discos y yo quedé absolutamente impresionado. Le pedí que me prestara los discos, pero no quiso. Así que lo primero que hice al regresar a la Ciudad de México fue comprarme ese disco de Slayer, el Leprosy de Death y el Cause of Death de Obituary. Poco tiempo después me compré un bajo eléctrico y quise formar una banda de death metal, pero por años no conseguí a nadie porque todos los chavos a mi alrededor querían tocar cóvers de Metallica o Guns & Roses y no estaban interesados en el metal extremo. En el año 2000, ya en la licenciatura, un amigo de la universidad tenía una banda de black metal. Me uní a ellos como vocalista porque el suyo acababa de dejar la banda. Con ellos estuve cinco años. Tocamos en varios estados de México y varios países de Europa. Fuimos la primera banda latinoamericana de black metal en tocar en Europa. El tour fue un caos, aunque muy divertido. La banda se separó por diferencias entre los miembros, justo antes de una gira a Japón que estábamos organizando. En esa época empecé a trabajar como profesor de literatura en una prepa, así que ya no me era fácil hacer giras o dar conciertos entre semana, así que dejé la escena por un trabajo estable, que buena falta me hacía.

-Tu grupo de rock favorito?
Pues del rock más clásico, The Doors.
-Cómo observas a la literatura mexicana en esta última década
Me da mucho gusto ver que la literatura se ha descentralizado más y que han surgido varios grupos que están proponiendo distintas estéticas. Aún hay centros de poder importantes que intentan imponer su poética, pero me parece que el país está dando una variedad amplia de literaturas, lo cual era muy necesario. Ahora que el mercado reina sobre el mecenazgo estatal, me parece que los escritores debemos ser más críticos en términos de lo que las editoriales exigen y lo que nosotros proponemos o tenderemos a homogeneizar nuevamente la literatura nacional.
-Eres un escritor y profesor de literatura en Estados Unidos, qué te ha dejado la enseñanza fuera de tu país?
Me ha dado una distancia que tiene ventajas y desventajas. Una de las primeras es que puedo ver lo que sucede en el país y contrastarlo con lo que sucede en otros lados; tengo acceso a formas de entender México que no son mexicanas y que, en la mayoría de los casos, enriquecen mi forma de entender el país. Una de las desventajas de esta distancia es que con el tiempo cierta gente de tu propio país te empieza a ver como un extraño, como si vivir fuera del país te hiciera extranjero e incapaz de entender nada de lo que sucede en México. Sin embargo, la experiencia en general ha sido muy buena y me ha dado la oportunidad de ver nuestro país y nuestra literatura desde muchas perspectivas.
-¿De tus libros, cuál es el favorito?
Una frontera transparente. Ése lo publiqué a los pocos años de haber llegado a Estados Unidos. A veces me sigo sintiendo como el niño del que hablaba en la primera pregunta, como una persona que no entiende muchas cosas que otras personas sí. Y eso me pasó con venir a otro país y que otra gente, tanto de Estados Unidos como de México, me dijera cómo era yo y cómo debía de vivir como mexicano en el extranjero. Ese poemario es una respuesta a ser definido por las otras personas o por la nacionalidad de uno. No me preocupan mucho las cuestiones de identidad y, al cruzar la frontera, súbitamente la gente me decía cuál era mi identidad y cómo debía vivirla. Una frontera transparente es un poemario en lucha por la individualidad y una apuesta por la indeterminación identitaria.

-¿Cómo se ve a México en el tema social y de inseguridad desde otras tierras?
Pues en Estados Unidos hay dos corrientes. Por un lado, hay gente sumamente informada y crítica (en el mejor sentido de la palabra) sobre las múltiples realidades de México. Hablar con este tipo de estadounidenses es sumamente enriquecedor y siempre un gusto. Entienden que varias ciudades de México se encuentran entre las más violentas del mundo (como algunas de Estados Unidos), pero saben también que muchas otras son sumamente pacíficas y seguras. Por otro lado, hay una corriente que busca hacer completamente ajeno todo lo mexicano y pintar al país como una tierra sin ninguna ley en absoluto; me parece que esto tiene tintes políticos. Desafortunadamente, hay gente que toma estos estereotipos y los acepta sin cuestionarlos (como aceptan una miríada de otras cosas) y una parte de la población sigue viendo a México como algo que es inherentemente ajeno y extraño. Por fortuna, tenemos a mucha gente que se toma el tiempo de entender y experimentar México y encuentran su belleza en toda su complejidad.
-Quienes te siguen en las redes sociales, notaron en los últimos años un gran cambio, uno de los más notorios ha sido que te convertiste en un corredor, cómo fue todo eso y qué experiencia te ha dejado?
Pues fue por cuestión de salud, principalmente. Entre 2013 y 2016 hice un doctorado y tenía tanto trabajo que me resultó imposible hacer casi cualquier actividad física durante este tiempo. Como en mi familia tenemos una predisposición a las enfermedades cardíacas, yo empecé a mostrar algunos síntomas y la doctora me dijo que tenía que empezar a hacer ejercicio. Ya había corrido antes y lo disfrutaba (y no es tan caro como otros deportes) y lo retomé. En los últimos años logré bajar 25 kilos y mi salud parece estar perfecta nuevamente. Además de la cuestión de la salud, para mí correr es una forma de apropiarse del mundo. Procuro correr a todos los lugares a donde voy e ir viendo los paisajes, los edificios, la gente. Hago mapas de mis carreras para ver qué lugares me faltan de una ciudad y correr por ahí en cuanto pueda. Por otro lado, he notado que correr distancias largas (más de 10 kilómetros en mi caso) produce un efecto muy interesante en el cerebro: hay un momento en el que uno está corriendo pero los pensamientos se apagan, hay una especie de silencio mental que se parece mucho a la paz absoluta. Cuando esto sucede, sigue habiendo dolor (para mí después de pasar el kilómetro 15), pero el dolor es irrelevante y solamente hay una especie de gozo silencioso. Me imagino que esto tiene una explicación científica, pero yo no la conozco y solamente disfruto la experiencia.

-Cuántos kilómetros has corrido desde que te iniciaste en esta aventura?
En promedio he corrido 800 kilómetros cada año. En 2021 quería llegar a los 1,000 kilómetros, pero me desgarré el muslo después de una carrera y tuve que estar en reposo por casi dos meses. Ya será para el 2022.
-Hay alguna relación entre la creación literaria y correr?
Definitivamente. Haruki Murakami publicó en 2007 De qué hablo cuando hablo de correr, que trata sobre la relación entre el novelista y el corredor. Murakami lleva más de cuarenta años corriendo y ha completado veinte maratones y un ultramaratón (100 km.). Yo diría que la experiencia del poeta es distinta, pero sin duda hay también una correlación. Para empezar, yo diría que el ejercicio en general ayuda mucho a la creación y a la claridad mental. Correr me ayudó con un bloqueo de escritura que llevaba ya un par de años, pues mientras corro aparecen casi automáticamente ideas, metáforas, sensaciones que luego trabajo un poco más y de las que salen poemas. Tampoco sé en este caso si hay alguna explicación científica, pero para mí correr ha sido la mejor fuente de creatividad, pues las ideas vienen solas, aparecen súbitamente y ya solamente hay que tomarse el tiempo de pulirlas.