El año antepasado conmemoramos el primer centenario de la publicación de La tierra baldía, que se publicó dos veces en 1922, una sin las notas finales y otra con ellas. Cien años después en México se publicaron dos traducciones, una de Hernán Bravo Varela, publicada por el FCE, y otra de Gabriel Bernal Granados publicada por El Tucán de Virginia. En España la editorial Visor publicó la traducción de José Luis Rey, en esta se traduce la versión original corregida por Pound, es un plus único porque hasta donde sé sólo existe una edición facsímil en inglés, es decir incluye el fragmento inicial tachado por Pound, que describe una borrachera en un bar, recordándome la obra teatral en el “Ulises” de Joyce, situada la de Eliot en el bar de tal Tom, con un policía represor y la mujer que sirve tragos, a un grupo de amigos envueltos en la neblina y humedad urbana.
¿Cuántas veces has leído este poema fragmentario, cubista, simultaneísta, lleno de trazos rotundos de impresionismo abstracto, geométrico y lírico?
En mi caso, honestamente, he perdido la cuenta desde que lo leí por primera vez en 1979- 1980, a los 17 años, en la traducción de Ángel Flores, creo que publicada en Premia. El regreso a ese poema extenso es como volver a los 17, después de vivir más de medio siglo, sin ser sabio competente. Ante un poema de tal calado, nuestra individualidad queda en segundo plano, y lo que realmente importa es nuestra individualidad colectivizada y su reverso: la colectividad que nos individualiza.
Aquí surge el meollo del asunto: Eliot sostuvo que el correlato objetivo implica la despersonalización del poeta, en todo el extenso poema, no aparece el pronombre Yo, yendo en contra del simbolismo francés, en el que la subjetividad de la mirada fundamenta la originalidad individual. Contrario a esto, Eliot nos invita a ver los símbolos, situándonos en la objetividad de una lectura de valores presentes en las acciones y en la intención de esas acciones. Este enfoque no confirma un sentimiento, sino una gama rica de percepciones de la realidad, compleja y entrelazada como el manto de Maya, recordando las correspondencias de Baudelaire.
Esta objetividad, según Eliot, permite desprenderse del yo lírico, dando paso al sujeto despersonalizado del poema épico moderno. En La tierra baldía, algunas voces femeninas hablan, asumiendo posturas torpes o inteligentes. Eliot no está presente como un yo lírico, pero ¿qué hay de su relación con su entonces esposa, que en términos simbólicos representa su temporada en el infierno? Aquí recuerdo algunas anotaciones que he leído de los especialistas eliotianos.
Así que no creo posible que exista la despersonalización del poema sino que decir yo es algo que no tiene la menor importancia. Creo recordar que algo dicen al respecto Deleuze y Guattari.
No sé el hecho está en que en mi lectura esa objetividad de la que habló Eliot él pudo desprenderse del yo lírico y dar paso a sujeto despersonalizado del poeta épico moderno, donde, siguiendo sin seguir a Cervantes, desbroza el lenguaje poético (lleno de exageraciones o adornos llamados poéticos, trucos según Platón) y hablan en el poema, del poeta norteamericano que se volvió inglés, en primera persona algunas mujeres. Decir voces femeninas es retórica patriarcal, machista. Son mujeres. Una de ellas violada por un militar, otra lectora del Tarot (del cuál Eliot confiesa no saber gran cosa), otra es la prima del duque. Las mujeres hablan más que frente al mundo de los hombres en el mundo de los hombres.
Y eso es lo que más me gusta, o una de las razones por las que me gusta mucho ese poema que considero como todos una experiencia liberadora. Me gusta que hay muchos sujetos y que éstos sean principalmente mujeres en acción. No sé, eso es lo que quería comentar.
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Josué Ramírez. Poeta. Autor de más de una docena de libros publicados, entre ellos Hoyos negros, Tepozán, Ulises trivial y Multivers. Sus libros han sido reseñados, comentados o mencionados por Carlos Monsiváis, Christopher Domínguez Michael, Adolfo Castañón, Luis Jorge Boone, Julián Herbert, Javier Sicilia, Armando González Torres –entre otros–. Su obra, ha sido incluida en varias antologías de las que destacan: El turno y la transición, de Julio Ortega; Reversible Monuments, de Mónica de la Torre y Michael Wiegers; y en 359 Delicados (con filtro). Antología de la poesía actual en México, de Pedro Serrano y Carlos López Beltrán. Ha sido secretario de redacción de Textual y Viceversa; jefe del Departamento Editorial del Museo Carrillo Gil; jefe de redacción de El Laberinto Urbano; productor de la revista Letras Libres; editor de Saber Ver. Colaborador de Casa del Tiempo, El Semanario Cultural, La Gaceta del FCE, La Jornada Semanal, Letras Libres, Periódico de Poesía, y Sábado. Fundador y director de Ditoria (primera época, 1995-2000). Becario del FONCA, en su programa de apoyo a Jóvenes Creadores, 1990 y 1995. Miembro del SNCA, 2000-2006.