De Boston a Viena
(3 de abril, 2006)
Anoche me fui a la cama a las nueve,
desperté sin aliento; justo ahora, a las tres.
Entre Boston y la selva hay gran distancia
pero la recorrí de un simple suspiro.
Me quedé en la cama, paralizado. En mi sueño, estaba cerca del río.
Alguien había tratado de matar a una persona usando brujería.
Esto me hizo pensar en mi prima Mimi, que vive Durham, Carolina del Norte,
muy enferma de cáncer,
luego en mi abuela en Hamden, Connecticut,
tan anciana, tan frágil.
Ayer, domingo soleado de primavera,
dejé el auto en el aparcamiento de la Universidad de Massachusetts.
Ráfagas de viento procedentes del puerto golpeaban el auto.
Yo hablaba por teléfono con mi abuela sobre irme a vivir a Viena de nuevo.
Reiteró por enésima vez,
“Sólo deseo que seas feliz.”
De camino a casa, me puse a llorar detrás de mis gafas de sol
mientras alguien cantaba en la radio, “I know I´m going away”
Estoy en Boston, en dos meses voy a mudarme a Viena.
En verdad nunca he dejado la selva, los chamanes, su magia y sus politiqueos.
Vivo a la vez en lugares distintos,
a veces en paz, otras, a pasitos.
Los caminos me han llevado a tres continentes, a un sinnúmero de lenguas distintas.
Chomsky dice, sin embargo, que sólo hay una lengua.
Espero poder hablarla antes de convertirme en lenguaje,
desapareciendo en mis emails, como Borges en sus cuentos.
Mientras, voy y me siento en la esquina del estudio a garabatear
algo así como poesía, o algo un poco más crudo,
entretanto en otro lugar del universo
mi abuela reza por mí con sus velas del Sabbat.
Si quieres, ven a llorar en mi hombro.
Ya sabes que todos partimos.
Este poema contiene un Buick Skylark 1995, dos gatos atigrados,
el clik clack del reloj en la pared,
Ka, que duerme en el dormitorio,
y yo aquí, sentado en el estudio a las 3:20 am, con mi libreta a la altura de mis rodillas…
Este poema contiene recuerdos,
esenciales, viscosos.
En Viena viviremos cerca de la Volksoper y el WUK,
un complejo de arte anarco-socialista
donde mi grupo de danza butoh sudaba haciendo ejercicios
transformándonos en nobles y duendes.
Pero ahora estoy más consciente de una pareja afroamericana que vive en las calles de Bostón
a la que conocí en Roxbury hace dos semanas.
Me pregunto sobre las lagañas de sus ojos amables –
¿es que al levantarse no se lavan la cara?
Una vez les di diez dólares,
y pasó que a la semana siguiente estuve en el mismo lugar,
esperando que abriera una galería de arte africano,
y allí estaban ellos también.
Les pregunté si podía sentarme
en su roto cajón plástico de leche
Dijeron “sí, por supuesto”, y así lo hice,
estuve escuchando a esta pareja y a sus amigos
más o menos de diez minutos
hasta sintonizar bien con su forma de hablar.
Luego les conté sobre irme a Viena a vivir,
sobre cómo los austriacos adoran lanzarse en esquí.
Y mientras hablaba de ópera con Clarence,
Betty preguntó: “¿De qué están hablando?»
Clarence contestó, “De ópera. A ti eso no te interesa.»
Pero Betty dijo:
“Eso tú no lo sabes. Me encanta la ópera.
Pero no tengo dinero para asistir».
La verdadera razón de su presencia en la acera ese día
era intentar contrabandear un poco de crack
con un preso, que formaba parte
de un equipo de limpieza de un terreno baldío no muy lejos de aquí.
Yo pregunté: “¿Cómo hace la gente para meter droga en la cárcel?»
Clarence contestó, «¡Ah!, te la puedes meter en la nariz, la oreja o el culo.
“Incluso te la puedes tragar y cagarla más tarde,
luego encenderla y fumarla en la celda!»
Me gustaría tragar algunas cosas mientras aún estoy en Boston,
llevarlas conmigo a Viena, de contrabando en el avión, incluyendo:
Hip Hop, la Maestría que a punto estoy de sacar,
la luz del sol del Puerto de Boston, la lucha política en contra de Bush,
el desfile del Día de San Patricio,
del cual prescindí, pero no quiero olvidar,
y el pub irlandés en la esquina, donde me siento incómodo
pues las personas se parecen al yo que fui hace diez años o quince.
Es repugnante decirlo, pero la metáfora es apropiada: uno traga experiencias,
y más tarde las caga como memorias, luego de encenderlas y fumarlas en la celda!
El espacio y el tiempo son enormes,
pero los puedes pasar en el lapso de un simple respiro,
solo, fumando memorias
como bolitas de crack.
El suspiro forma parte del sendero.
Ahhhhhhhhhhh, el sendero.
Es lógico, senderológico, es senderopatológico,
es un antiguo senderologístico, entre el aquí y el allá,
es un sendero bien trajinado por el gato atigrado
y el caracol gigante, que nunca abandoné, y ahora me lleva.
Ayer, cuando llegué a casa de la universidad
y el cielo aún estaba claro,
estaba inquieto, dando vueltas por la sala
pues sabía que tenía que partir.
Llamé a mi madre y salí con el celular al Puddingstone Park,
sobre la colina atrás del supermercado Stop and Shop,
y sentía que la tierra me estaba mareando,
miraba el inteligente atardecer que me devolvía la mirada
y miraba los relucientes cristales geométricos de la ciudad de Boston,
fríos, amarillos y plata, acurrucándose contra el cielo azul pizarrón,
y miraba las hileras de bonitas casas con individuos y familias dentro
y sentí la hierba comprimida bajo mis zapatos.
No lo vi
pero el sendero estaba enroscado como una serpiente detrás de mí.
Y dije a mamá: “Voy a fumarme un puro cubano que Mike Milne me dio
la última vez que estuve con él”
Mamá respondió: “Te aconsejo dejarlo en el bolsillo»
Yo dije: “Pero es un puro cubano»
Y dijo ella: “Pero es cancerígeno»,
y lo que yo indiqué: «Pero el cáncer bucal provocado por los puros cubanos son mucho
más ricos y sabrosos que los causados
por los cigarros normales».
Y escuché la cálida y cariñosa voz de mamá contándome acerca
de su trabajo de edición, y de cómo es caminar con su nueva rodilla, que está ahora muy bien,
y del nuevo libro de Sam Walker sobre béisbol,
y del nuevo libro de Ted Chamberlain sobre caballos,
y sobre que Janie podría venir a Maine el próximo verano,
y sobre que Saramanda se casó
dos meses antes de lo planeado
solos ella, él y los padrinos de la boda
tan sólo fueron al Juez de Paz y se casaron,
pero de todos modos en mayo van a tener otra boda,
y mi prima Mimi sonaba bastante mal por teléfono la semana pasada,
ahora usa un andador para moverse.
Debería llamarla,
seguro le gustaría,
hablar con ella a gran distancia,
de suspiro en suspiro
y uno trata de respirar lento y profundo
cuando sabe que pronto va a irse muy lejos.
© Nathan D. Horowitz
© Traducido por Enrique Moya
Nacido y criado en Michigan, el escritor/maestro/traductor/corrector Nathan D. Horowitz tiene una licenciatura en inglés y una maestría en lingüística aplicada. Después de cuatro años en Latinoamérica y quince en Austria, vive con su esposa e hija en Baltimore, Maryland. Es autor de al menos dos volúmenes de no ficción creativa sobre el chamanismo con ayahuasca ecuatoriano y traductor de tres volúmenes de ficción ecuatoriana, un volumen de poesía venezolana y la autobiografía del último chamán-jefe del pueblo Siekopai de la selva amazónica. Su trabajo ha aparecido en Ann Arbor Observer, Ashé, Cenacle, Dragibus, Driesch, Eat The Storms Podcast, Fudoki, GAS: Poetry, Art & Music, Global City Review, Kritya, Maquina Combinatoria, McQueen’s Quinterly, Michigan Quarterly Review, Psychedelic Press UK, Q Magazine, Qarrtsiluni y WordCityLit.
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Boston to Vienna
(April 3, 2006)
I went to sleep last night at nine,
woke up just now at three with a gasp.
The distance between the jungle and Boston is so huge,
but I crossed it in a single breath.
I lay in bed, not moving. In my dream, I was near the river.
Someone had been trying to kill someone else with witchcraft.
This led me to think about my cousin in Durham, North Carolina,
who’s so sick with cancer,
and then about my grandmother in Hamden, Connecticut,
who’s so old and frail.
Yesterday, a sunny spring Sunday,
I was parked in the north parking lot of the University of Massachusetts – Boston.
Gusts of wind off the harbor were hitting the car.
I was talking with my grandmother on my cell phone about leaving for Vienna.
She reiterated for the umpteenth time,
“I just want you to be happy.”
On the drive home, I started crying behind my sunglasses
when someone sang on the radio, “I know I’m going away.»
I’m in Boston, moving to Vienna in two months.
I also never really left the jungle, the shamans, their sorcery and their politics.
I live in several places at once,
sometimes at peace, sometimes in pieces.
My path has led through three continents and a number of different languages.
But as Chomsky says, there is only one language.
I hope to learn to speak it before I become language,
disappearing into my e-mails as Borges disappeared into his short stories.
For now I’ll just sit here in the corner of the study scribbling
something like poetry, only more crude,
while in another room of the universe
my grandmother prays for me over her sabbath candles.
Come cry on my shoulder if you’re in the mood to.
You know we’re all going away.
This poem contains one blue Skylark, two tiger cats,
the clicking tock on the wall,
Ka sleeping in the bedroom,
me sitting here in the study at 3:20 a.m. with my notebook on my knees…
This poem contains memories,
boiled down, resinous.
In Vienna we’ll live near the Volksoper, and the WUK,
an anarcho-socialist arts complex
where my butoh dance group used to work up a sweat
transforming ourselves into nobles and hobgoblins.
But now I’m closer to the African American street people couple
I met in Roxbury two weeks ago.
I’m wondering about the white crud under their friendly eyes—
didn’t they wash their faces in the morning?
One day I gave them ten dollars,
and the next week I happened to be back in the same place,
waiting for a gallery to open,
and they were there too,
and I asked them if I could sit down
on their cracked plastic milk crate
and they said “Sure,» and I did,
and I listened to them and their friends
for about ten minutes before
my ears attuned to their way of speaking
and then I was telling them about going to Vienna,
and how the Austrians love ski jumping.
And as I was explaining opera to Clarence
Betty said, «What are you two talking about over there?”
And Clarence said, «Opera. You’re not interested in it.”
But Betty said,
“That’s what you don’t know about me. I like opera.
I just don’t have no money to go see it.”
The subtext of their presence there on the sidewalk that day
seemed to be that they were trying to
smuggle some crack to a prisoner who was part of a work crew
cleaning up a vacant lot nearby.
And I said, “How do people smuggle drugs into prisons?”
And Clarence said, “O you can put it in your nose, in your ear, in your ass.
“You can even swallow it and shit it out later,
light it up in the cell!»
I want to swallow some things while I’m here in Boston,
and smuggle them with me on the plane to Vienna, including:
Hip Hop music, the Master’s degree I’m about to earn,
the sunlight on Boston Harbor, the political struggle against Bush,
the St. Patrick’s Day parade,
which I avoided but don’t want to forget,
and the Irish pub on the corner where I feel uncomfortable
because the people look like me ten or fifteen years ago.
It’s disgusting to say this, but the metaphor is apt: you swallow experiences,
and later you shit them out as memories and light them up in your cell.
Space and time are so huge,
but you traverse them in the span of a single breath,
alone, smoking memory
like crack.
The breath is part of the path.
Ahhhhhhhhhhh, the path.
The path is logical, it’s pathological, it’s a logistical old
path between there and here,
it’s a well-trod trail for tiger cat or giant snail,
and I never left it, and now it’s taking me away.
Yesterday, when I got home from the university
and the sky was still light,
and I was restless and pacing around the living room
because I knew I was going away,
I called my mom and took the cell phone
out to Puddingstone Park on the hill above the Stop and Shop supermarket,
and I felt like I was getting high on the earth,
and I looked at the intelligent sunset that was looking back at me,
and I looked at the geometrical crystals of the Boston skyline gleaming,
cold, yellow-silver, snuggling back against the slate-blue sky,
and I looked at the nice row houses with individuals and families in them
and I felt the grass compressed under my shoes.
I didn’t see it
but the path curled up like a snake behind me.
And I said to my mom, “I’m going to smoke a Cuban cigar
that Mike Milne gave me last time I was in town,”
and my mom said, “You ought to leave it in your pocket,”
and I said, “But it’s a Cuban cigar,”
and she said, “But it’s still carcinogenic,”
and I said, “But mouth cancers caused by Cuban cigars are so much
richer and more full of flavor than those caused by
ordinary cigars.”
And I listened to my mom’s nice warm voice tell me about
her editing job and how she can walk on her new knee pretty well now,
and Sam Walker’s new book on baseball,
and Ted Chamberlain’s new book on horses,
and Janie might come to Maine in the summer,
and Saramanda got married
two months before the wedding was planned,
she and he and the best man and the best woman
just went down to some justice of the peace and did it,
but they’ll have another wedding in May anyway,
and my cousin Mimi sounded pretty bad on the phone last week,
she uses a walker to get around now.
I should call her,
she’d like it,
talk to her across a great distance,
one breath at a time,
and you try to breathe slowly and deeply
when you know you’re going away.