El dios de la pobreza
Entré en aquella casa de madera y piso de tierra,
todo estaba ordenado, limpio,
como es normal en los hogares pobres.
En una esquina, sobre una tabla de madera en el suelo,
San Lázaro protegía la familia,
erguido en muletas, los perros lamían las llagas de sus piernas.
Ningún santo puede ayudar a los pobres,
pero aquella familia, que ese día no tenía ni azúcar para hacer café,
confiaba en la salvaguarda del viejo ulceroso.
Fui convidado a la mesa. Arroz, aguacate, boniato y una migaja de carne.
Un plato de pobres dado con buena voluntad,
mientras lo comía con buen apetito, recordé los tantos días que no tuve ni un plato de comida, o que sólo comí arroz blanco,
porque en este país tener carne en la mesa es un lujo,
como fumar cigarros de marca, beber ron caro o tener tiempo para leer un libro.
Algunos días son como un plato vacío en la mesa,
hay que llenarlo con lo que aparezca,
ponerle una pizca de sal a la angustia,
tragarse el corazón con todas sus deshonras,
devorar los pensamientos negativos
antes que estos te transformen con su ácido gástrico.
No creo en ningún dios. Pero al irme de esa casa
comprendí que el dios de la pobreza siempre pone un plato de comida en la boca de sus fieles.
A la izquierda el camino llega al mar
Culpable, me confieso un pensador de izquierda.
No a la manera de los políticos
con sus lenguas antiderechistas, antidemocracia, antilibrepensadores, antiverdad.
Me declaro de izquierda porque creo que el hombre vale por lo que es y no por sus horas de trabajo.
Me declaro de izquierda porque en el ’68 mataron a Martin Luther King.
Me declaro de izquierda porque Estados Unidos está construido sobre cementerios indígenas,
en sus ríos corre la sangre de mexicanos y el sur era esclavista.
Me declaro de izquierda porque el peso del desarrollo lo cargan los pobres.
Me declaro de izquierda porque el campo socialista se cayó en el ’90 y todavía no se construyen sus ruinas,
el subdesarrollo pesa mucho más y también lo cargan los pobres.
Me declaro de izquierda porque el éxodo de mi pueblo no fue por el desierto sino por el mar.
La tierra prometida siempre fue un espejismo.
Me declaro de izquierda porque siempre amé el mar.
Abjuración de la hoguera
Galileo, que defendía una verdad científica importante, abjuró de ella con la mayor facilidad del mundo, cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera
Camus
Viendo lo que ha sido la historia, los crímenes, la neocolonia, el racismo, la dictadura,
viendo a la libertad llevando grilletes,
el hambre, los campos de trabajo obligatorio.
Viendo a Martí tirado en tierra, cargando con su muerte iconoclasta.
Morir por la patria es morir
cayendo de bruces en el polvo de la historia,
condenado a un mural o a un libro de texto.
No le temo a la hoguera,
Galileo estaba en posesión de una verdad subversiva,
consideró que su vida era más valiosa que cualquier verdad,
a fin de cuentas de nada me sirve saber que la tierra no es plana y gira
sobre mi cabeza a 150 mil muertes por segundo.
En esta era de guerras civiles y asesinatos de líderes sociales,
hambrunas, represión policial y cero libertad de expresión,
poseo esta verdad a la cual no renuncio:
Es absurdo dar la vida por una causa aunque fuera justa,
la historia sepulta de sangre a los héroes
y la tierra gira sobre su eje nuclear a un ritmo indetenible de 465 misiles por segundo.
Campo de minas
Comenzar a pensar es comenzar a estar minado
CAMUS
Se nos pidió soñar en colores y pensar en blanco y negro.
Como parte de una moda, no fue permitido vestir de forma polisémica.
Nos dibujaron Guernicas en todas las paredes y advirtieron
que las zonas grises eran peligrosas,
sobre todo evitar los claroscuros
y las degradaciones.
Yo, antiguo pensador polícricomo de izquierdas y derechas,
defensor del uso de la materia gris,
habito un campo de minas
donde pensar es arriesgarse a volar por los aires.
Tengo mucho que callar
Quieren saber qué opino de Auschwitz, Somalia, Kabul y de la crisis del socialismo actual,
opino lo que todos opinan,
callo lo que todos, por pudor o vergüenza, callan.
Luis Carlos Sarduy (1990) Nacido en Cuba, provincia de Holguín.