En el año de 1581 Miguel de Montaigne, el insigne escritor francés abrevadero de las más variopintas ideas y concepciones, quien inventó el género literario del ensayo, hizo un prolongado viaje a Italia. Buscaba un remedio para aliviar el mal de piedra, (cálculos renales) que le aquejaba, bebiendo de los numerosos manantiales con aguas curativas existentes en la península. Legó un detallado diario de lo que miró y de la cantidad de sucesos que le ocurrieron. Era de noble familia y además había publicado ya un primer volumen de sus Ensayos, por lo cual las puertas de la corte romana se le abrieron y se le dispensaron favores para recorrer ciudades y pueblos.
En tiempos de sangrientas guerras religiosas, Montaigne siendo católico, pudo dar libre curso a sus ideas, procurando siempre de no caer en alguna falta que ameritara la atención del Santo Oficio, siempre vigilante. Puso incluso su manuscrito a la vista de los censores del Vaticano, quienes más que buscar infidencias doctrinales, ponían sus cuidados en las deslealtades o enemistades políticas. No encontrando ninguna de ellas en el autor del escrito, se lo devolvieron sin observaciones.
Los retratos que hace de los paisajes, costumbres, prácticas religiosas, comida, lenguas, etcétera, de Italia en tiempos del Renacimiento, son ilustrativos en extremo y una delicia para los lectores.
Estuvo en Roma durante las celebraciones de la Semana Santa, cuando desfilaban los miembros de cientos de cofradías agrupadas en torno a santos de diversas devociones. Por cierto, en México estos organismos son escasamente notables, aunque mantengan ciertas influencias subterráneas en la iglesia católica y en la mentalidad y acciones de algunos funcionarios públicos. En contraste, recuerdo hace unos años en Lima, cuando se saca a la procesión al Señor de los Milagros, miré el tumultuoso desfile de las cofradías, cuyos miembros se turnaban en soportar la pesada plataforma con el enorme Cristo colocado en el centro. Lo que Montaigne presenció en Roma, supongo que fue algo parecido, hace medio milenio. Las autoflagelaciones, las espaldas sangrantes, los espasmos y rictus provocados por el fervor religioso, no eran muy diferentes a las que podemos contemplar por ejemplo cada 12 de diciembre en la ciudad de México.
Sin embargo, entre las muchas de sus observaciones, consigno una, por curiosa y trascendente. Escribió Montaigne: «…los portugueses manifestaban su obediencia la semana de Pasión y también ese mismo día la estación se hacía en San Juan Porta Latina, iglesia en la que algunos portugueses, años antes, habían formado una extraña cofradía. Se casaban varón con varón en la misa, con ceremonias idénticas a nuestras bodas, celebraban la Pascua, leían el mismo Evangelio de las nupcias, y después se acostaban y vivían juntos. En Roma opinaban que, como en la otra unión, de macho y hembra, lo único que la legitimaba era el matrimonio, le había parecido a esta gente refinada que esta otra acción resultaría igualmente justa, autorizada como estaría por ceremonias y misterios de la Iglesia…»
Considerando la rotunda y obstinada condena de la jerarquía católica y de sus numerosos seguidores al llamado hoy matrimonio igualitario, me sorprendió encontrar este testimonio de su práctica hace mas de quinientos años, justamente en el corazón de la estructura eclesiástica, a unos cientos de metros de la sede papal. Y más aún, sancionadas estas uniones con todos los ritos cristianos. Asumían que su sometimiento a los mismos las legitimaban plenamente igual que a las celebradas entre hombre y mujer.
¿Cuándo se modificó la posición del clero católico al matrimonio entre homosexuales? ¿Siguió en ello a los reformistas protestantes? Lo ignoro, pero son cuestiones de interés actual.
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El doctor Víctor Orozco es profesor investigador de la UACJ, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, representante en Chihuahua de la Academia Mexicana de Historia, ganador de la presea «Gawí Tonara» en 2019, homenajeado por el Congreso de Chihuahua con la medalla «Víctor Hugo Rascón Banda» en 2012.
Es maestro Emérito de la Universidad Autónoma de Chihuahua, maestro Emérito de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, creador Emérito del estado de Chihuahua, fundador y director de la revista Cuadernos Fronterizos, fue catedrático de la UNAM, de la Universidad Autónoma Chapingo, de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y catedrático de UTEP y autor de una veintena libros.