Hoy en nuestro mano a mano presentamos a dos escritores argentinos, Jorge Luis Borges (1889-1986) y Macedonio Fernández (1874-1952), quienes contribuyeron, a afianzar el estatus genérico del microrrelato latinoamericano, y ayudaron, igual que Augusto Monterroso, Julio Torri y Juan José Arrola, a textualizar la concentración y miniaturización de grandes historias.
Sin más preámbulos, dejemos que suban al ring.
Abel y Caín
Por Jorge Luis Borges
Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Abel contestó:
—¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes.
—Ahora sé que en verdad me has perdonado —dijo Caín—, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar.
Abel dijo despacio:
—Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa.
Artificios
Por Macedonio Fernández
-Mujer, ¿cuánto te ha costado esta espumadera?
-1,90.
-¿Cómo, tanto? ¡Pero es una barbaridad!
-Sí; es que los agujeros están carísimos. Con esto de la guerra se aprovechan de todo.
-¡Pues la hubieras comprado sin ellos!
-Pero entonces sería un cucharón y ya no serviría para espumar.
-No importa; no hay que pagar de más. Son artificios del mercado de agujeros.