En los barrios y colonias aparecieron. Eran los primeros rebeldes o tirilones de Ciudad Juárez, con sus modas y sus pelos, modismos y caló, a mediados de los años Cincuenta, pero les faltaba algo propio. Grupos que los representaran.
En esa década había un relevo en el mundo, con sus convulsiones de siempre, guerra, crisis económica y una autoridad cuestionada, ya sea la del padre, el político, el presidente, todo lo que se pensara como autoritario.
Las riendas se aflojaron y los jóvenes empezaron a ser jóvenes. Antes no. Por lo menos no como se conoce, porque en aquella época las personas pasaban de niños a adultos sin transición. La ropa para adultos era la misma para los infantes, pero recortada…Era la tiranía de los adultos.
De pronto apareció el rock en el mundo y con él todos los agregados culturales, entonces los chamacos-viejos se atrevieron a ser diferentes; a ser ellos mismos, no sólo en las grandes capitales, sino también en las pequeñas ciudades y poblados.
Al grito de “si ellos pueden, yo también puedo”, los chavos juarenses comenzaron a practicar sus instrumentos musicales, muchos de ellos elaborados por propias manos, con los que imitaban a los líderes del movimiento juvenil: Elvis, Little Richard, Fats Domino y Chuck Berry.
Empezaron a reunirse en los patios de sus casas, en las cocheras, en las residencias de los juniors de aquel tiempo, que eran los que tenían instrumentos de primera, en donde las clases sociales se mezclaban, pero también en tocadas al aire libre en calidad de experimento.
Uno de los garajes que crearon fama fue uno que se ubicaba en la calle Ochoa, entre la avenida Lerdo y Madero, justo a un lado de la vecindad-cabaret del legendario Bucho Camacho, propiedad de Marino Ríos, melómano irremediable.
En ese cascarón de adobe con un tejado cobrizo, de las viviendas antiguas del centro, empezaron a circular las cadencias suavecitas, como una caricia de pluma, del saxofón: el Neeena/ neeena/ neeena loca/ de lo que dicen de tiiii/ no me importa.
Era los ritmos de los muchachos que ensayaban casi a diario, hambrientos de éxito, los que después se nombraron Los Seven Teens, quienes compartían penurias e instrumentos, con otro grupo autonombrado Los Griegos, una banda encaminada por las veredas del rytm & blues.
Después aparecieron más grupos y llegó un momento en que cada barrio o colonia contaba con uno o más conjuntos: Los Alambritos, Los Doctores, Los Flamitas, Los adolescentes; luego arribaron Los Silver Boys, Los Night Twisters y los Clovers, todos querían oportunidad y la tuvieron.
Los Seven Twisters, Los Reyes del Twist, salieron a conquistar la capital a bordo de un autobús “Chihuahuense” se dirigieron rumbo al Defectuoso, donde conocieron y audicionaron para Guillermo Ochoa, de Musart, y gustaron.
La contratación fue inmediata y la compañía les dio todas las facilidades, entre ellas, introducirlos en el mundillo musical de Chilangolandia, sobre todo con los artistas que trabajaban para el sello Musart.
Sus integrantes tuvieron un papel pequeño en la película El Gangster, en la que actuaron Angélica María y Arturo de Córdoba, que a raíz de esa aparición, entraron en amistad con Manolo Muñoz, a quien le grabaron algunas pistas y le acompañaron en presentaciones en el teatro Blanquita.
En 1974 se celebró un baile en el Malibú, para celebrar los 15 años de Los Seven Teens, en los que tocaron con varios grupos y aristas juarenses; después se volvieron a reunir en Radio Kama y enseguida tocaron en El Paso, en un salón de la North East.
(Artículo escrito por el periodista Luis Villagrana, originalmente publicado en la revista Cuentario el 28 de enero de 2018, revista que daría a luz a Poetripiados)