Las indagaciones arqueológicas señalan que alrededor de 10 mil años atrás, los gatos fueron domesticados por agricultores de Medio Oriente y África. En las civilizaciones de Egipto y Medio Oriente, se encuentran restos de felinos rayados, en tanto se hallaron moteados en los sedimentos de las habitaciones medievales europeas.
En su origen, fueron empleados para controlar las plagas de roedores y alimañas de las granjas, posteriormente de las ciudades e, incluso, de los barcos. Sin embargo, hoy en día podría admitirse casi como una excentricidad tener un gato para que devore roedores caseros. Su esencia, más bien, se reduce a lo ornamental o como animales de compañía.
En general, se admite el carácter indomesticable de los gatos, incluso se traen a colación como ejemplo de independencia, libertad, soberbia, engreimiento; rasgos de su naturaleza que también son empleados como pretexto para ser rechazados. No son lambiscones como los perros, sino parcos y soberbios.
De igual forma, ellos han sido objeto de estudio biológico, anatómico, religioso, mitológico y artístico. También se han desarrollado obras artísticas de alcance mundial y se sigue indagando su origen. En suma, son animales atractivos para todas las culturas donde se encuentran y en ellas pueden hallarse vestigios artísticos alrededor de su maravillosos forma de ser.
Desde la pintura mural del antiguo Egipto hasta los estudios de Leonardo Da Vinci, o su consignación en El jardín de las delicias (1504), de El Bosco; los trabajos de Pierre Auguste Renoir como Joven con gato (1876), Muchacha durmiendo (1880), entre muchas otras que se siguen sumando a la pila gigantesca de obras alrededor de este animal emblemático. Del siglo XX, están las obras de Edouard Manet, Toulouse Lautrec, Henri Matisse, Dalí, Picasso, Makoto Muramatsu o Antonio Capel. Obras, a través de las cuales, se construye un panorama de la historia pictórica en la cultura y, de paso, la percepción que de los gatos se ha construido a lo largo del tiempo.