La pólvora invisible
el coche está sucio y huele a colillas
y el suelo tan lleno de barro
que a veces creo
que no podré pisar el freno
cuando tomemos una curva
más cerrada de la cuenta
aunque no tengo prisa
y no llego a tener muy claro
si es que importa
que lleguemos a algún destino
hemos caminado muy despacio
por una ciudad pequeña
y después de almorzar
en un restaurante vacío
unas truchas rellenas asalmonadas
y dos botellas de vino blanco
—Chardonnay—
hemos decidido
regresar a casa
no ha habido una palabra
más alta que otra:
todo ordenado
todo perfectamente civilizado
las personas educadas
son capaces de odiarse
sin nada que lo demuestre
podríamos decir que a veces
reside en cada gesto contrariado
en cada palabra no dicha
un resto de cariño agridulce
es la pólvora invisible
en las manos del asesino
pero hablamos mientras conduzco
y el coche avanza como una planeadora por el Estrecho
y la carretera se escora como un barco a punto de hundirse
y el bosque está rizado de marejada
y manojos de flores en los arcenes
recuerdan donde habitan los aparecidos
que se asoman en las noches de tormenta
para asustar a gente perdida
gente perdida como nosotros
de vez en cuando veo
unos ojitos brillantes
que nos acechan
y no puedo evitar sonreírme
mientras pienso en cuando éramos niños
y nos daba miedo lo desconocido
— ya no
me dices
— ahora queremos mover las cortinas
ver qué se esconde tras ese miedo
hoy,
los dos lo sabemos,
lo que nos deja paralizados
es saber del vacío bajo la cómoda
del espacio muerto junto a la ventana
y nos quedamos en silencio
la lluvia desdibuja el futuro gota a gota
y el pasado en el cristal trasero
es un limpiaparabrisas roto
incapaz de desplazar al agua sucia
por una superficie cada vez más oscura
y parece que a medida que nos acercamos
cae con más intensidad
agua
agua rabiosamente turbia
agua que es pura zozobra
y que no podrá hacer que empecemos de nuevo.
Somos el fuego
Muchos de nosotros no encontramos
la virtud del término medio
preferimos que el fuego robado y su resplandor
guiaran nuestra mirada
que trazaran el correcto apotema
hasta el centro de esta figura
desigual y perfecta
que es nuestra vida
casi no nos dimos cuenta
: son otras manos las que juegan con ella
otros dedos son los que doblan
y desdoblan sus pliegues
los que aquilatan sus ángulos
los que redondean sus aristas
rellenan sus simas y liman sus cumbres
y requiebran donde mayor resistencia encuentran
nuestra voluntad de papel
para que su forma se amolde
a lo que el mundo espera
en realidad
de nosotros
nosotros
que no llegamos a comprender
que somos el fuego robado
su resplandor
su rescoldo
lo que no dura
más
que este instante.
Rafael Muñoz Zayas, Panamá, 1972. Escritor. En 2019 publicó Los astronautas de verdad no regresan a casa, Editorial PreTextos. En 2020, junto al artista plástico José Medina Galeote, con el que conforma la personalidad artística Walter & Balboa, crearon el artefacto Aprendizaje, editado por http://dss.siberianabooks.com Pilota en www.lacabinadecombate.com