Todos supieron que confié en las palabras.
Que las doblé como a papel para formar barquitos y salvarme
De los siete diluvios cotidianos.
Uno monta los caballos mientras
Los hígados de los caballos
Construyen su discurso
Con los montones de brújulas que se averiaron
De tanto chocar contra los horizontes.
Los trofeos me marearon el ramaje,
Ya nunca me creí digno de mis recuerdos
Eran grilletes amplios como patio de fútbol.
Todos supieron
Que las palabras
Me pensaban a mí más que yo a ellas
Y que el librito
Que me comía en cada amanecer
Estaba hecho de hipos y estornudos
De carraspeos, de bostezos y de gárgaras
Y de esos silbatos tartamudos que recitan de memoria
La partitura virgen de las soledades.
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Carlos Antonio Hernández.
Dominicano.
Cédula #001-0343388-4.
Sangre A positivo, de un rojo inevitable.
5.9 sin zancos.
Cojeo de un oído.
Soy friolento, presión baja.
De prosa tartamuda y verso prófugo.
Se cree que pinto.
Nací entre las conversaciones
de una mulata de Cotuí con un sargento Santiaguero,
Dos años antes que mataran al Chivo.
Graduado en Trespatines, té de apasote y lluvia.
Dios cree en mí.
Nunca sé a cómo estamos del mes.
Ni si Julio o Junio va primero.
Y tengo el hábito de no matar a nadie.
33 de cintura y contando.
Calzo 10, o cada vez que puedo.
Sucedo de oído.
Y cuando no tengo nada qué hacer,
trabajo.