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La pintura fugaz del amor que reverdece

Solo tú, poesía, haces que valga la pena seguir a la intemperie de la vida

Por Aleyda Quevedo Rojas / 16 de enero de 2022

El amor y su exigencia,
esa llama que me quemó, arrastró y hundió.
Ni navajas, ni besos, ni cuerpos,
ni el aleteo de la fe en forma de religión,
ni el palpitante viento con sus dilemas,
nada me sostuvo hasta llegar a este momento.
Solo tú, poesía, haces que valga la pena
seguir a la intemperie de la vida,
en el reluciente filo de navaja.

¿Quién soy?

¿Quién soy?
Tal vez la mujer senos de ámbar
y pies helados que escribe versos
para reconfortarse
Más la poesía
solo logra descarrilarme
Como el tren rojo que soy
Ese tren que se abre paso
entre las montañas puntiagudas
y difíciles de algún país
Ese tren que nunca llega
a ninguna estación de humo
Esta mujer que emana voces
Trenes y más trenes
que me esperan
Versos para sobrevivir
¿Quién soy?
Quizá este cuerpo encendido
que aún guarda tus huellas en los pliegues.

ADIVINACIÓN

Tiempo me ha llevado leer en las pantallas
Acostumbrarme a tu alma entera en digital
Las palabras ardientes, antiguas, amorosas que me escribes
parecieran suspendidas –flotando- en el vidrio liso del celular
Imagino que dispones de ellas como disponías de mi cuerpo
y con las letras líquidas me acaricias la piel también lisa
Acomodas mi espalda entre uno y otro mensaje
entre uno y otro audio con tu voz que reconecta lo privado
de nuestros encuentros, con nuestros verdaderos nombres y rostros
Miro tu foto que te trae a mí, se te parece y con cierto
tono de luz y contraste pareces tú mismo
Mucho tiempo me ha llevado saber que fuimos felices
Tan libres antes de que el mundo se convierta en esta red
que nos separa mucho más allá de la adivinación
Tiempo me ha llevado saber que moriremos cada uno en su ciudad.

PROFUNDA ASFIXIA

Es el agua blanca que troca la piel en fina capa de hielo, dermis clorada. ¿Quién escupió el virus sobre mí? Muevo las piernas y miro como suben burbujas –desde los pulmones- hasta el hielo de mis fosas nasales. Capas blancas de hielo que asfixia. La muerte es dolor petrificando los ojos, pez que sofoca tensando muy fuerte el hilo de oxígeno. Nada la muerte conmigo. Muros blancos y sólidos en los ojos, en la tráquea. Peces, divagaciones, memorias, gélidas formas del sueño. Nada conmigo la muerte a lo ancho de la cama del hospital blanco. Distingo la silueta del respirador artificial desde hace 14 días. Distingo el frasco de gel sobre la mesita de noche y la luz polar azulada cruza mis ojos en los tramos de profunda asfixia. No espero nada…

LA OPACIDAD DEL DESIERTO

Recorro las autopistas de la noche
nada me detiene
ni siquiera el canto del destino
que circunda mi piel
como extraño medallón astral

Las dunas del miedo
reducen mis manos a polvo

En la arena me mimetizo y pulverizo
repitiendo un acto fallido
No se deja huellas en el desierto

Un camello aparece en el rabo del ojo
sonámbula
sudando gotas agrias
lo sigo viendo en mi arenario

Los reptiles
toman las formas de la arena
se escurren
se deslizan cuando la pasión se niega

La naturaleza del sexo y el amor
son de origen volcánico
reptiles de sílice
que se desdoblan
para escapar con el viento
en la más absoluta promiscuidad

Corazón tan rubio
tan furiosamente dudoso
llevado por la velocidad
de las colinas que se deshacen
infalibles al amanecer

La arena es virulenta
sus dobleces resucitan y se volatilizan
una y otra vez
en el infinito
desgastante y necesario del amor

Observo el movimiento de las estrellas
amontonadas en el cielo
tengo vértigo
cuando parece que mis ojos
han logrado tocar la superficie del reino

En el arenario
piel llama a piel
y en la rugosidad
lamer sudor es el paraíso

Cuerpos metálicos
que se atraen y rechinan

El desierto es una palabra de arena
que se mueve y desaparece bella
y los amantes iguanas
que amargamente se arrastran en busca de un corazón

Cielo arriba
cielo abajo
El cielo del desierto
En mitad de la luz solar
Perforando mis pupilas

Soy la salamandra
que llegó a la inmovilidad
Contemplo el reino de dunas rojizas

Memorizo los besos fuertes
la novedad de la saliva
que bloquea mis sentidos y deja mi cuerpo sin paisaje
como piedra abrumada

La arena traga los pies
en el pantano de los impulsos

Nada produce el sentimiento
de ser de ninguna parte
de pertenecer a dos sexos guerreros
solo la noche del desierto

Me hago carne
me enraízo en la grava
mis uñas se aferran
a las formas onduladas de este espacio

Soy yo misma la que se hace
carne de la desidia
para acelerar la evaporación

Aquí estoy repitiendo el acto fallido:
No se deja huellas en el desierto
No se deja huellas en el desierto.

CORALES

No importa la profundidad del descenso
o la imposible maleza derramada en el camino.
Es largo y frío el viaje sobre oscuros caballos.
Ejercicio de inmersión y belleza piadosa
hasta pisar altos jardines de coral negro.
Entre mi dolor –que conozco tanto desde el lodo-
y el universo poco explorado por la falta de tus palabras,
me quedan flotando la impenetrabilidad de la música y la sal.
Las medusas atrapadas entre mis pestañas me jalan rápido.
Más no importa el precio del descenso.
Es necesario volver al camino consciente del miedo
y el aliento del océano golpeándome en la nuca.

ALBAHACA

Sobre la contenida hierba
que perfuma tu cuerpo
elijo el viscoso verde medicinal
que se extiende sobre tu pecho compasivo
Te beso y me sabes a pesto
a musgo aromático
y raíces marinadas con saliva
a arbusto tímido y estimulante
cual phatos de la botánica
En la extensión lisa del sartén
arden las emociones de las hojas frescas
la pintura fugaz del amor que reverdece.

Quito, Ecuador, 1972. Poeta, editora, comunicadora, ensayista literaria y activista cultural. Editora del catálogo digital de poesía Alfabeto del Mundo cuyos libros están disponibles para descarga sin costo aquí: http://lacastalia.com.ve/ y https://edicionesdelalineaimaginaria.com/

Ha escrito y publicado 10 libros de poesía, cinco de los cuales tienen segunda edición en 5 países. “Cierta manera de la luz sobre el cuerpo” es la antología que reúne su obra con un amplio estudio académico del escritor y catedrático cubano Jesús David Curbelo. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Jorge Carrera Andrade” con su libro: “Algunas rosas verdes”. Sus poemarios “Soy mi Cuerpo” y “Jardín de Dagas”, han sido traducidos al francés, y este último publicado en Francia. Ha representado a su país en los más importantes encuentros, ferias del libro y festivales internacionales de escritores en Canadá, España, México, Argentina, Colombia, Nicaragua, Puerto Rico, Perú, República Dominicana, Venezuela, Francia, Cuba, Chile, Uruguay y Brasil. Ha sido traducida al francés, inglés, hebreo, sueco, portugués, rumano, ucraniano e italiano. Ha sido curadora y editora de una docena de antologías y libros de diversos autores de América Latina y el Caribe. Trabaja como consultora de comunicación, políticas sociales y culturales y educación superior en artes. Colabora con la revista de literatura: www.vallejoandcompany.com

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