I
Tristessa, de Jack Kerouac, es la gran novela beat sobre México. La historia está ambientada en las calles de la llamada región más transparente en la década de los años cincuenta y tiene como personaje principal a una bella mujer de rasgos indígenas llamada Esperanza Villanueva.
En 1955 el escritor Jack Kerouac llegó a vivir a México al domicilio ubicado en el número 210 de la privada de Orizaba, en la colonia Roma, donde rentó un cuarto de adobe, sin luz ni agua. Kerouac en ese momento estaba lejos de tener el reconocimiento que le daría En el Camino, el libro que marcó a toda una generación. No obstante, atravesaba por una etapa intensamente creativa. Puede decirse que en aquel momento escribió los mejores libros de su carrera literaria.
En el México de aquellos días se proyectaba en los cines Ensayo de un Crimen, de Luis Buñuel; se publicaba Pedro Páramo de Juan Rulfo; la canción más escuchada era Cien Años, en voz de Pedro Infante, y el campeón del torneo de futbol había sido el equipo Zacatepec.
Durante su estadía en la colonia Roma, Kerouac conoció a Esperanza Villanueva, la mujer que le conseguía las drogas a su amigo Bill Garver. También por esas fechas escribió México City Blues, un libro conformado por 242 poemas inspirados en la Ciudad de México, los cuales hilvanó como “un poeta de jazz que interpretaba un largo blues en una jam session de domingo por la noche”.
Kerouac se enamoró de Esperanza, de veintiocho años, indígena pura, adicta a los opiáceos, con fuertes creencias católicas, inculta, prostituta, seductora, incontrolable a veces, tanto que cuando no tenía drogas se volvía sumamente violenta contra Garver y Kerouac.
Esperanza Villanueva había estado casada con Dave Tesorero o Tercereo, la persona que le conseguía drogas a otro beatnik que residía en México: William Burroughs. Kerouac la convirtió, bajo el nombre de Tristessa, en la protagonista de su novela, en la cual narra sus vivencias con la joven mexicana:
“Estoy con Tristessa en un taxi, borracho, con una enorme botella de whisky Juárez que guardo en una de las bolsas de mi mochila ferrocarrilera que me acusaron de sacar de un tren en 1952… Heme aquí en la Ciudad de México, lluviosa noche de sábado, misterios, viejos sueños de pequeñas calles innombrables (…) Tristessa está drogada, bella como siempre se dirige contenta a su casa para meterse a la cama y disfrutar de su morfina. La noche anterior, en medio del lío, bajo la lluvia, me senté con ella en los oscuros mostradores que permanecen abiertos a medianoche; comimos pan y sopa y bebimos Delaware Punch, y salí de ese encuentro con la visión de Tristessa en mi cama, en mis brazos. Sus extrañas mejillas amorosas, azteca, chica india con ojos misteriosos de párpados a la Billy Holliday y una gran voz melancólica…”.
Tristessa, es decir Esperanza Villanueva, vivía en el cuarto de una azotea de la colonia Roma, con su hermana Cruz, un gato, una gallina, un gallo y una perra chihuahua en celo. “El Indio” (proxeneta de las dos hermanas) compartía con ellas la morfina que conseguía en el mercado negro. De pómulos salientes y un bello cuerpo espigado, Esperanza era muy delgada, pero con generosos muslos color café. Kerouac la imaginaba como una modelo de Dior: “Es una muchacha tan bella que me gustaría saber, de regreso a Nueva York y San Francisco, lo que pensarían de ella mis amigos y lo que sucedería en Nola si apareciera caminando por la calle del Canal bajo el cálido sol, con sus lentes oscuros y su andar cadencioso”.
Un aspecto a resaltar en la novela es que a pesar de la dureza que emplea Kerouac para plasmar lo que encuentra en las calles de la Ciudad de México, en Tristessa no reproduce los estereotipos de la cultura americana respecto al pueblo mexicano: “Estos pueblos eran indígenas, sin lugar a dudas; no se parecían en absoluto a los Pedros y Panchos de la estúpida tradición cultural estadounidense: tenían pómulos altos, ojos sesgados y modales amables; no eran tontos, eran la fuente de la humanidad”.
II
Cuando terminó la primera parte de Tristessa, Kerouac abandonó México para regresar a San Francisco, California, en donde asistió a la lectura que hizo Allen Ginsberg de Aullido. De igual modo escribió, en doce noches bajo los efectos de la bencedrina, Visions de Gerard; de la misma manera, dos textos con fuertes soplos budistas y finalmente, totalmente aislado, trabajó de guardabosques en la Montaña de la Desolación en Washington, donde oró y meditó.
A finales de 1956 regresó a México, de nueva cuenta al domicilio de la colonia Roma. Dicen que cuando volvió a ver a Esperanza quedó horrorizado: era sólo los restos de un cuerpo que había soportado ríos y ríos de morfina e infinidad de tranquilizantes. Se caía en plena calle y atacaba a sus amigos cuando necesitaba de otras dosis.
Así lo cuenta en Tristessa: “Bull (Bill Garver) me advirtió: ‘en las últimas semanas ha cambiado, incluso en esta última.’ (…)
—El otro día le dio un ataque de furia y me tiró por la cabeza una taza de café, después se le perdió el dinero en la calle.
—¿Qué le pasa?
—Pastillas para dormir. Le dije que no tomara tantas. Un yonqui tarda muchos años en aprender a manejar las pastillas. Pero no me hizo caso, no sabe cómo usarlas, se toma tres, cuatro, a veces cinco, una vez doce, ya no es la misma (…) La trajo a casa y, de inmediato, vi que las cosas no andaban bien. Se nos acercó tambaleante —tomándose del brazo de Bull— y esbozó una débil sonrisa (doy gracias a Dios). No sabía qué hacer, la sujeté por el brazo …
—¿Qué le pasa, está enferma?
—El mes pasado se le paralizó una pierna, se le llenaron los brazos de quistes; estuvo terriblemente enferma.
(…) Tristessa se apoya en mí —esboza una rara sonrisa— y su dulce mejilla morena roza la mía, mientras yo, casi conscientemente, represento mi papel de americano perplejo.
—Oye la voy a salvar.
El problema es ¿qué voy a hacer con ella una vez que la conquiste? Como si hubiera rescatado un ángel del infierno y ganado con eso el derecho de hundirme con ella, de ir a un lugar peor, o quizás, a un sitio donde hay un poco de luz, puede ser, allí abajo … o quizás soy yo el que está loco”.
En palabras del escritor Braulio Peralta, Tristessa parece un canto a la vida en medio de los estertores de la muerte. En el libro, dice Peralta, hay poesía, música y la melancolía se clava como una daga envenenada. Puede leerse como la crónica de una época, pero también como una triste historia de amor.
III
Como dato interesante, el 2013 diversos intérpretes de rock entre los que se encuentra The Low Anthem, Lee Ranaldo y Matt Costa grabaron el álbum Esperanza: Songs From Jack Kerouac’s Tristessa, en homenaje a la novela de Kerouac. El disco es bello de principio a fin y tiene ese toque de poesía y melancolía que acompaña a la novela.