I El “delirio” es una forma hermosa de llamarle a la “locura”, es una denominación que embellece a la locura. Eso, a lo que le llamamos “locura”, puede ser nombrado como: “paranoia”, “esquizofrenia”, “psicosis”, “demencia”, “enajenación”, “alienación” o “desequilibrio”. No cabe duda que Alfredo Espinosa, siendo psiquiatra conoce a profundidad los detalles filosóficos y médicos que están presentes en estas maneras de nombrar la “locura”. Pero en el poemario “Autorretrato con delirio”, la “locura” no es concebida desde la lógica griega del concepto de “pharmaco”, que significa “purificación”, “ritual de purificación” (“La farmacia de Platón”, Derrida, 1975). La medicina y las farmacias tienen por objetivo una purificación de las enfermedades físicas o mentales, que patologizan a los seres humanos.
El poemario que ganó el premio Tintanueva en 2019, no concibe a la “locura” respecto a un proceso de purificación filosófica o médica, sino que la “locura” es exaltada estéticamente. Este poemario es una exaltación estética de la “locura”. La escritura de Alfredo Espinosa construye un discurso poético para nombrar su propia locura. El escritor no nombra la locura de otros, sino que nombra su propio “delirio”. En la novela “Infierno grande”, cuya primera publicación es de 1990 (editorial Plaza y Valdez), el escritor chihuahuense concibe la “locura” simbolizándola a través del “rostro”:
Mortificados aún por la elección de Lucio Galaviz para meterlo por la fuerza, dentro de la camioneta de la policía, le preguntaba a Terencio:
-¿Cómo la reconocen? ¿Qué cara tiene la locura?
-Tu cara.
¿De qué color es la locura?
-De tu color… (Ibidem. P. 83)
La novela “Infierno grande” le da voz y rostro a la locura de los otros, que son los locos que fueron abandonados en Albores (San Diego de Alcalá). En esta novela hay una alteridad de la locura. A diferencia de la novela “Infierno grande” (Ibidem.), en el poemario “Autorretrato con delirio” (Ibidem.), el rostro de la locura no está en los otros, no está en los locos que fueron abandonados en el desierto de Chihuahua. En el poemario de Espinosa la locura está en el propio rostro del escritor. El “delirio” de Espinosa es un “autorretrato” del campo de las artes plásticas, que aparece fotografiado en la portada del libro; y es un autorretrato literario, que transcurre a través del discurso de la poesía.
II No hay inocencias en las maneras en que los pintores se pintan a sí mismos, o en las maneras en que los escritores se escriben a sí mismos. En estas formas de representarse en la obra propia, hay guiños que pueden resultar sorprendentes. Esto se hace presente, por ejemplo, en la manera en que Velázquez se pinta a sí mismo en el cuadro de “Las Meninas”. Michel Foucault comienza la escritura de “Las palabras y las cosas” (2007) analizando este cuadro, e identifica lo que en la filosofía del arte se reconoce como una crisis de la representación. Al analizar este cuadro de Velázquez, Michel Foucault nota la presencia de un “sutil sistema de esquivos”, donde lo real entra en crisis. El cuadro de “Las Meninas” es una disonancia de lo real, una manera de llevar a lo real por el camino de los dobles y los espejos.
La crisis de representación que forma parte de la historia de la pintura, llega a su clímax en la segunda mitad del siglo XIX y se extiende a lo largo del siglo XX. La crisis de la representación tiene lugar cuando lo real es llevado por un territorio de laberintos, duplicidades, contradicciones y paradojas. En el libro “Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte” (1997), el mismo Foucault analiza con mayor detalle la crisis de la representación en las artes plásticas, en donde las vanguardias juegan un papel fundamental. La pipa de Magritte “no es una pipa”. Y en el cuadro del pintor surrealista, esto es anotado con una leyenda que se registra en letra cursiva a la manera de una paradoja.
En el libro que se analiza, “Alfredo Espinosa” no es “Alfredo Espinosa”. En el autorretrato que Espinosa escribe de sí mismo, tienen lugar una serie de jugadas de des-identificación, de des-semejanza. No hay una sola representación que el autor hace de sí mismo, sino que se construye un discurso de múltiples representaciones. No hay un solo “Alfredo Espinosa”, no hay una sola identidad pictórica o poética, sino que hay una identidad multiplicada, que se desdobla a partir de un caligrama (Ibidem., P. 26):
Hay que tener claro, que un caligrama es un recurso en cuyo registro se anudan lo pictórico y lo poético. En esta jugada poética, el yo de Alfredo Espinosa es algo más o algo menos que un yo. Aquí no hay una conjunción identitaria, sino una disyunción. Este es el yo escindido del psicoanálisis de Freud. Es el sujeto barrado del psicoanálisis de Lacan. Es el sujeto de las personalidades múltiples que se hace presente en la psicosis (psiquiatría) o en el trastorno de identidad disociativa (psicología). El yo que aparece en el autorretrato de Espinosa, es el sujeto que en su paso de la modernidad a la posmodernidad se vuelve borroso ante su propia mirada y ante la mirada de los demás. Estamos hablando de la crisis del sujeto, que se identifica en la psicología, la psiquiatría, la sociología y la filosofía a lo largo de los siglos XIX y XX.
Históricamente, la crisis de la representación que se hace presente en el campo del arte (pintura y literatura), resulta muy próxima a la crisis del sujeto que aparece en el campo de las ciencias sociales y las humanidades (psicología, sociología y filosofía). El yo que está escrito en el poema “Autorretrato con delirio”, está entonces atravesado por dos crisis que históricamente han sucedido en el paso de la modernidad hacia la posmodernidad: la crisis de la representación y la crisis del sujeto.
III En el poemario de Alfredo Espinosa son nombrados varios pintores y escritores que forman parte de una transición que va de la modernidad a la posmodernidad, en la que se hacen presentes una serie de vanguardias pictóricas o literarias. Espinosa nombra a: Van Gogh (continuador del impresionismo), Duchamp (creador del “ready made”), Escher (creador de paradojas e infinitos espaciales), Tzara (iniciador del dadaismo), Huidobro (fundador del creacionismo) y Pessoa (el poeta de los heterónimos).
Para entender la obra de Espinosza, las jugadas heterónomas de Pessoa resultas claves. Desde luego que hay más de un “Alfredo Espinozsa”. Al menos, hay dos “Alfredos Espinosa”. El autor que todos conocemos, que escribe y pinta. Y el otro autor que lleva por nombre “Fabian Insunza”, quien escribió el poemario filosófico “Reveses” (1994) y que además es el personaje que protagoniza la novela “Obra negra” (1997).
Los mecanismos discursivos de des-identificación, de des-semejanza que forman parte de la obra de Alfredo Espinosa aparecen en varios de sus libros, y en el poemario “Autorretrato con delirio” se hacen presentes a través de la metonimia. La figura retórica de la metonimia funciona de manera diferente a la metáfora. La metonimia es una figura de contigüidad, es decir, una figura en la que tienen lugar una serie de desplazamientos que funcionan tanto en el plano del significante como del significado. A lo largo del poema, el autor se autorretrata a partir de una serie de desplazamientos metonímicos y deposita su identidad en una variedad de significados.
Saltos
del ser
a ser
otro…
El rostro
la máscara
la imagen
el espejo
la persona
el aura
la sombra
la calaca
el fantasma
el fractal
su caricatura
su espectro
su holograma… (Ibidem. P. 22 y 23)
Esta enumeración funciona metonímicamente, de tal forma que Espinosa se autorretrata en múltiples significados simbólicos que se desplazan, que se suceden uno tras otro. Desde luego que aquí se hace presente una musicalidad, una manera de imprimirle un ritmo al poema. En la musicalidad del poema de Espinosa, la figura discursiva de la metonimia resulta clave. Es aquí, que la forma y el fondo del poema se conjugan, y dejan ver el oficio de un escritor que al poetizar su locura, la inscribe en un ritmo que atraviesa todo el poema. El libro de Alfredo Espinosa es una estetización de la locura, donde el yo se disloca, se des-identifica y se desplaza por múltiples significados que danzan, entre lo pictórico y lo poético.
(Texto leído en la presentación del libro «Autorretrato con delirio», Premio Nacional de Poesía Tintanueva 2019)