El 1 de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) irrumpió en la escena política mexicana con un levantamiento armado en el estado de Chiapas, justo cuando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entraba en vigor. El EZLN, liderado por figuras como el Subcomandante Marcos, alzó la voz por los pueblos indígenas, exigiendo justicia, autonomía y el derecho a decidir sobre sus propios destinos en un contexto de profunda marginación y explotación histórica. Aquel levantamiento de 12 días puso en evidencia la profunda desigualdad que sufrían las comunidades indígenas y generó un eco internacional que transformó al EZLN en un símbolo de la lucha por los derechos humanos y la justicia social.
Si uno se toma un momento para pensar en lo que ocurrió, la historia parece más bien el delirio de una rebelión que se materializó. Un despertar a las 12:00 del 1 de enero, cuando la fecha, que debía haber sido fiesta, se tornó en grito. Como si la Tierra misma no soportara más y decidiera, por fin, hablar. Y en ese grito, que mezclaba esperanza y rabia, los zapatistas no solo dijeron “basta”, sino “aquí estamos”, como si el acto de estar presentes fuera la revolución misma. No eran muchos, pero la cantidad nunca ha sido lo importante; bastó con que fueran suficientes para alterar el curso de la historia. Bastó con que, en la selva lacandona, se encontrara la chispa que encendió la mirada del mundo entero, atónito, impotente.
Treinta y un años de movimientos y silencios, de marchas que fueron eco y murmullos que fueron balas. El EZLN ha transitado por distintas fases, moldeándose al vaivén de un país que cambia de rostro pero no de fondo. Autonomía y resistencia, dos palabras que no se desdibujan, a pesar del paso del tiempo. Y el contexto, siempre transformándose, les sigue siendo ajeno. La Cuarta Transformación, con sus promesas de justicia y redención, no logró enganchar al zapatismo; la razón es sencilla: no hay nada más distante a su lucha que los espejismos del poder institucional. Ni el Estado mexicano, ni el capitalismo global lograron aniquilar ese grito de resistencia. Los zapatistas siguen, no por una nostalgia del pasado, sino porque su propuesta de autonomía es la negación misma de cualquier poder que no sea el de la gente. La 4T, a pesar de su discurso, no alcanza para abrazar el sueño zapatista.
Este alejamiento del movimiento morenista, por decirlo de alguna manera, es algo que muchos no entendieron en su momento, y que sigue siendo una constante incógnita. El EZLN, a pesar de ser considerado un referente de la izquierda radical, parece seguir una senda en la que las promesas del poder no tienen cabida, no importan las alianzas ni las señales del discurso oficial. Es casi como si la política tradicional fuera un círculo cerrado, un club en el que los zapatistas, por más que lo intenten, no encajan. Lo que no significa que hayan dejado de hablar, porque precisamente eso es lo que los mantiene en pie, no solo con su voz, sino con sus actos.
La historia del EZLN está intrínsecamente ligada a la lucha por la justicia para los pueblos indígenas. Sin embargo, no fue hasta después de los Acuerdos de San Andrés en 1996, donde el gobierno mexicano prometió el reconocimiento constitucional de los derechos de los pueblos indígenas, que el EZLN comenzó a definir sus propios caminos hacia la autonomía. Estos acuerdos, como se sabe, fueron incumplidos por el Estado mexicano, lo que llevó al EZLN a crear sus propias estructuras de gobierno autónomo, tales como los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno, donde se ejerce el principio de “mandar obedeciendo”.
Y así es como comenzó a formarse ese otro mundo, el que muchos creyeron que era solo un delirio de utópicos. Un mundo que se levantaba con dignidad, en la resistencia y la creación. La creación de un sistema educativo, de salud y de justicia alternativo, en el que se incluye tanto a zapatistas como a no zapatistas, ha sido uno de los logros más destacados del movimiento. Este modelo no solo es una respuesta a la violencia estatal y al abandono social, sino también una declaración de principios: no todo se puede resolver con las lógicas del poder central.
A pesar de que el EZLN ha demostrado ser un movimiento capaz de organizarse sin recurrir a las estructuras de poder tradicionales, y ha ofrecido una alternativa al modelo capitalista, muchos se han sorprendido de que, a lo largo de las últimas dos décadas, el movimiento se haya mantenido al margen de las dinámicas de poder en México, especialmente frente al ascenso de López Obrador y su promesa de transformar el país en beneficio de las clases populares.
No es fácil entender por qué el EZLN, que podría haber encontrado algún tipo de simpatía en un gobierno que se presenta como la gran esperanza de los olvidados, mantiene su distancia. Y es que, aunque el gobierno de López Obrador ha implementado políticas que, en apariencia, podrían coincidir con algunos de los principios zapatistas, como la justicia social, la lucha contra la corrupción y la mejora de las condiciones de vida de los más pobres, el movimiento zapatista tiene muy claro que nada de esto se logrará si no se transforman las estructuras más profundas del poder.
No bastan las promesas, y mucho menos los discursos. En 2018, cuando el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) se preparaba para tomar el poder, el subcomandante Marcos, hoy Capitán Marcos, dejó claro que no apoyaría a López Obrador. A través de un desplegado, el EZLN manifestó su desconfianza, afirmando que el nuevo gobierno no haría las transformaciones necesarias para realmente mejorar la vida de los pueblos indígenas y las comunidades rurales. En lugar de considerar al presidente como un aliado, los zapatistas denunciaron las políticas de militarización y los asesinatos de activistas, como el caso de Samir Flores Soberanes, opositor a la termoeléctrica en Morelos, un tema que también comprometió al gobierno de AMLO.
Si alguna vez se albergó la duda de que el EZLN había quedado atrás, el reciente encuentro en la selva lacandona desechó esa ilusión. Allí, entre jóvenes y pensadores de la lucha social, quedó claro que el zapatismo no solo persiste, sino que avanza, desafiante ante un mundo que no deja de engullir lo poco que le queda a los pueblos. El Capitán Marcos, con esa voz que no olvida la dignidad, aseguró que el EZLN no es un fantasma que se disuelve en el aire; al contrario, está más vivo que nunca. ¿El secreto? Un respaldo internacional que no se cansa de renovar sus votos con la esperanza, pero, sobre todo, la capacidad de los zapatistas de construir alternativas reales desde el corazón de sus comunidades. Frente al poder que se extiende como un virus, el EZLN sigue ofreciendo una vacuna: autonomía y resistencia.
Y así, a 31 años del levantamiento zapatista, el EZLN sigue siendo una referencia para las luchas por la justicia social, la autonomía y la defensa del medio ambiente. En su resistencia al poder y su rechazo a formar parte del sistema político establecido, sigue siendo una lección para quienes creen que los cambios estructurales pueden lograrse mediante alianzas con el poder. Porque, como el propio Marcos dijo en ese encuentro, la transformación verdadera proviene de la base, de los pueblos organizados, de aquellos que, aunque invisibles para muchos, siguen luchando por un futuro diferente.