Entre las más famosas están las epístolas poéticas de los Siglos de Oro, o los autores ilustrados del siglo XVIII, como las “Cartas filosóficas” de Voltaire. Más tarde Bécquer entrega “Cartas literarias a una mujer”. Todas estas colecciones son maravillosas para acercarnos al autor, aún más cuando tenemos el acceso a cartas que el autor escribió para una persona en específico.
Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, dedicó 84 cartas a Clara Aparicio, durante siete años. Comenzaron cuando él tenía 24 años y ella 13. Después de esos siete años de intercambios epistolares ella se convirtió en su esposa.
En el 2016, la Secretaria de Cultura editó aquellas cartas en una recopilación titulada Las Cartas a Clara, de Juan Rulfo (disponible en Salas de Lectura), donde se nos permite reinventar al mítico escritor a partir de su mundo, del amor, de sus espacios de trabajo, de la esperanza a la soledad, pero sobre todo, lo acompañamos en su distancia y la separación donde, con más fuerza, escribió a Clara.
En estos tiempos en que todo es incierto, quizá el amor nos salve de esos miedos. Es por eso por lo que reproduzco algunos fragmentos de las cartas que Juan Rulfo escribió a Clara, las más representativos, pues es imposible en un artículo abarcarlo todo, cuando escribe de varios aspectos:
“Tú ya sabes cómo soy yo de despilfarrador, cómo ando por aquí y por allá comprando cuanto libro o papel encuentro. Y me pasa siempre lo mismo; cada día peor y todavía peor para gastar la lana en cosas inútiles. Bueno, pues ahí tienes que de un día para otro me llegó el remordimiento y dije que iba a ahorrar lo más que pudiera. Me puse a hacerlo, primero con muchos trabajos y después un poco mejor. Pasaba por las librerías y cerraba los ojos. (No sé por qué, pero siempre por donde yo ando, camino o vagabundeo, encuentro librerías). En lo que nunca me fijo es en las zapaterías, camiserías o donde quiera que vendan trapos de esos que la gente usa para vestirse.”
O de la imagen (se sacaba retratos para enviárselos a Clara porque, decía, sin imagen el amor se asfixia:
“En cuanto a la fotografía de este sujeto, no la has recibido porque no estoy de acuerdo todavía con ella en que así soy. El retratero tal vez se equivocó y me dio la fotografía de otro tipo. Lo que hay en esto es que no está bien; es decir, que no me gusta para que tenga el honor de estar junto a la tuya. Iré de nuevo a que me retraten, y si ya está que vuelvo a salir como monigote de circo entonces ni modo: te mandaré todas juntas para que tú escojas cuál quieres. La cosa es que retocan mucho las fotos y acaba uno por salir muy distinto de cómo uno cree que es.”
De su vida en la ciudad:
“No me ha cambiado de casa todavía, pero creo que lo haré el mes que entra. Buscaré una casa donde haya pájaros, aunque sean como los que tú tienes, que casi ni cantan, ni brincan, por lo viejitos que están, pero que al fin sean pájaros. Yo creo que si tú me gustas tanto es por eso, porque hay algo de pájaro en ti; pueden ser los ojos o puede ser esa boca paradita tuya, que yo tanto quiero.”
O, por ejemplo, sobre los obreros:
“Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra; hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas por el día o por la noche, constantemente como si no existiera el sol ni nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre así e incansablemente, como si sólo hasta el día de su muerte pensarán descansar.
Te estoy platicando lo que pasa con los obreros de esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que unos los vigile, como si fuera poca la vigilancia en los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho tiempo a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado. Y sólo el pensamiento de que tú existes me quita esa tristeza y esa fea amargura.
Ahora estoy creyendo que mi corazón es un pequeño globo inflado de orgullo y que es fácil que se desinfle, viendo aquí cosas que no calculaba que existieran. Quizá no te lo pueda explicar, pero más o menos se trata de que aquí en este mundo extraño el hombre es una máquina y la máquina está considerada como hombre.”
Y, por supuesto, del amor:
“No creo que me quieras más que yo a ti. No puede ser. No, no puede ser, amorosa muchachita. Dulce y tierna y adorada Clara. Yo lloro, sabes, lloro a veces por tu amor. Y beso pedacito a pedazo cada parte de tu cara y nunca acabo de quererte. Nunca acabaré de quererte, mayecita.
Juan, el tuyo.”