La ficción y la realidad han corrido casi parejas por la historia de la humanidad. Tal vez primero fue la realidad, lo que sucede primero, pero en cuanto ese sucedido intenta ser explicado, contado a otro o recordado, se convierte en una ficción. No debió pasar mucho tiempo entre la caza del jabalí, y la narración que presenta todas las vicisitudes para cazarlo salpimentadas de grandes hazañas. El arte se alimenta de esa intensa relación, y en el cine es muy evidente: no pasaron muchos años entre el cine testimonial de los hermanos Lumière y las extrañas películas, llenas de efectos especiales de George Méliès. A finales del año 1895, la gente se reunió en un café de París para ver una proyección de la salida de los obreros de una fábrica, en 1902 estaba lista una de las películas más fantásticas del cine, Viaje a la luna.
Los hermanos Lumière —muy preocupados por la ciencia— no encontraron más posibilidades para su gran invento que el testimonio del movimiento de los obreros y los trenes, mientras el cine fue convirtiéndose muy rápidamente en el gran vendedor de ficciones para el mundo entero. Pero uno de los pioneros en hacer guiones para el cine fue el susodicho Méliès, y pronto el cine se adueñó de la literatura. Méliès se inspiró en los textos griegos antiguos de Luciano de Samosata, para esa magnífica imagen del cohete que le pega a la Luna en un ojo.
No de enumerar las películas hechas con historias literarias, pero lo cierto es que cada vez lo sabemos menos porque leemos menos.
El cine y las series hechas para la televisión presentan historias que parecen muy innovadoras; los espectadores tienen la sensación de ir descubriendo mundos primigenios e inauditos.
No hace mucho encontré que la Universidad presentaría una plática académica acerca de los problemas científicos que plantea una serie de moda, y me decidí a verla.
La serie en cuestión tiene muchos saltos de tiempo, pero el espacio siempre es el mismo. Los personajes viajan por el tiempo a través de puertas, y van tratando de modificar sus destinos para caer en ellos y darles más sentido.
Mientras miro esa serie no dejo de pensar en los griegos (siempre los griegos) y las reflexiones sobre el destino, cómo entre más se empeñan los personajes en evitar un sino fatal, se cumple inexorablemente.
Y los viajes por el tiempo los hemos leído de muchas maneras. Tal vez uno de los libros que más me acerca a esa misma sensación de extrañeza que la serie de marras, es uno de Kurt Vonnegut, escritor estadounidense que murió viejo, no hace mucho, en 2007. Este escritor quería contarnos una historia terrible y real, lo que él mismo vivió en la Segunda Guerra mundial. En Matadero cinco o La cruzada de los niños, vemos a un protagonista viviendo en diferentes tiempos y en diferentes espacios, él mismo narrando y sin cambiar de personalidad. Billy Pilgrim vive en Estados Unidos, como feliz y aburrido padre de familia, y vive en Alemania durante el bombardeo de las fuerzas aliadas (a las que él pertenece) en Dresde, y en un planeta perdido, Tralfamadore. No sabemos cuál de todos esos escenarios contiene momentos más absurdos. No voy a contar la historia porque ahora a la gente no le gusta oír historias que ellos mismo no han consumido, como si escucharlas no fuera también consumirlas de otro modo más modesto, tal vez.
Lo que me queda claro es esto: entre más ficticia parezca la historia, más cruel es la realidad de la cual deriva. Vonnegut no encontró otra manera de contar una historia tan espeluznante, sino a través de una imaginación enloquecida, paródica y humorística. Para eso también nos sirve la ficción. No solamente nos ofrece sucesos que le dan un orden a este mundo: el bien y el mal en lucha donde el bien gana, o historias que tienen una causalidad aparente que nos serena; también nos ofrece una visión de un mundo como el que vivimos, caótico, que no podemos controlar, y que intentamos ordenar justo a través de nuestras ficciones, las historias que nos contamos y les contamos a los otros.
Dedicamos mucho tiempo de nuestra vida a las historias que nos cuenta el cine, la televisión, las series, las que oímos y las que vemos; muchas se escribieron primero en la literatura, y están allí desde hace mucho tiempo, esperándonos a su descubrimiento.
Semblanza
Estudió Lengua y Literatura Hispánica por la UNAM. Colaboró en el diseño de la Odisea en la Bibliotheca Scriptorm Graecorum et Romanorum Mexicana. Actualmente trabaja como docente en el área de literatura.