Para ganar las carreras de caballos
Anónimo (c. 400 a.C.)
En la corte del príncipe de Tachi eran muy apreciados los concursos hípicos. Cada apostador competía con tres caballos de categorías distintas contra tres de su contrincante, en tres carreras. Triunfaba quien ganara más carreras.
Cierto día el príncipe apostó mil piezas de oro contra los caballos de Tien Chi, pero éste dudó aceptar el reto, hasta que su asesor Sun Pin le aseguró que lo haría ganar para salvar el honor. El día de las carreras Sun Pin dispuso el orden en que debían salir los caballos de Tien Chi. La primera carrera fue ganada por el príncipe pero las dos siguientes por Tien Chi.
Tien Chi asombrado le preguntó a su asesor por qué había estado seguro de ganar. “Fue muy fácil –contestó Sun Pin–, en la primera carrera, como es costumbre, el príncipe puso a su mejor caballo, yo puse al peor. En la siguiente, como es costumbre, el príncipe puso a su caballo de segunda categoría, y yo al de primera. En la última él puso al de tercera categoría, y yo al de segunda, eso es todo.”
El zorro y el tigre
Anónimo (Periodo de los Reinos Beligerantes)
Un tigre atrapó a un zorro y éste le dijo: “A mí no puedes comerme. El Emperador del Cielo me ha designado rey de todas las bestias. Si me comes desobedecerás sus órdenes. Si no me crees, ven conmigo y verás cómo huyen los otros animales al verme”.
El tigre aceptó acompañarlo. Los otros animales huían despavoridos al verlos. El tigre creyó que temían al zorro, no se dio cuenta de que huían de él.
Vicisitudes de un enfermo
Por LiehTsé
Yang-li Hua-tsé, del reino de Sung, sufría de amnesia. Cualquier cosa que hacía, que pensaba o decía, era olvidada poco tiempo después. Afuera de su casa se olvidaba de caminar; adentro, de sentarse. Sus familiares estaban a disgusto con él. Consultaron a los adivinos pero sus pronósticos resultaron falsos. Pidieron ayuda a los hechiceros pero sus ritos no lograron el remedio. Hasta los médicos fallaron con sus sabios conocimientos de alquimia y herbolaria. Por último, llegó un maestro del reino de Lu, con fama de aliviar los males más extraños, y la esposa de Yang-li le ofreció la mitad de la fortuna familiar si lograba sanar al enfermo.
–Este caso no puede resolverse con augurios ni exorcismos –dijo el maestro–. Tampoco ayudan las plegarias o los encantamientos, ni surten efecto las drogas o los brebajes. Yo trataré de influir su mente para cambiar la energía de sus pensamientos.
Poco después empezó el nuevo tratamiento. El maestro expuso a Yang-li al frío extremo hasta que pidió ropas y frazadas para abrigarse. Le impidió comer durante días hasta que un apetito feroz lo impulsó a buscar sus alimentos. Lo mantuvo en la oscuridad más espesa hasta que buscó la luz con avidez. Entonces el maestro anunció a la familia que el enfermo estaba a punto de reponerse y que sólo faltaba una curación secreta, razón por la cual todos los familiares debían abandonar la casa.
Cuando los familiares se fueron, el maestro se encerró en un cuarto con su paciente durante siete días y siete noches. Al final del encierro Yang-li recuperó la memoria.
Cuando vio a sus familiares Yang-li atacó furioso a su esposa y a sus hijos, incluso persiguió al maestro hasta las afueras de la ciudad. Su rabia era tanta que hubo necesidad de arrestarlo con ayuda de los soldados. Le preguntaron el motivo de su comportamiento inesperado, y contestó:
– Durante años ignoré la existencia del mundo exterior y, repentinamente, fui despertado a los sucesos del mundo. Entonces la tristeza y la alegría, el odio y el amor volvieron a mí como emociones que perturbaron mi antigua paz. Temo que mi mente continúe en el desorden que ahora experimento. ¡Ay, deseo con ahínco, aunque fuera por un instante, volver a vivir con aquel sagrado olvido!