Autógrafo
Yo soy ese rostro
que él pensaba que no iba a ver jamás
Que no iba a ver de nueva cuenta
Que no pensaba volver a ver
Ese “Yo te conozco”
Era un yo te reconozco
Y pienso en esa memoria
en el confinamiento y la tortura
Quería ver en mí al compañero
Que quizá pensaba muerto
Que nunca había vuelto a ver
Yo soy ese rostro
donde las cicatrices parecen una cordillera
un mapa de algún país del sur
marcas que él sólo podía ver
Yo soy ese rostro
de otra experiencia
de otro exilio
Un túnel largo y oscuro
Por donde se puede salir
El cabello rizado y la barba descuidada
eran para él una metáfora de libertad
Yo te conozco decía y me sujetaba del brazo
Todo eso cuando me acerqué a que me firmara su libro
Y quise ser ese otro y abrazarlo
Quise reconocerlo también
su rostro irradiaba la luz del hombre bueno
y siento culpa de no haber sido su semejante
de no ser aquel otro hombre que él esperaba reconocer en mí
Yo solo me parecía o tenía algún gesto
Pero esa luz en ese rostro maltrecho
la mirada que penetraba en un pasado
dentro de mí sí quizá parecido pero no igual
Hizo que tuviese miedo y sintiera una especie de traición
Yo no era ese cómplice al cual me parecía
Lamenté no serlo
siento culpa por haber recibido esa luz
su mano en mi brazo sujetándome
No recuerdo su dedicatoria en mi ejemplar de su libro
La consulta
Mi papá tenía un cassette
donde se podían escuchar los distintos latidos del corazón
Él sabía distinguir las diferentes respiraciones, también.
En las placas,
identificaba las manchas del enfisema, de la tuberculosis o el cáncer.
Ritmo cardíaco, alientos y manchas:
escribía su significado.
Su interpretación.
Yo lo veía desde el asombro
quise ser como él.
Pero todo me salió distinto a lo esperado.
Lo único que pude hacer fue copiarle ese gesto.
Escribir en un papel
todo lo que escuchaba y veía,
todo lo extraño y deforme,
todo lo arrítmico, lo que sonaba mal,
las manchas claras de la enfermedad
en la placa oscura.
Nunca le salvé la vida a alguien.
Pero su gesto me ayudó a sanar.
Al menos aquí sigo atento
Saber interpretar es saber ver y escuchar.
Ahí sentado pasó su vida haciendo eso.
Nunca aprendí
a distinguir los latidos del corazón
Nunca fui a su clase
de Aparato Respiratorio,
hubiese sido un mal alumno.
Como cuando quiso enseñarme a manejar.
Fue mejor así.
Aunque aprendí a tomar y revelar placas en el cuarto oscuro.
Quizá ahí sigo.
El cuarto oscuro es el lugar de las revelaciones
Respiro hondo y exhalo,
escucho con su viejo estetoscopio,
el que recuerdo ahora,
escribo,
aunque no haya receta.
Algo está pasando aquí
Escucho un tremor desde temprano
la violencia suave de la luz golpea el día
Escucho los pájaros
sus trinos en contrapunto
Escucho el canto insoportable del grillo cacofónico
por la noche todas las noches
es un crujir de grieta que se abre de forma constante
El zumbido de la mosca y sus golpeteo continuo ante el cristal de la ventana
El inaudible caminar de la fila de hormigas
desde el alféizar del ventanal hasta la alacena
ida y vuelta
Las cucarachas carcomen el papel acumulado en los cajones
La polilla escarda en la puerta y esa hilera de aserrín parece una partitura echada a perder
El lento movimiento del polvo en el aire
Despacio se deposita sobre las maderas.
Escucho la alharaca de esos niños salvajes
hijastra y hermanastros en el quiosco del parque de juegos oxidados en el
laberinto con paredes de colores y sus ángulos colmados de la mierda y orines
de vagos y pordioseros
El tic-tac de un viejo reloj despertador
en el vetusto cuarto que compartí alguna vez
Escucho el viejo corazón del viejo que soy
Intentando latir de prisa sin conseguirlo
La artritis del deseo suena ante la presencia de esa mujer
que se oye al pasar en el otro lado de la acera.
Escucho mis pasos que ya no sigo al salir a la calle durante la noche
durante la oscuridad que repercute en esta atención que pongo
desde temprano
Es posible que ese tremor que escucho aquí y ahora
provenga de un cansancio por tanto hartazgo.
Escucho este recorrido
de un antiquísimo camino
tránsito de bichos y sueños
Una música de jadeos y gemidos
a un tiempo veloces y pianos
paisaje sonoro expresionista
sonidos distorsionados por la
amplificación de su volumen
escucho al despertar y pienso
Algo está pasando aquí y no soy yo
Buen día
Es extraño estar junto a un cuerpo dormido
lo observas y no reconoces a la persona
Hay algo en ella distinto
el gesto duro
de quien se abandona a la inconsciencia
Su rostro real
sin el desfiguro de la apariencia
Exhala por la boca
puedo aspirar su aliento fétido
proveniente de ese ensayo de muerte
Semejante al loco es quien duerme a pierna suelta
Estoy al borde de su ausencia de un precipicio de este ser
Al límite entre una realidad y su fantasía.
Oigo su respiración su ronquido un sonido estertóreo sin serlo casi atroz
Y de repente despierta me mira observarla
y vuelve a ponerse la máscara
Sonrío…
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Juan Joaquín Péreztejada (Veracruz, Ver, 1962). Ha escrito los libros de poesía Los refranes del jaranero (1993), La casa de la pereza y Armonía (1996). Una caracola es el espejo (2022). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía de la Universidad Veracruzana en 1994. Ha participado con sus performances en el Festival de poesía en voz alta de Casa de Lago de la UNAM, 2010; en el Burdel Poético de la CDMX en 2018-2019; y en Cría de cuervos, coreopoema, 2019-2022.
Actualmente es responsable de Tianguis de letras, Boletín de Publicaciones de la UACM. Conduce el programa de radio El insomnio de Morfeo de RadioUACM.