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Entre blues y protesta, Kristos construye universos sonoros

Kristos Lezama nació en la Ciudad de México en 1972. Es un cantautor autodidacta que desde 1989 ha ido construyendo un universo sonoro propio, nutrido por el rock, el blues, el punk y la canción de protesta. Su música se caracteriza por una profunda carga introspectiva, una mirada crítica y un sentido del humor ácido, […]

El artista conversa con Poetripiados acerca de su música

Por Fidelia Caballero Cervantes / 22 de mayo de 2025

Kristos Lezama nació en la Ciudad de México en 1972. Es un cantautor autodidacta que desde 1989 ha ido construyendo un universo sonoro propio, nutrido por el rock, el blues, el punk y la canción de protesta. Su música se caracteriza por una profunda carga introspectiva, una mirada crítica y un sentido del humor ácido, donde conviven lo poético y lo popular, lo íntimo y lo social.
Alexa lo conoce como “Kristos les ama”.

En un mundo donde la velocidad de las plataformas amenaza con diluir el sentido profundo del arte, Kristos Lezama resiste. No desde la nostalgia, sino desde una fidelidad absoluta a la introspección. Para él, la poesía y la música son vasos comunicantes que atraviesan el inconsciente, que nombran lo indecible y dan forma a los laberintos interiores. Su oficio no obedece a algoritmos ni a tendencias: nace de la experiencia propia, del fragmento vivido, de la frase que resuena y se transforma en canción, dibujo o personaje.

Desde San Miguel de Allende, entre caminatas matutinas con su perrita Kori y jornadas de creación visual, Lezama reflexiona sobre el presente musical con una mirada crítica pero lúcida. Habla de las nuevas generaciones, del peso del ego en la industria, y recuerda con ironía anécdotas surrealistas que evidencian la tensión entre el arte íntimo y el espectáculo comercial.

A través de esta entrevista, nos adentramos en su mundo: uno donde las canciones no son un producto, sino un espejo; donde el trazo y la melodía comparten un mismo pulso emocional.

¿Qué es la poesía y qué relación tiene con la música?

Para mí, la poesía es el arte de edificar con palabras tanto lo finito como lo infinito. Es la capacidad de construir, a través de metáforas, un diálogo que nos conecta con las profundidades del inconsciente; un recorrido por los laberintos de nuestros propios abismos, tanto los bellos como los tormentosos. Es un puente entre lo consciente y lo inconsciente, una herramienta poderosa para explorar lo que sentimos y pensamos. La música, en ese sentido, está profundamente emparentada con la poesía. Habita el mismo universo creativo de expresión íntima. Es poesía sin palabras: un viaje introspectivo que nos atraviesa por medio de las emociones.

¿Cómo haces una canción, qué elementos necesitas?

Generalmente construyo mis canciones a partir de pequeñas frases que me resuenan, anécdotas que escucho o que vivo, lecturas, chistes o cosas que me cuentan. Pero siempre hay un hilo común: todo lo que compongo tiene que estar profundamente ligado a mis propios procesos. No hago canciones si no las siento personales; necesito que cada una tenga una conexión real conmigo, que me refleje de alguna manera.

¿Cómo te sientes en el ambiente musical actual y cómo lo compararías con el pasado?

Me siento un poco fuera del ambiente actual. Es como si me hubiera movido y ya no saliera en la foto. Hubo un tiempo en que me sentí parte activa de un movimiento, pero por decisión propia me fui alejando y reencontrando con la gráfica, algo que siempre me apasionó y que había dejado en pausa. Supongo que ahora, para varios músicos de la escena underground, soy más una referencia lejana, alguien que tal vez conocen de oídas. Es natural: casi no me presento en vivo y el tiempo sigue su curso, al igual que las nuevas generaciones, que avanzan con fuerza y sin detenerse.

¿Quiénes son los músicos vivos que más valoras y que están produciendo actualmente?

¡Híjole! Muy difícil pregunta porque son muchos los músicos importantes y no me gustaría dejar a ninguno fuera. Tengo la fortuna de que con muchos he logrado una amistad… y con otros, no, jajaja. Referentes para mi quehacer artístico son muchísimos y no necesariamente músicos.

¿Dónde vives actualmente y cuál es tu rutina diaria?

Vivo en San Miguel de Allende desde hace diez años. Mi día comienza temprano, cuando mi perrita Kori me despierta a las seis para salir al baño y rondar la casa. Me vuelvo a acostar unos minutos hasta que Kori regresa y rasca la puerta para entrar. Entonces enciendo la radio —noticias o música clásica—, me levanto, me lavo la cara y los dientes, tomo agua con limón y saludo a mis gatos: Dillo, un gato negro y panzón, muy cariñoso y que duerme siempre conmigo; y Pi, una gatita calicó muy enojona y solitaria, pero que a veces sorprende con su ternura. Barro la terraza, que amanece llena de hojas y polvo, y salgo a caminar con Kori. Primero vamos a un llano junto a una presa donde corre feliz, y luego recorremos la colonia, con sus casas grandes, calles solitarias y vegetación desértica: mezquites, cactus y mucho silencio.

De regreso, preparo café y pongo algún video o podcast —artistas gráficos o videos virales sin importancia, pero que entretienen—, desayuno, lavo los trastes, me baño y trato de concentrarme para dibujar o pintar. Si no lo logro, salgo a una cafetería; fuera de casa me enfoco mejor y además me inspira la observación y el movimiento de la calle.

A la hora de la comida busco algún lugar para comer si estoy fuera, y por la tarde sigo dibujando, ya sea en otra cafetería o en casa. Escucho radio, me distraigo con videos, redes sociales, o escribo a algún amigo sobre algún tema superficial o alguna humorada. Por la noche todo baja de ritmo: ceno, veo YouTube y apago la luz alrededor de la 1:30 am. Así transcurre un día más o menos normal, aunque siempre con sus excepciones.

¿Qué opinas de esos nuevos géneros musicales, como los corridos tumbados?

No los conozco en realidad, sé más o menos de qué van, pero trato de evitarlos cuando puedo. Cuando estoy en algún lugar y suenan en las bocinas, tengo la capacidad de aislarme y no escucharlos más que de fondo, pero no me gusta el sonsonete.

¿Hay alguna anécdota en el escenario que no se te olvida y siempre platiques?

¡Huy! Hay muchas, pero de inmediato me viene una y la titularé: “Artistas Estelares”. Una vez nos invitaron a tocar en la terraza de un bar en Tepoztlán, Morelos. Íbamos Matiss Ocampo y yo —en ese entonces Matiss tocaba conmigo mis canciones. Llegamos puntuales a la hora acordada para la prueba de sonido… pero nadie parecía estar esperándonos. El lugar ya estaba completamente lleno y, en lugar de un técnico o alguien que nos recibiera, lo primero a lo que nos enfrentamos fue a una marea de aplausos eufóricos dirigidos a otro músico que estaba cantando canciones populares a todo pulmón, acompañado de su guitarra y una botella que ya iba casi por la mitad.

El repertorio era de lo más variado: Juan Gabriel, Emmanuel, Los Yonic’s, Joan Sebastian, Yuri, Paquita la del Barrio… una verdadera peregrinación por el catálogo sentimental de la música mexicana. Lejanísimo de nuestro estilo. Nos miramos con cara de “¿nos habremos equivocado de día?”, pero no; en una pared estaban pegados los pósters del mes y, efectivamente, ahí estaban nuestros nombres y nuestras fotos en el cartel, para esa misma noche. En el cartel también aparecía el nombre del músico que estaba tocando… y ahí nos cayó el veinte: ¡el tipo que estaba amenizando el lugar era uno de los dueños del bar y también el que nos había invitado!


Hasta ese momento, nadie se nos había acercado, y tal vez ni siquiera habían notado nuestra presencia, pero de pronto, de no sé dónde, se nos acercó una parejita muy amable que nos pidió una foto. Les dijimos que claro, felices. Luego una familia hizo lo mismo. Eso nos ayudó a sentirnos, digamos, un poquito más presentes. Les contamos que aún no sabíamos cuándo íbamos a tocar, porque no nos habían dado chance de probar sonido y el ambiente ya estaba muy cargado de… entusiasmo etílico. Nos dijeron que ellos llevaban ahí como media hora y que el cantante ya estaba dándolo todo desde que llegaron. Les prometimos dedicarles una canción cuando subiéramos, si es que algún día eso sucedía.

Pasaron otros 20 o 30 minutos. Ya el bar era un karaoke colectivo en estado de ebullición. Entonces, por fin, el anfitrión se dirigió al público y, con una sonrisa sincera —pero notablemente afectada por el alcohol—, nos anunció con entusiasmo: “¡Después de esta canción, los dejo con nuestros artistas estelares! ¡Kristos y Matiss Ocampooo!”. Lo dijo con tanto gusto que por un momento nos sentimos en un festival importante, aunque segundos después lo cerró con “Amor eterno” de la diva de Juárez y ya con todo el bar en modo coro góspel desgarrador.

Apenas bajó, intentamos sugerirle que pusiera una canción más suave para que no fuera tan drástico el cambio… y entonces, como una broma del destino, sonó por las bocinas: “¡La Macarena versión remix!”. ¡Así!, sin decir agua va. El público enloqueció aún más. Algunos bailaban, otros gritaban, y otros aprovechaban para ir al baño. Nosotros, mientras tanto, desconectamos la música lo más rápido posible y nos pusimos a afinar nuestras guitarras con discreción, intentando generar una pausa, un pequeño silencio… pero fue peor: nos chiflaron, nos gritaron que regresara “el bueno”, y nos empezaron a pedir temas de Paquita, de los Bukis, hasta de Bad Bunny (que aún no existía).

Tratamos de esquivar los comentarios etílicos y comenzamos a tocar. No recuerdo con qué canción abrimos, solo sabíamos que dábamos un paso al vacío como quien se lanza en paracaídas (con decisión pero con miedo). Al poco tiempo empezaron los abucheos. Gritaban que regresara el dueño con su guitarra. Solo la pareja y la familia estaban realmente atentos, esforzándose por escucharnos entre el caótico barullo. Un grupo de borrachines que estaba enfrente de nosotros, en la mesa más próxima, los tapaba, así que les propusimos si podían cambiar de mesa con nuestros “queridos fans”. ¡Y accedieron! Porque, claro, a ellos les daba igual lo que tocáramos. Se fueron a la barra, y nuestros escuchas agradecieron el gesto.

Seguimos con el show, o al menos eso fue lo que intentamos. Pero el ruido era tal que no alcanzábamos a escuchar ni nuestras guitarras; hubo momentos en que mejor nos reíamos de la escena. Nuestros únicos oyentes también se reían. Era como un concierto íntimo en medio de una guerra de gritos.

Llevábamos apenas tres canciones cuando, desde una mesa del fondo, un tipo con sombrero se levantó y lanzó una botella a otra mesa. ¡Así, sin aviso! Como en una película del viejo oeste. En segundos, comenzó una trifulca épica: botellas, sillas, gritos, empujones y la corredera de un lado para otro. Nosotros seguimos cantando un poco más, viendo a nuestros valientes oyentes resistir con dignidad… pero era imposible. Ellos mismos nos dijeron “mejor ya nos vamos”, no sin antes preguntarnos si teníamos discos. Nos pareció un gesto bello y surrealista; les vendimos un par que eran los únicos que llevábamos. Agradecieron y desaparecieron.

Con todo el bar en modo pelea del “planeta de los simios”, recogimos nuestras cosas y corrimos a refugiarnos en la cocina. Ahí esperamos a que pasara el desmadre. No supimos cómo, pero poco a poco todo se fue calmando. Pero cuando salimos de la cocina, el anfitrión estaba a punto de agarrarse a golpes con su socio. Nos acercamos para ver si al menos podíamos cobrar, y el socio —que también conocíamos— nos dijo que esperáramos afuera, que en un rato salían a arreglar cuentas. Así que bajamos los tres pisos que separaban la terraza de la calle. Un mesero nos abrió la puerta sin decir palabra… y al cruzarla, simplemente la cerró detrás de nosotros. Nos dejó afuera. A las once de la noche. Sin explicación.

Adentro, seguía sonando música como si nada. Esperamos un rato, pensando que nos abrirían. Nunca pasó. Caminamos por el pueblo con la música de fondo y con nuestro desconcierto (¡desconcierto!).

Qué gran momento para usar la palabra envuelta en nuestros estuches de guitarra. Finalmente, fuimos a la oficina de la policía del pueblo a contar lo que había pasado, con la esperanza de que nos ayudaran a recuperar el pago o al menos nos acompañaran para ver si alguien nos abría. Pero no. Parecía que esas historias ya eran muy comunes en el pueblo y no se iban a levantar de sus sillas por tan poca cosa. Nos ofrecieron dormir ahí mismo, en las sillas, dentro de la oficina, hasta que al día siguiente pudiéramos encontrar un camión que nos llevara de vuelta a Cuernavaca.

Y así fue como fuimos artistas estelares por unos minutos… en medio de “La Macarena”, el drama romántico nacional y una pelea de cantina.

Inolvidable.

Kristos Lezama es un creador que habita en el mundo de la música y el arte gráfico, donde combina diversas técnicas a partir del dibujo y la línea, creando personajes enigmáticos desde las profundidades del subconsciente. En su obra convive la caricatura, el expresionismo y el realismo, para proponer un mundo íntimo donde la mirada es esencial, al mismo tiempo que inquietante. Los ojos de sus personajes son ventanas que se abren para que la mirada externa se busque a sí misma. El mundo de la música se manifiesta en sus trazos y en su imaginario fantástico. La obra de Kristos es una danza que busca abrazar al mundo.


– ¿Para dónde crees que vaya la música en este mundo digital y qué tan buenas o malas son las plataformas como Spotify?

No sé muy bien hacia dónde irá, pero cada día siento que es más superficial. Yo escribí una pequeña idea sobre el tema y es el inicio de una de mis canciones nuevas, dice así:

La radio derrama sobre el barrio
su ritmo rapaz y repetido,
glamour vacío seduce a diario
al caracol sedado del oído.
La canción, hoy un pretexto hueco,
que se canta enarbolando el ego;
los músicos se aferran a la fama
y el público se afana al fanatismo.

– ¿Cómo describes tu estilo?

Generalmente digo que es una mezcla de folk rock, punk y trova, (para que se puedan dar una idea o confundir más). También digo que soy “un músico bien sabe qué modo”, o últimamente alguien me bautizó con el mote de Cantautorsionista (por lo de cantautor y contorsionista, y es que levanto la pierna como flamingo y hago movimientos algo extraños, a veces al cantar).

– ¿Qué hay en puerta? ¿En qué estás trabajando? ¿Conciertos?

Por lo pronto solo estoy dando conciertos ocasionales, pues ocasional también es cuando me invitan, jajaja, y estoy componiendo algunas nuevas canciones que no se bien de qué forma grabaré, pero mientras, ya las estoy presentando de a poco en sociedad.

Ha lanzado seis discos de canciones originales, entre los que destacan Los mismos perros, el mismo hueso (2001) y …y como el olvido (2008), disponibles en plataformas digitales como Spotify y iTunes. Además, ha colaborado como músico invitado en ocho discos de otros artistas y forma parte de cuatro producciones recopilatorias.

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