Elma Correa (Mexicali, México) es narradora. Escribe cuento y crónica. Su libro Mentiras que no te conté (UDG, 2021) ganó el XX Premio Nacional de Cuento “Juan José Arreola” y Lo simple, fue Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí “Amparo Dávila” (2022).
– Para quienes aún no te conocen, ¿cómo te presentarías o definirías como escritora y cuál es tu rutina a la hora de escribir?
Escribo cuentos y crónicas, cuento porque soy mentirosa y crónica porque soy chismosa. No tengo rutina, escribo cuando puedo, donde puedo y como puedo porque trabajo todo el día, así que paso mucho tiempo sin escribir, solo pensando en las historias, hasta que doy con un momento para teclear algo.
– ¿A quiénes consideras los escritores más importantes hoy en día?
Para mí siempre serán importantes Boris Vian, Lorrie Moore y Jorge Ibargüengoitia.
– ¿Consideras que la narrativa mexicana ha sido influyente en Hispanoamérica?
Claro, pero es una influencia en dos sentidos, la narrativa mexicana se nutre de lo que se escribe en España y los países latinoamericanos.
Coordina un encuentro internacional de escritores en Baja California y gestiona @habitaciones_propias, una comunidad virtual donde las mujeres del mundo comparten los espacios donde crean.
– ¿Qué opinas de las apps de inteligencia artificial? ¿Crees que sea válido que los escritores las utilicen?
Me encanta que existan esas posibilidades de escritura, creo que la literatura no solo puede, sino que debe utilizar todos los vehículos y plataformas posibles para existir. Es increíble todo lo que puede hacerse, este siglo es un gran momento para estar vivxs.
– ¿Crees que los escritores y escritoras del norte tienen desventajas frente a los escritores y escritoras del centro del país?
En un país centralizado siempre se tendrán desventajas si no se vive en el centro. Pero también creo que justo el Internet y las redes sociales nos permiten estar más y mejor comunicadxs y así podemos producir y ser leídxs sin tener que mudarnos a CDMX.
– ¿Cuál sería tu apuesta estética, desde tu oficio de escritora?
No sé si tengo apuesta estética (risas), pero me gusta contar historias divertidas sobre personajes tristes.
Elma es Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana, Maestra en Estudios Socioculturales y está a punto de titularse como Doctora en Sociedad, Espacio y Poder. Es docente en las facultades de Artes, Pedagogía y Ciencias Humanas de la UABC e imparte talleres de escritura creativa. Ha sido becaria del PecdaBC y el Fonca.
– Hay una frase que dice que todo escritor miente, ¿qué tanto mientes a la hora de escribir?
Todo lo que escribo es ficción, así que supongo que bajo la lógica de esa frase soy una mentirosa profesional.
– ¿Qué influencias literarias reconoces en tu narrativa?
No sé si puedo hablar de influencias porque eso sugiere que hay algo de los autores que admiro en mi trabajo y tengo clarísimo que no hay nada de Boris Vian ni de Lorrie Moore en mis textos, creo que más bien puedo hablar de lecturas que me gustan, a las que regreso continuamente poque me revelan algo del mundo o de la propia literatura que mantiene vivas mis ganas de seguir escribiendo.
Sus textos se han publicado en revistas nacionales e internacionales y se han incluido en diversas antologías. Compiló Vacunas contra la poesía (SCBC, 2020), el apartado mexicano de Frontera Norte. Antología de narrativa chilena y mexicana (Cinosargo, 2020), Ni una sola palabra (UANL, 2021) y Mexicanas 2 (Fondo Blanco, 2022).
– ¿Consideras que hay machismo y/o elitismo dentro de los grupos de escritores en México?
Este es un medio lleno de viejos lesbianos y de gente blanca escribiendo desde su privilegio sin ver más allá de su nariz, pero está bien, hay espacio para todxs, esas personas tienen sus lectores y los demás tenemos los nuestros.
– ¿En qué trabajas actualmente?
Estoy escribiendo cuentos, como siempre.
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KAMIKAZE
Por Elma Correa
Es mediodía y estamos drogándonos en el techo de mi casa. El sol no nos molesta porque no podemos sentir calor. Sudamos pero está bien porque así las brisas esporádicas del verano regulan nuestra temperatura sin que nos demos cuenta. También bebemos la cerveza que mi hermano nos dio a cambio de pasar un rato con Laura. Mi hermano es dealer y es un imbécil que ha estado enamorado de Laura desde la secundaria. Laura tiene catorce. Eso quiere decir que mi hermano es un degenerado, porque cuando él estaba en secundaria, Laura apenas tendría unos ocho años. Laura es mi novia.
No hay nubes y alrededor sólo huele al dulce aroma como de amoniaco de la metanfetamina. Hugo suelta una enorme bocanada de humo espeso. Me pasa la pipa y se estira y se retuerce. Escuchamos el crujido de sus huesos reacomodándose.
—El ice lo inventaron los japoneses —me dice—. ¿O pensabas que lo había descubierto Walter White?
—Hielo, cristal, crico, cristo, cris cros…—recito como si fueran las tablas de multiplicar.
—Se lo inyectaban a los kamikazes antes de mandarlos a estrellarse contra los acorazados gringos.
—¿No se lo fumaban? —pregunto devolviéndole la pipa.
—No, todavía no era tan sofisticado.
—Ah.
—Después de la guerra hicieron pastillas para las amas de casa gordas y sin esperanzas —aguanta un segundo y termina la frase soltando el humo con la cabeza hacia arriba, dándole la elocuente forma de un hongo nuclear —. Ésa fue su venganza secreta contra los Aliados: volverlos adictos a todos.
Hugo es mi mejor amigo. Es dos meses mayor que yo y tiene las puntas de las orejas caídas, como un cachorro de labrador simpático. Por eso lleva el cabello crecido hasta la barbilla y se lo deja caer por ambos lados del rostro, alborotado y grasiento, con la seguridad acartonada de una estrella de rock. Habla muy rápido y camina por la orilla del alero como un equilibrista. Habla muy rápido. Me explica una teoría rebuscada sobre los químicos precursores con la pipa entre los dientes. Parece una especie de dibujo animado. Tonto como Wile E. Coyote. Se baja la bragueta y orina. Mi casa es de dos pisos, así que imagino que el chorro de orina se va adelgazando antes de llegar al suelo del patio, deshaciéndose en gotas que quedan escurridas en la pared. Cuando se acerca para sentarse junto a mí, veo una mancha de humedad en su pantalón. Me entrega la pipa y yo le doy una cerveza.
—El nuevo novio de mi mamá es medio japo —lo dice como algo casual—. Un hijo de puta ojirasgado con un humor de la mierda.
Se levanta la camisa y me enseña los moretes de la espalda.
—¿Se están poniendo románticos? —la voz de Laura parece lejana pero su cuerpo ya está en el techo, la cara sonriéndonos con una mueca forzada.
—Pinche Gatúbela, maúlla o algo —dice Hugo, acomodándose la ropa.
—Un día los voy a agarrar fajando —contesta Laura y nos tira unas bolsitas de plástico. Hugo las atrapa. A contraluz, los cristales de las bolsitas parecen cuarzos. La mamá de Hugo además de tener fetiches raciales es medio esotérica y cree en tonterías como el equilibrio energético. Una vez intentamos fumarnos sus piedras místicas. Laura me besa y la boca le sabe a rancio, al semen agrio de mi hermano. Le doy un beso largo, tan largo que se vuelve incómodo y Laura intenta zafarse pero no se lo permito. La beso hasta que la ahogo en saliva y le hago daño en los labios. Al separarnos, tiene media cara enrojecida y la mirada triste y humillada.
Laura siempre me gusta más cuando está triste.
Hugo finge ignorarnos pero propone que inhalemos a la francesa, supongo que para relajar la tensión. Como Laura nunca puede aspirar el humo de la boca con la nariz prefiere que hagamos iguanas. Hugo le pasa el humo a ella, ella me lo pasa a mí y yo se lo paso a Hugo. Las pupilas de Laura resplandecen haciendo que el sol parezca la estrella más estúpida de la galaxia. Pienso en los golpes en la espalda de Hugo y sé que ése será mi pensamiento la próxima vez que me masturbe. Hugo azotado por un luchador de sumo. Un ninja. Un samurái. Laura brillando tanto debajo del vestido que deja ciego a mi hermano.
Hugo regresa con los japoneses.
—No tenía nada que ver con el honor, simplemente estaban drogados.
—Pero sí había algo de ritual en aquello —interrumpo.
—Pues entonces se hubieran sacado las tripas y ya —Hugo imita la acción de cortarse el vientre con algo afilado.
Laura arruga el ceño con asco y grita:
—¡Harakiri!
Nos reímos. Laura nos enseña la barriga. Su piel es más clara y suave en esas partes de su cuerpo. Acaricio su ombligo y lo cubro con la palma de mi mano. Algo se mueve dentro. No sé por qué pero me asusto. Presiono mi mano contra su estómago para sentirlo con más atención. Golpea de nuevo. Puede ser un alien. Puede ser un hijo. Entonces recuerdo que es normal, que a veces las drogas me ponen paranoico. Que sólo son sus intestinos reaccionando a los fumazos de ice. Me tumbo de espaldas. Hugo y Laura me siguen. Me gusta estar así. Drogado con mis dos personas favoritas. La tarde por delante. La vida por delante viniendo hacia nosotros con la determinación de un ataque suicida. Somos tan jóvenes y nunca seremos tan perfectos como lo somos aquí. Con cada uno de nuestros músculos apretado y desencajado.
Nos quedamos callados. Muy juntos.
Esperando el impacto.
Elma Correa es narradora. Escribe cuento y crónica. También coordina un encuentro internacional de escritores y gestiona @habitaciones_propias, una comunidad virtual donde las mujeres del mundo comparten los espacios donde crean. Escribió los libros de cuento Que parezca un accidente (Nitro/Press, 2018), Mentiras que no te conté (UDG, 2021) con el que recibió el XX Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, y Lo simple, que la hizo acreedora del Premio INBA de Cuento Amparo Dávila en 2022. Vive en Mexicali con sus tres gatitos: Calypso, Perec y Molloy.