Ciudad y centro
El desorden se antepone al orden,
las tejas en comunión con los pinos,
la dislocación del paisaje humano,
la indigencia regada en las hendiduras.
Hay tantas cosas que nos oculta la vida
-ciudad de fuego-
que al menor descuido se atraviesa un centelleo ajeno,
el roce de un cuerpo en el trasporte público,
una palabra descortés
y detona
la gota que derramó el vaso
inundando mi centro solitario
-el centro de mi verdadero centro-
para hundirme en lo desconocido,
en la niebla,
en el disfraz de prudencia que reviste a la ira,
redondo como una bola de cristal
que predice el futuro,
la mugre bajo las uñas,
la pesada jornada
y alguna brecha encogida
donde franquea un ave enorme
que cruzó la cordillera
incapaz de volar.
Ménière
No hay a quién imputar por el llanto. Nadie te dijo puta,
son las voces que edifican un presidio en tu juicio.
El hombre que atiza el nebuloso respiro del presente no existe
más que en el astillero que visitas cuando sueñas.
Nadie te obligó. Tú escogiste arrastrarlo a su domicilio cuando estuvo ebrio,
las injurias y porrazos que recibiste para que no golpee al taxista
es solo la confusión que hiela de pavor los hospitales.
La sombra de su madre no te gritó embustera, ni te mandó a casa sin un cobre.
Nada vulneró tú ánimo. Esa presión en la sien no existe,
el temblor que estalla en el duramen de tus órganos
es una ilusión, otro cuerpo flotante suspendido en tu campo visual.
Las imágenes que descienden con furia
son una respuesta que se ha inflado con exageración.
Nadie ahogó tu luz. Siempre fuiste bien amada.
Veinticuatro años
Soy una niña vieja, Anaurí; mis veinticuatro años me llevan a la rastra,
como aplastada por un fardo de troncos.
Teresa Wilms Montt
El tiempo desfila en el hemisferio derecho,
retozando sobre mis pobladas cejas;
reconozco la primera rugosidad,
las imprevistas franjas del dolor.
La hora se acerca
y alguien que no tiene rostro, nombre, ni voz
hace señales para que sople las velas
y por costumbre pienso
antes de soltar al aire mi deseo,
sesgada a la espera de un nuevo asombro.
Nunca tuve buena estrella,
año tras año de guerras interrumpidas
me hicieron escupir sobre la cara de quien me engendró,
sobre sus fuerzas incomprensiblemente destructoras
y ceder al consejo de colgar en mis orejas
los brillantes pendientes de la autocompasión,
encogiéndome de hombros ante el riesgo
de que los muchachos que acariciaban mis trenzas,
acaricien mis tetas.
Mis veinticuatro años se apoyan en el respaldo de la cama,
en la balanza de las acciones cotidianas
y mi nuca juega en contra
porque es una roca que perfora el sueño.
Heme aquí, lamentado que los tiempos felices
se durmieron sin razón aparente.
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Katherine Medina Rondón (Arequipa, 1994). Poeta y artista visual. Ha publicado: Murmullos y volantes (Aletheya, 2012), Amor en cuatro actos y otros cortejos (Casatomada, 2013), Mínima celeste (Transtierros, 2016), Disidencia (Cascahuesos, 2018), Papiros mágicos (Vallejo & co./ Sol negro, 2019) e incluida en Tea Party III muestra dinámica de poesía latinoamericana (Cinosargo, 2014), Antología XXII Enero en la palabra (Gobierno Municipal de Cusco, 2018), Memorias del 28° Festival Internacional de Poesía de Medellín (Prometeo, 2018), Antología 5° Festival Caravana de Poesía (Amarti, 2018) y Aliados, dosis de poesía para tiempos inciertos (Dendro Ediciones, 2020). Ha presentado la muestra pictórica bi-personal “Comisura” en el Centro Cultural Casa Blanca (Arequipa, 2016) y participado en diversas muestras artísticas colectivas. También ha colaborado en revistas tales como: Letralia, Caleidoscopio, Lucerna, Travesti Fanzine, El Corsé, Verboser, Ojo Zurdo, Fórnix, Ulrika, Buenos Aires Poetry, Granuja, Espinela, New York Poetry Review y Luvina. Actualmente forma parte del grupo de investigación en retórica, literatura y cultura de la Universidad de Lima.