El poeta saluda al sufrimiento armado
César Vallejo
Frente a la tumba del comandante Marco Antonio
Yon Sosa
en Tuxtla Gutiérrez, escucho al crepúsculo
resquebrajándose
La tumba tiene el número 5582.
Sus compañeros, Enrique Cahueque Juárez (tumba
5581)
y Fidel Raxcacoj Ximutul (tumba 5584)
yacen como él, destrozados.
Los campesinos de Izabal
creían que no moriría nunca.
Engañaba a los soldados durmiendo
en el vientre de un caimán
o convirtiéndose en un racimo de plátano.
Una vez lo atraparon,
pero huyó encarnando en un venado negro.
No se puede andar mucho tiempo en armas,
junto a los campesinos, sin que uno proclame
la unidad del sufrimiento y de la rebelión.
Los asesinaron en una emboscada
cerca de la frontera con Guatemala,
en la boca del río Lacantún,
y a las 18:30 horas del 20 de mayo de 1970,
los sepultaron aquí, bajo este viento seco
y encalado.
Recuerdo que los trabajadores del panteón
y sus hijos, preguntaron:
“¿A quiénes entierran?”
No hubo respuesta.
Tres estudiantes arrojaron puñados de tierra
en las tumbas; depositaron ramos de flores.
Regreso a mi casa, en la ciudad de México,
repaso los periódicos que comentaron estos sucesos.
“México no puede ser santuario de guerrilleros
y tampoco puede permitir que grupos armados
extranjeros
violen su territorio.”
El secretario de la Defensa Nacional
también dijo que los guerrilleros guatemaltecos
habían disparado primero. “En esas condiciones
—añadió—,
nuestros soldados no van a contestar con flores y
abrazos.”
Inclinemos nuestras banderas de luto
y alistémonos para nuevos combates.
¿Un crepúsculo resquebrajándose por mi espalda?
IMPOTENCIA DEL PENSAMIENTO PURO
Es como si yo escribiera con la mano metida en la sagre.
A través del ojo del buey que está a punto de morir,
veo lo que acontece en mi interior: no hay ningún paisaje
donde dejar los labios enronquecidos de tanto andar,
no hay donde dejar la salud cansada de tanta iracundia.
(El papel me mastica en silencio, mugiendo, y acaba
por tragarme.)
Es como si yo escribiera recostado en la astilla
de una estrella,
que de verdad fuera irreal, insutancial improbable.
Entonces pienso en la palabra Samar,
que se me sale por todas las estrofas,
hasta que cae a mis brazos como una muchacha.
Samar, digo,
y Samar corre como una punta de flecha,
de puntillas
sobre la alfombra incierta de mi teatro,
digo,
y mis pinzas la aprietan como un lápiz,
sin saber a ciencia cierta si Samar quiere decir sombra,
o si quiere decir algo,
o es un planeta que vive en la sombra o un barco,
desprendido de un sol reciente
que ha llegado a encallar en la arborescencia de un
helecho.
En el espacio que me rodea se abre una ventana:
una mano atraviesa ese hueco y aprieta mi nuca.
Esto es todo.
La ventana desaparece.
Por unos segundos he visto y sentido
algo que está más allá del delirio.
Golpeo el espacio con una cuchara,
pero no hay muros ni ventanas
sólo materia transparente,
velo
cubriéndome a soplos.
Mirar me desangra.
Tal es que cada palabra que escribo se vuelve
contra mi pecho
me ensarta con una bayoneta de trigo airado.
Pongo una vara en la suite de las palabras para que
no callen.
Es como si yo escribiera con un oboe metido en la
sangre.
EPÍLOGO
Oye nacer el trueno del derrumbe,
óyelo arrastrarse del otro lado de la palabra,
de aquella que no se ha escrito ni pronunciado,
la que nos duele antes de pensarse,
la que no tendremos jamás.
Oye mi nacimiento en esa palabra,
óyeme sin piel tratando de hablar,
golpeando los dientes desde adentro,
abriendo las quijadas con un palo
para caer de cabeza con un alarido
a los pies de estas palabras maltratadas.
Tus manos reciben ese nacimiento.
Daremos esa luz que nadie ha dado.
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Óscar Oliva, poeta, antologado por Octavio Paz en el libro Poesía en Movimiento, estudió Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México e Historia en la Universidad Veracruzana, donde ha sido profesor de literatura. Fue jefe del Departamento de Literatura del INBA, del Departamento de Cultura de la Dirección de Cultura y subdirector de Culturas Populares de la SEP, director de la Revista de Bellas Artes, Revista ICACH y Cultura Sur, así como director general del Consejo de Cultura y Artes de Chiapas.
Su obra abarca los títulos La voz desbocada en el libro colectivoLa Espiga Amotinada, 1960; Áspera Cicatriz en Ocupación de la palabra, también colectivo, 1965; Estado de sitio, 1972; Trabajo ilegal, poesía 1960-1984, 1985; La realidad cruzada de rayos, 1988; Óscar Oliva. Voz viva de México, 1989; Antología poética, 1998; la antología bilingüe Ecouter le monde/ Escuchar el mundo, 1999; Lienzos transparentes, 2003, y en 2010, Estratos. En 2015, publicó Iniciamiento, poesía reunida, 1960-2014, en dos volúmenes, y, en 2017, el poemario titulado Lascas.
Entre sus reconocimientos destacan: Premio Enrique González Martínez, 1969; Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, 1971, por su libroEstado de sitio; Premio de Poesía del ddf, 1981, por Plaza Mayor; Premio Chiapas de Literatura Rosario Castellanos, 1990; Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas, 2000; el estado de Chiapas lo distinguió con la Medalla Rosario Castellanos, en 2012, y en 2013, por auspicio de la Universidad Autónoma de Zacatecas, fue homenajeado en el Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde, en donde se le galardonó con la medalla Ramón López Velarde y el Premio Internacional de Poesía .