Déjate caer,
déjate llevar,
porque en la intensidad del sentir,
en el caos del alma,
reside la libertad.
Lily de Haro
Inherente, inmanente, contextual o consustancial a la creación toda pueden concurrir (o no o así sea parcialmente) lo biográfico y lo histórico, lo científico, lo técnico y hasta lo tecnológico, lo psicológico, lo filosófico, lo político o al menos lo ideológico, lo espiritual y hasta lo religioso, por lo que dado el perfil profesional proporcionalmente mayoritario de la autora (doctora en educación y destacada psicoterapeuta, para resumir su amplio currículum en las palabras más digeribles…) el título de este poemario (El camino hacia mí) pareciera acercar precautoriamente hacia caliginosos horizontes didáctic(o)pedagógicos, o bien aproximar a los resbaladizos senderos del análisis conductual o incluso situarnos ante los en ocasiones etéreos o insustanciales caleidoscopios (o acantilados) de la mera y muchas veces árida literatura de superación personal (y sí, todo ello de algún modo), pero lo cierto es que estamos aquí, más que amablemente, ante elaboraciones escriturales sobre lo personal, lo efectivamente aprendido, sopesado y comprobado, o (dicho de otro modo) lo concreto y lo cotidiano realmente experimentado. Elaboraciones, aprendizajes, sentires y saberes por compartirse, que toman forma y se confabulan poco a poco, y con hondura, gracias principalmente a la madurez vital, la praxis profesional (por supuesto) y el correspondiente y necesario rescate de lo biográfico trascendente.
Son, por otra parte, textos que apenas tocan, tímidamente (o con el necesario cuidado), los entornos cercanos a la moral o a lo ético en relación con lo social, y otro tanto remiten por igual hacia lo identitario y lo propio del ser femenino, cuando no (en otros casos) de plano, y gracias a la sustancia poética que asimismo los insufla desde el origen, terminan por sobrevolar todos los anteriores ámbitos para bella y amablemente traspasarlos.
Luego entonces, las aproximaciones poéticas que nos propone Lily de Haro (no sin interesantes o inclusive desconcertantes enigmas) tejen luminosas urdimbres que dentro de su aparente sencillez y casi ostensible desorden son a la vez casuística vital, y de alguna manera muy razonada, que llevan a acercarnos a un retrato íntimo, a un espejo que da cuenta de la complejidad de un específico “modo” de “ser” mujer, o “el ser” mujer sin mayores adjetivos, sin renunciar a ser la que se es y la que acompaña a otras (u otros) a descubrirse, por supuesto (y en lo posible) sin imponer modelos de cualquier manera prefabricados:
Eres creadora, guerrera de vida.
Cada cicatriz es un poema,
cada curva un testimonio.
(“Marcas de eternidad”, p. 82)
Más allá de ello, sus por lo general muy breves textos, mismos que optan por un lenguaje predominantemente claro y directo, de a poco conquistan y dejan ver la real y concreta sustancia de los aprendizajes, los pensamientos y los sentimientos que los sustentan; son, pues, poemas de lo más sintético que, sin alardes, aunque no sin hallazgos, se alejan de casi cualquier experimentación lingüística más allá de la formación espacial o la presunta musicalidad; apelan apenas a algunas arriesgadas comparaciones, esbozan metáforas modestas o incurren por demás prudentemente en la puesta en juego de otros recursos semánticos o figuras de pensamiento, entre las que muy bien destacan el oxímoron, la antítesis, la paradoja, la ironía…
Así, donde mejor brilla su expresividad es en los textos donde los mecanismos de la impostación o del desdoblamiento, a su vez, esbozan una fabulación completa o dan rienda suelta a la abierta fantasía, tal y como acontece en el siguiente ejemplo:
Atrapaba una presa…
y me descubrí presa,
atada, mendiga,
espejo de su cautiverio,
mientras yo creía ser libre.
Pasadas las lunas,
los barrotes claros de la jaula
se hicieron visibles,
los grilletes pesaban en mi cuerpo,
y un fino hilo
aprisionaba mi alma,
silencioso, invisible.
Finalmente, la presa voló.
Y yo,
en mi propio cautiverio,
desnudé las cadenas,
hallé el hilo,
y descubrí el camino
hacia la libertad.
(“El hilo y la aguja”, p. 42)
Nos asomamos entonces a una escritura que, por lo general, sin descartar lo emotivo, apuesta mucho más por lo racional, al tiempo que deja que la lírica, si ha de querer, se asome o a su gusto (o a su tiento) se acomode. Y de ahí que en otros pasajes sea el aforismo el recurso que abiertamente campee, se enseñoree y por supuesto siente sus reales.
La primera muestra de ello aparece en un fragmento de sus dedicatorias y que reitera uno de los propósitos de su libro:
A los vivos que yacen muertos,
a los muertos que caminan,
a los que dejaron su eco en mi alma
y siguen habitando mis versos
Y en los momentos más luminosos sentenciando, por ejemplo:
Ahogados,
pisamos los mares,
nos perdemos en los océanos
(“Polvo asfixiado”, p. 25)
Cuando el grito
rompe el silencio,
el eco despierta,
y más de dos celebran su libertad.
Pero cuando llega
el tiempo de susurrar,
todo se detiene.
Una fila atenta,
corazones abiertos,
esperan escuchar
lo que solo el alma
se atreve a contar.
(“El arte de callar”, p. 46)
Al final, la vida es solo eso:
un roce entre luces y sombras,
un vaivén infinito
donde amar y doler
son la misma llama.
(“El vaivén del alma”, p. 48)
Las despedidas no son actos,
son cicatrices.
(“El último intento”, p. 74)
Atendibles también resultan los textos en los que se reflexiona sobre los oficios del escribir, el leer y el saber, el poder catártico o transformacional de las palabras, y/o la necesidad de la confirmación individual mediante la escritura, amén del válido propósito de, mediante esta última, dejar huella o constancia de lo personalmente anhelado, experimentado, vivido o transitado.
El libro espera,
suspendido en ideas,
vagando entre lo dicho y lo sentido.
Quizás un día lo escriba,
o tal vez nunca,
pero mientras tanto,
la vida sigue siendo mi página.
(“Palabras suspendidas”, p. 57)
Dicen que a las palabras se las lleva el viento,
pero no […]
A menudo se esconden,
anidan en recovecos del alma,
retorcidas, latentes,
esperando años para tomar forma,
la forma que nos transforma
en lo que nunca fuimos
o en lo que siempre fuimos
a través del otro que calla.
(“El eco del silencio”, p. 69)
Y si bien estos momentos notabilísimos no son la constante abrumadora, como ya se dijo, aún en lo anecdótico encontraremos y confrontaremos la fuerza de una verdad ante la dolorosa pérdida, la ausencia, la esperanza, o bien el reencuentro y hasta la celebración filial o meramente la recreación o negación de la expectativa erótico/amorosa.
Porque al escribirte,
me escribo,
me reinvento,
conjugo mi ser en cada verbo;
y así descubro
cuánto me busco en ti.
(“Reescribiéndonos”, p. 70)
A menudo extraño la sombra de tus pasos,
el eco de tu aliento,
y ese espacio entre nosotros
que nunca fue vacío.
(“El eco de extrañar”, p. 71)
Y no descartemos que, como corresponde o pudiera de algún modo acontecer, aún en lo aparentemente insustancial se encuentre o se genere la muy deseable comunión poética.
Naranjas con chile,
elotes tiernos, dulces garapiñados,
el sabor de la vida
junto al peso de la muerte.
(“Entre flores y cruces”, p. 83)
Todos estos esfuerzos, por lo demás logrados –la mayor parte del tiempo– con solvencia y atinada claridad demuestran que la utilidad de la poesía se reafirma cuando cumple con su cometido de ser nutricia sustancia y apropiado continente, toda vez que, como casi cualquiera estará de acuerdo, para saciar la sed expresiva y vital, o para fines prácticos y de supervivencia, lo mismo dará tomar agua en cualquier vaso de vidrio (o de cualquier otro material) que en el más suntuoso o precioso contenedor de cristal.
Se hace camino al andar…, ha dejado dicho uno de nuestros más señeros poetas, y ante los mil y un senderos que inevitablemente hacia todos los universos posibles se bifurcan, he aquí pues apenas el honesto relato de una experiencia, ejemplo de un camino siempre en ascenso hacia la conquista de sí mismo(a), un sendero a veces amable con sus inevitable escollos, una senda no exenta de riesgos como tampoco de seductores, mas no siempre atinados atajos; camino quizá agobiante por momentos, pero en buena medida disfrutable gracias a las voces lejanas o amigas que al tiempo que de manera incesante impulsan, del mismo modo amorosamente por siempre acompañan.

Lily de Haro ha laborado ampliamente como guía Montessori de Comunidades Infantiles entre los 0 y los12 años. Licenciada en Educación por la Universidad Pedagógica de Durango. Máster en Educación Media en el Instituto Pedagógico de Formación Profesional y doctora en Educación por la Universidad Ejecutiva del Estado de México. Máster en Neuroeducación online (Universidad Popular Autónoma de Veracruz). Posgrado en Bioneuroemoción en el Enric Corbera Institute (Barcelona). Conferencista internacional por la Universidad de España y México y la Federación Mexicana de Entrenadores Transformacionales. A partir de 2012 su actividad profesional y vital se ha afincado en Austin, Texas. Escribe en sus tiempos libres.