Uno de los poetas más referenciados y respetados nacidos en este desierto, sin lugar a duda, es Edgar Rincón Luna. Su obra poética, que abarca los libros Aquí comienza la noche interminable (2000), Puño de whiskey (2005) y Trenes para demoler un río (2016), entre otros, permanece vigente en las letras juarenses y sobre todo entre los poetas más jóvenes.
Pero su amor por los libros no sólo lo ha llevado a una labor poética tan fina y admirada, sino a un ambicioso proyecto de lectura que por más de diez años ha beneficiado a los habitantes de esta frontera que, diariamente, utilizan un autobús para llegar al trabajo o regresar a casa. Hablamos de Hoja de Ruta, donde jóvenes escritores y estudiantes de la carrera de literatura de la UACJ suben a los camiones a leer poesía y cuentos a todo pulmón y con una motivación intacta.
El poeta lleva algunos años viviendo en Cleveland, Ohio, pero, junto a su esposa Verónica Martínez, continúan promoviendo la lectura en Ciudad Juárez, seleccionando textos que serán impresos y obsequiados a pasajeros para que conserven una muestra de las grandes obras de la literatura universal.
El autor regaló algo de su tiempo a Poetripiados para platicar sobre su labor literaria:
Lejos de Ciudad Juárez, incluso en un paisaje tan distinto al desierto que siempre acompañó tu poesía, ¿piensas que ha cambiado en algo a tus letras?
Sí, en gran parte ha cambiado, llegar de un desierto urbano donde solo hay polvo, calor y montañas, a un estado lleno de bosques, lagos, ríos y una fauna que, si mucho, sólo llegamos a ver en un programa de televisión o una revista de National Geographic. Uno comienza a recordar las palabras para nombrar y para capturar esas experiencias, llamarlas asombrosas o increíbles no es suficiente para describirlas, el encuentro con la naturaleza siempre es una experiencia que te deja en silencio, pensando exactamente en lo que vas a decir.
¿Todavía conservas esta capacidad de asombro? Muy necesario en la poesía, ¿no?
Recuerdo a mi hijo mayor cuando era pequeño, la primera vez que vio el mar, fue corriendo hacia él y de pronto lo detuvo la inmensidad. Me pasó lo mismo cuando, una noche, mis ojos se encontraron con la mirada oscura y profunda de un venado. Yo trabajaba en el tercer turno de custodio en una preparatoria de Medina, Ohio, una noche, mientras iba caminando por el estacionamiento, veo a un venado que al mismo tiempo me está mirando. Esos animales, por ejemplo, siempre andan en familia, protegen mucho a sus crías, cuando cruzan las calles, siempre esperan al rezagado, no avanzan hasta que el último los alcanza. Y el paisaje es abismal, vas por la carretera y ves bosques en la profundidad, formaciones rocosas con millones de años, a muchos ver eso los sorprende, a mí me deja en un silencio tan profundo como el sentido de esa experiencia.

¿Y qué opinas sobre los poetas jóvenes de esta frontera?
Sobre el fenómeno fronterizo, la distancia deja marcas profundas, un vacío que se mide ahora en millas. Me agrada saber que los jóvenes siguen encontrando el espacio para expresarse en la literatura, que hayan creado una editorial es una excelente noticia, que los jóvenes sigan escribiendo y explorando las posibilidades que ofrece la literatura siempre es algo positivo y con futuro.
Antes de que te mudaras al norte de Estados Unidos, ya se percibía cierto distanciamiento de tu labor literaria. ¿Qué ocurrió o a qué se debió ese alejamiento?
Lo que hice fue alejarme del ambiente. Nunca fui de asistir a las presentaciones o lecturas de autores consagrados, no tengo nada contra los que asisten y disfrutan de esos eventos. Yo prefiero el libro que al autor, y si se da el coincidir en un evento, está bien.
Pero seguías impartiendo talleres de poesía…
El último año que viví en El Paso iba a Juárez cada semana a coordinar el taller de poesía del Centro Cívico S-Mart por invitación del doctor Enrique Cortazar. Fue una actividad que disfruté mucho, siempre se aprende de los jóvenes y cada semana yo les presentaba una selección de poemas de una poeta que, con su obra, hizo una gran aportación al género. Estoy hablando de Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Adrienne Rich, María Auxiliadora, Gonzalo Rojas, Juan Gustavo Cobo Borda, Leonard Cohen, Hans Magnus Enzensberger, Rainer María Rilke, aparte de leerlos, daba espacio para comentar el contenido y la forma.
¿Se puede decir que continúas con tu labor poética?
Mi labor es la misma que la de una ardilla, es simple acumulación de poemas, pero eso es a simple vista. Con el tiempo me he dado cuenta de que lo que voy acumulando es fiel reflejo de ese momento que estoy viviendo, es una lenta pero constante transcripción de lo que pasa en mi vida cada año.

Era común encontrarte en los autobuses de Ciudad Juárez leyendo poesía para los pasajeros. ¿Cómo nació tu proyecto Hoja de Ruta? Cuéntanos un poco sobre su historia.
Fue en el Primer Encuentro de Escritores por Juárez, fue un encuentro abierto e inclusivo, fuera de currículums. premios, becas y trayectorias, incluso el origen geográfico, si vives y escribes en Juárez, adelante, eres bienvenido. Yo quería que se propusieran actividades permanentes para difundir nuestro trabajo, lecturas en parques, escuelas, bares, espacios públicos, de manera frecuente. Tuvimos la idea de hacer una lectura en el transporte público como ya lo habían hecho Ana Laura Ramírez, Susana Báez e Ivonne Rodríguez, cuyo colectivo se llamaba “Palabras de Arena” y leían literatura infantil.
Las dos lecturas que realizamos fueron, para mí, un desastre: subíamos a la ruta, decíamos buenos días y a leer a todo pulmón nuestros poemas. Y digo desastre porque no tenía estructura ni propósito; me imagino a los pasajeros preguntando “¿y eso qué fue? No sé, según ellos poemas”.
El primer error es no haber dejado algo en las manos de los pasajeros, por lo menos un pedazo de papel con el poema. Así nació Hoja de Ruta, como una hoja tamaño carta impresa por ambos lados y cortada en cuatro partes; pero tampoco funcionó, con las prisas no había forma de repartir el mismo material a cada pasajero. Es decir, se le daba lectura a un poema que nada más tenían unos cuantos, lo mismo pasó con Las Calaveras, no faltaba el pasajero al que le había gustado más la que se leyó en voz alta que la que dimos.

De la primera lectura rescato la participación voluntaria de los estudiantes de literatura de la UACJ, un grupo de jóvenes entusiasta que se animaron a participar, entre ellos Judith Rodríguez, Pedro Valdiviezo y Rafael Leyva, que se aventó a leer “No oyes ladrar los perros” de Juan Rulfo. Lo recuerdo y siempre lo menciono porque ese cuento en especial genera una conexión muy fuerte; esa mañana un pasajero que estaba en la parte trasera de la ruta se levantó para sentarse lo más cerca de Rafael para escuchar el cuento.
La tercera fue la vencida, el 20 de noviembre de 2011, Hoja de Ruta se convierte en un cuadernillo de 16 páginas. Edité y diseñé tres cuentos de Juan Rulfo: “No oyes ladrar los perros”, “Diles que no me maten” y “Es que éramos muy pobres”, fueron tres cuadernillos, se imprimieron 50 de cada uno, de ahí en adelante fueron 500 ejemplares cada dos semanas. La constancia de la actividad resultó muy atractiva para otros jóvenes que participaron con tanto entusiasmo que, un año después, obtuvimos una mención honorífica en el Premio Nacional de Fomento a la Lectura México Lee 2012. El ritmo se mantuvo hasta el 2017, llegamos a distribuir de forma gratuita 72 mil cuadernillos, y siempre lo hicimos con mucho cariño y aprecio por nuestra ciudad y sus habitantes.
Ahora, que continúas con Hoja de Ruta desde la distancia, reclutando a jóvenes autores dispuestos a leer poesía en los autobuses de los modernos BRT, ¿qué ha significado para ti la vigencia de este proyecto?
Significa mucho para mi esposa y para mí. Primero que dejamos algo bueno en los demás, una especie no de legado, sino de nuevos amigos, de experiencias únicas que quienes formamos parte desde sus inicios recordamos entre risas y nostalgia. Para mí, Hoja de Ruta sigue siendo un acto de resistencia a todas las circunstancias adversas que enfrentan sus habitantes, es poner al alcance obras literarias que de otra forma no tendrían acceso, ni el interés de leerlas. Para mi esposa la literatura abre espacio a la empatía, a la conciencia y a la reflexión, un acto en libertad para despertar la imaginación.
Y más allá de tener vigencia, sigue siendo un acto necesario, fomentar la lectura, es abrir la mente y el corazón, encontrar consuelo y fuerza en un cuento o poemas que fue escrito para todos.