EL IMPRESIONISMO LITERARIO Y LA EPIFANÍA JOYCEANA, EN JESÚS GARDEA ROCHA
Un poema bien hecho y bello cuesta tanto
como un cuento bien estructurado y hermoso.
Jesús Gardea.
Pocas cosas más melancólicas de leer,
en nuestra literatura contemporánea,
como un cuento de Jesús Gardea.
Christopher Domínguez Michael.
«Reunión de cuentos», de Jesús Gardea, publicado en 1999 por el Fondo de Cultura Económica es, precisamente, un compendio en el que aparecen cinco libros de su narrativa corta, con un total de 58 cuentos en casi medio millar de páginas: Los viernes de Lautaro (1979), Septiembre y los otros días (1980), volumen éste con el que el autor obtuvo el prestigiado premio de escritores para escritores Xavier Villaurrutia en 1981, De alba sombría (1985), Las luces del mundo (1986) y, Difícil de atrapar (1995). A pesar de que fueron publicados a lo largo de dieciséis años, todos y cada uno de los cuentos parecen haber sido escritos en un solo tiempo y con una misma ambientación entre anímica y realista.
En 1995, el crítico literario más prolífico de México, Christopher Domínguez Michael, en el libro, La Literatura Mexicana del siglo XX, escrito en colaboración con el destacado ensayista José Luis Martínez, después de afirmar que la novelística de Jesús Gardea, siguiendo el ejemplo de los constructores de ciudades imaginarias, como William Faulkner, Juan Carlos Onetti y Gabriel García Márquez, y bajo la influencia del realismo mágico, había situado Placeres a mitad del desierto, anota esta frase lapidaria y a todas luces injusta:
El lirismo de Gardea es, a veces, empalagoso.
Desde los tiempos de Gustave Flaubert, la narrativa ha soñado con alcanzar la intensidad, el ritmo y la inexorabilidad de la poesía. Joseph Brodsky afirma que leer poesía es desarrollar el buen gusto literario porque, según él, cuanta más se lea, menos tolerante se volverá el lector ante la verborrea política, filosófica, histórica y de ficción. En la narrativa, asevera Brodsky, el buen estilo siempre habrá de ser un reo de la precisión de relojero, de la rapidez y de la lacónica intensidad de la tesitura poética. Ésta, reafirma el escritor ruso, enseña el valor de las palabras y las alternativas que existen a la mera composición lineal. La omisión, el énfasis y el anticlímax son otros de los valores que la lírica hereda a la prosa.
En el siglo XX, para grandes escritores como Samuel Beckett y Vladimir Nabokov, por ejemplo, publicar versos es, aparentemente, un mero acto caprichoso.
En México hay buenos narradores que también han escrito poesía o viceversa, como Ethel Krauze, Raúl Renán. Otros autores navegan entre una oralidad y la escritura subjetiva, como Ricardo Elizondo y Eraclio Zepeda. En el norte mexicano se barajan también algunos nombres en los que la ficción resulta ser una prosa de poeta: Comenzando por el coahuilense Julio Torri, el bajacaliforniano Daniel Sada, los chihuahuenses Carlos Montemayor y Alfredo Espinosa, quienes se manejan muy bien tanto en las publicaciones de poesía como de narrativa y, por supuesto, Jesús Gardea.
Como lector, siempre me he sentido fuertemente atraído hacia el solo hecho de que Gardea sólo haya publicado en 1982, en una editorial universitaria del centro del país, un precioso y breve libro titulado La canción de las mulas muertas. En éste, su poesía es como fue en vida su personalidad, lacónica, pero intensa, como el destello del sol sobre el filo de un cuchillo. Los poetas son, creo, los que han llegado, por su capacidad de síntesis, de condensación en el uso del lenguaje, a una profundidad tal en el contenido de sus textos, que rayan en lo subterráneo y al mismo tiempo en lo luminoso. La poesía aporta a la prosa, aparte de la cualidad anterior, otras dos, también fundamentales, que son: la capacidad de síntesis y el ritmo. En la ficción breve de Jesús Gardea también se encuentra el sonido entrecortado del poema. Es por esta razón, que la narrativa breve de este autor chihuahuense resulta ser un verdadero mosaico del discurso matizado fuertemente por una poética de los cinco sentidos. La mirada y el lenguaje poético influyen grandemente en el punto de vista manejado en la narración de los sucesos mismos, concediéndole a éstos, así, un relieve extraordinario. Que luego haya renunciado del todo a leerlos y a escribirlos porque, según sus palabras, ya no se encontraba a gusto con la poesía es una cuestión meramente secundaria.
Ese lirismo empalagoso que le adjudicaba Christopher Domínguez Michael al escritor norteño en 1995, no resultaba serlo tanto, ante este brevísimo acercamiento a los narradores que han comenzado a publicar poesía antes que otro género. Jesús Gardea utilizó tanto comparaciones como metáforas que enriquecieron el ambiente de varios de sus cuentos. Veamos algunos ejemplos de comparaciones, que son la antesala directa por vía primitiva a las metáforas:
Caímos entre las hojas como cañas abatidas por un golpe de viento (p. 28)
Y en la pulida madera de las culatas aparecen entonces las manos como flores nocturnas (p. 137
El alcalde sintió las orejas de los forasteros como ventosas a las puertas de su alma y dobló el recato de su actitud y preguntó, al recuerdo, qué era lo que veía (p. 138)
Allí me oí llorar de nuevo, pero al principio, como si fuera yo una multitud (p. 169)
Nos acercamos como si quisiéramos sorprender el fino trabajo de la muerte en las palomas; sus modos (p. 175)
Un saludo como una mariposa loca posándose en una flor de papel (p. 199)
El hombre se acerca a la vidriera y aparta con una mano los hilos de las gotas que corren, como si apartara los hilos de una cortina (p. 200)
-¿Muerto?- le pregunta. No contesta, Mira la sombrilla. Piensa: es membranosa como las alas de un murciélago tendido al sol del mediodía (p. 202)
La espaciosa frente femenina se ensombrece de pronto, como una blanca pared al paso de una nube (p. 204)
Corbala pensó en sus manos como en boscosas lejanías, como en dos animalitos de nieve (p. 255)
Encima de ellos, el cielo tenía poco menos que el color del saco como si estuviera juntando todos los infortunios (p. 255)
El dueño vio gotear las cabezas como árboles después de una tormenta de verano (p. 288)
El foco de la trastienda parece girasol enfermo. Un lagrimón de llanto seco (p 399)
Muñoz miraba la llama de una vela. Ardía la llama como la hoja de una daga (p. 434)
Arrastraba la mano como a una flor enferma (p. 466)
Ahora una muestra de metáforas:
Ven, no importa; sal a darle una mordida al amor; ese pan que tú apenas conoces (p. 73)
Hay asuntos que no toleran la presencia del mundo, y la mujer es el mundo (p. 149)
Ella me sintió, me miró a su vez, sonrió: amanezco sólo para ti, como en el principio, me dijo. Y luego, con una voz en donde andaban tigres y palomas enamorándose:
-Pero tú amaneces siempre en mí mucho más primero que el sol en el mundo (p. 171)
Este fragmento metafórico, está fuertemente emparentado con dos de los fragmentos que aparecen en su poemario Canciones para una sola cuerda, cito:
3
La sola mirada del tigre
levanta polvo de palomas
en el horizonte de tu cuerpo
tendido y manso junto al mío (.p 11)
Y:
67
Soy el sueño de los ríos
de los tigres y de las palomas
escúchame
voy tan solo
caminando rumbo al mar (p. 76)
Lo cual me hace recordar que hay poetas o narradores –como Jesús Gardea- que difícilmente se desprenden de sus obsesiones temáticas y trascienden sus imágenes más allá del verso, como Charles Baudelaire, quien cita lo siguiente en uno de sus versos:
El cielo puro en que tiembla el calor eterno
(Le ciel puro oú fremit l¨eternelle chaleur)
Y en sus Pequeños poemas en prosa realiza una correspondencia, cito:
Un cielo puro donde se pierde el calor eterno
(Un ciel puro oú perd l¨eternelle chaleur)
Y en Gerard de Nerval, recuerdo, de su poema El desdichado la siguiente línea:
Y la viña donde se une el pámpano a la rosa
(Et la treille oú le pampre á la rose s´allie)
Y en su novela Sylvie, anota su correspondencia:
Donde el pámpano se enlaza a los rosales
(Oú le pampre s´enlace aux rosiers)
Retomemos ahora la enumeración de las metáforas de Jesús Gardea:
Tensa, la cuerda del silencio entre los dos (p. 261)
Su ombligo, saltón y húmedo, ojo de una vaca (p. 417)
La sangre de los sueños, en el cuerpo de las cosas (p. 426)
Un látigo de acero, la voz de Mercedes (p. 435)
Sorprendía la sonrisa de burla en el hombre. Una florecilla ácida entre sus dientes (p. 460)
De su acercamiento a la época de oro del barroco español, sobre todo, a Francisco de Quevedo y Villegas y a Luis de Góngora y Argote, le nacen a Gardea dos recursos más propios de la poesía que de la narrativa: la hipérbole o exageración, y el hipérbaton o inversión de los términos lógicos de la oración. Jesús Gardea traslada la hipérbole a nivel de algunos de los personajes y tramas de sus cuentos, por ejemplo, en su cuento La acequia, que aparece en su libro Los viernes de Lautaro, los tres hombres misteriosos que buscan a Anastasio Madrid son tan flacos y altos como una nube (p.28). Érase un hombre a una nariz pegado, que es la primera línea de uno de los más famosos sonetos de Quevedo, nos remite al cuento del narrador norteño titulado Como el mundo, del mismo libro, donde Ocaranza, cuyo apellido comienza con la O por lo redondo y cuya figura física es descrita como si fuera un mundo, es un pequeño dictador que ha ejercido el control de toda su familia a lo largo de cuarenta años. Sus hijos y parientes, para vengarse de él, una luminosa mañana de agosto, deciden abandonarlo a su suerte mientras éste hace de sus necesidades biológicas, en cuya letrina habrá, literalmente, de morir de inanición, Es así que la frase hiperbólica de Quevedo se traslapa de Érase un hombre a una nariz pegado a Érase una O por lo redondo a una letrina pegada. En el caso de la hipérbole, tenemos de sus cuentos los ejemplos siguientes:
Una sola vez levantó la mano y la abrió arriba de su cabeza, como un paragüas. La sombra de sus dedos le cayó en el cuerpo como una araña; la de la palma en los pelos, como una corona de alivio (p. 277)
En el caso del hipérbaton:
Todos pensaban lo mismo, en la humareda de los vahos: que aquella caminata para más tarde era (p. 348)
Enseguida la penumbra se llenó de un escaso ruido de trastes, del de una llama que nadie su resplandor pudo ver (p. 352)
De repente descubre en los rayos del sol niños jugando (p. 392)
Se quedaba mirando los cabos, Muñoz (p. 429)
Del color del azufre era (p. 470)
Doblaba los dedos, Bartolomé (p. 470).
Tuvieron que pasar doce largos años para que el susodicho crítico literario corrigiera su lectura apresurada de la obra narrativa de Jesús Gardea. En su Diccionario Crítico de la Literatura Mexicana, publicado en el 2007, luego de acotar sobre la novelística del nacido en Delicias, Chihuahua y de afirmar por vía tercera –José María Espinasa- que el autor norteño “nunca recurrió a los golpes de la varita del realismo mágico, abandonando sigilosamente (y por completo) la anécdota, situado entre los límites de la inteligencia”, Christopher Domínguez Michael anota:
… fue en los cuentos donde Jesús Gardea alcanzó una maestría basada en la depuración casi maniaca de sus poderes expresivos, en Reunión de Cuentos, del Fondo de Cultura Económica (donde, Espinasa encontró a un “cuentista atípico: sus historias tienden a ser parcas, enjutas, adelgazan hasta volverse imprecisas.
Historias que van más allá de lo que enuncian; he aquí entonces que lo extraordinario de la narrativa breve de Jesús Gardea se encuentra en todo lo que ésta no dice. Con ese decir poco de sus personajes, dicen mucho. Esa elipsis del pensamiento que todos ellos practican los enriquece, los hace menos de papel, más humanos, más entrañables. No sólo la frase corta, lacónica, es el elemento conductor del misterio en los cuentos gardeanos, como ha escrito en una iluminadora evocación Gaspar Orozco, sino también los finales abiertos. Jesús Gardea hace violencia del lenguaje para hablar del lenguaje de la violencia. Porque el silencio también hiere, también lastima.
El silencio ligado a la fría indiferencia y a la ignorancia del otro que no soy es una de las más profundas heridas psicológicas. Una de las peores, también, porque no deja huella, no deja una marca visible en el cuerpo. Es una clase de asesino silencioso del alma y del espíritu. También yo le llamaría, a su narrativa breve, especulativa, pero en su sentido etimológico, de especulum, es decir, espejo. Gardea, con su prosa breve, nos lanza señales a mitad del páramo, de la aridez, de lo yermo. En el espejo de sus textos cada lector puede adentrarse para reconocerse o desconocerse. La realidad no parece ser la que yace de este lado, sino la que se encuentra más allá del azogue. Seguimos con la lectura del análisis crítico de Domínguez Michael, cito:
Y no es que, al simplificarse, la historia, el cuento, se vuelvan transparentes. Al contrario, hay una textura impresionista, vibratoria, en ellos.
Adscrita por vía natural- por esa textura, dice Domínguez Michael- al impresionismo literario, se encuentra la narrativa corta de Jesús Gardea. Los objetos, las cosas, que el cuentista chihuahuense describe con el ánimo de un verdadero animista, plagadas de connotaciones densas, enriquecidas por la palabra poética –vía prosopopeya-, se estremecen, cobran vida propia como si fueran seres y se convierten en símbolos que le otorgan una fuerte carga emotiva, necesaria, que sirve a la parca escenografía gardeana, y las transforma en diminutas vías de irradiación lumínica, en unas verdaderas «epifanías».
El impresionismo en literatura es una actitud cuyo escritor que la pone en práctica se identifica con ciertas técnicas que lo mismo pueden utilizarse en la poesía como en la prosa –y le otorgan a los personajes un punto de vista en el cual se descartan los pensamientos profundos de la filosofía y las moralejas que corresponden más a las ancestrales fábulas que a los cuentos, y la acción, el sentido en conjunto y las descripciones pasan en ocasiones a un segundo plano. Asimismo, el carácter de cada uno de ellos, sin ser detallado, se transmite a los lectores mediante la interacción que se ejerce entre aquéllos y los objetos animizados y a determinadas circunstancias. El Simbolismo, el Parnasianismo y el Imaginismo, con poetas tales como Arthur Rimbaud, Paul Verlaine, Thomas Stearn Eliot y Ezra Pound, están inscritos también en el impresionismo. En la narrativa, con el uso del monólogo interior y el “fluir de la conciencia”, encontramos nombres como Sherwood Anderson, Virginia Woolf y James Joyce.
Fue este último quien revolucionó el lenguaje narrativo negándose a prestarle atención a la lógica del discurso, haciéndolo menos descriptivo y más sugestivamente poético. Con frases sumamente cortas contribuyó a renovar la narrativa, añadiendo los recursos tradicionales que pertenecían al ámbito de la poesía, tales como las aliteraciones, sinestesias, la musicalidad de las palabras, los retruécanos, las imágenes auditivas, visuales y olfativas. La epifanía joyceana se constituirá como uno de sus más grandes descubrimientos y será un elemento o símbolo revelador de lo espiritual o abstracto en la narrativa, que vendrá a iluminar la otra cara de lo aparentemente trivial, envuelto en las manifestaciones del inconsciente a través del animismo.
James Joyce nos remite a la palabra mágica, al “fluir de la conciencia” y nos permite pasar de un recuerdo a otro, evocar las imágenes, percibir las voces, los olores y los sabores.
El impresionismo es rico en imágenes subjetivas de marcado sentido pictórico, por tal motivo, le otorga una importancia relevante al uso del color y a la composición de efectos visuales y en el trazo de una pincelada profunda, musical, descontextualizada.
Así surge, por ejemplo, la consigna del poeta impresionista Stéphane Mallarmé: Pintar no la cosa, sino el efecto que produce. De ahí el recurso de la sinestesia, que no es otra cosa que el entrecruzamiento de dos o más imágenes cuyas impresiones sensoriales son percibidas por los diferentes sentidos: vista, oído, tacto, olfato, gusto.
Reconozcamos en la narrativa breve de Jesús Gardea, las técnicas del impresionismo que utiliza en algunos de sus cuentos. En el plano semántico:
La sinestesia.- En ella se buscan, el color, la luz que llena de elán vital a los objetos, entremezclados con los sonidos que obliga a la naturaleza a conglomerar las vibraciones centelleantes y fugaces:
-Sanjurjo, ya no repique más, por favor. La mujer puede incomodarse. Los olores la tienen sin cuidado; pero la molestan si se agudizan y se vuelven impertinentes (p. 124)
El perfume venía de abajo de la mesa. A soplos, el músico lo había impulsado como a un barco de vela hacia mi padre. Mi padre recordaba la gran sonoridad del aire (p. 130)
El ramito de la menta estaba entre las manos de la muchacha, reposando en su falda, oculto por el mantel: mi padre lo vio levantarse de allí, subir por el aire en la mano que lo sostenía y detenerse como un sol, frente a su cara (p. 131)
Al policía se le trepaban, se le levantaban sombras en las piernas (p. 135)
Los disparos de los nudillos contra la madera resuenan magníficamente; convierten mi casa en una catedral de amplias, desoladas, naves (p. 173)
Vamos caminando mi vecino y yo por el frío filo del silencio (p. 175)
La pregunta de Rojas levanta un silencio negro entre los tres. Un silencio de pájaros muertos (p. 381)
De los cuartos del primer piso empezaba a escapar un frío silencio (p. 464)
El animismo o prosopopeya.- que presenta la percepción sensorial desligada de su causa, se expresa como una cualidad del objeto, desapareciendo así la diferencia entre lo animado y lo inanimado como un modo de vivificarlo. Es un modo de ampliación en esa atribución de cualidades o acciones propias del ser humano a los animales, las cosas, las figuras abstractas o a las personas muertas o ausentes, haciéndolas factibles de lenguaje.
En tiempo de lluvia, por ejemplo, el cielo en la narrativa gardeana, es como un perro ingrato: nos gruñe, nos ladra; alza su pata y nos mea. Nos desgracia según sus posibilidades. Cuando no desierto, diluvio.
En el extraordinario cuento titulado Todos, un foco situado en el centro del universo reducido de un cuarto habitado por varios hombres, se sitúa dentro de lo real maravilloso. El viento y el vértigo son también los otros enemigos a vencer. La noche es la cómplice de ambos. Al final, varios de ellos, arrojan, como al Jonás mítico, al protagonista de la habitación para conjurar sus males. No hay geografía. El foco, balanceándose, girando como una peonza, semeja un horrendo maelstrom.
Jesús Gardea persigue y consigue en varios de sus cuentos el ideal simbolista-expresionista de Stepháne Mallarmé, cuando éste exclama en una entrevista lo siguiente:
Es el uso perfecto de ese misterio escoger un objeto y extraer de él un estado del alma, por medio de una cadena de desciframientos. El fin de la literatura es evocar los objetos.
Veamos en Gardea algunas prosopopeyas:
Cuando entró a la cocina por la merienda, la música de la flauta estaba aposentada ya en sus huesos (p. 13)
Cuando la madre de Candelario Bamba le cuestiona no sobre ese don de tocar la flauta, sino de dónde saca esas notas, el hombre contesta:
-De ninguna parte, Magdalena; esa es la queja de la madera hembra.
-Tú la atormentas, entonces, Neftalí- dijo la madre de Candelario, medio llorosa.
-Yo no sé- respondió Neftalí Bamba- Yo digo que la enamoro (p. 13)
El silencio comenzaba a aplastarnos (p. 29)
La luz le arranca a la pecera vivos reflejos (p. 55)
El patio arde en la luz de la tarde. El sol entra de lleno en el corredor e ilumina un sillón de mimbre, el único mueble de la casa a la intemperie (p. 60)
La mujer sigue mi mirada. Oigo no su respiración sino el fino intercambio de su espíritu con todas las cosas que andan en el aire (p. 60)
La mujer espera que yo vuelva los ojos al punto de partida; el sillón solitario, y me dice:
-No siempre estuvo allí tan olvidado como usted lo encuentra. Lo hemos dejado aquí para que se lo coman insensiblemente las estaciones, pero se resiste (p. 60)
Dos prosopopeyas o animizaciones enlazadas con una comparación:
Quizá por eso los toquidos se apagaban y movían luego sobre la lámina caliente, como las palabras cuando nacen al mundo privadas de su poderío y clarividencia de la voluntad (p. 151)
El trueno se aleja después, como un viejo solitario por solitarias habitaciones (p. 202)
La melodía va adueñándose de la atmósfera del cuarto, de los objetos, de los turbios rincones. Anda por el aire, combatiendo (p. 203)
En el plano sintáctico.
Animización con perífrasis verbal o construcción perifrástica, para profundizar la intensidad de las impresiones:
Sentado, junto a la puerta, me tocó ver morir muchas tardes en el patio (p. 228)
Volvamos a la animización simple:
Tal vez sienta que conmigo se ha endurecido el silencio; tal vez él pensó en una nuez y en el modo de romperla (p. 264)
Las nubecitas –dijo Cobos al sentarse- podan el sol. Le devuelven la juventud. Las putas (p. 269)
Personificación por comparación:
Truenos. Cobos siempre le tuvo miedo a los truenos. Hice silencio. Me puse a templarlo como a las cuerdas de una guitarra (p. 270)
El mundo nos oye por orejas increíbles. Cobos (p. 272)
Los abanicos se sacudieron en los muslos como mariposas heridas de muerte (p. 289)
Y en eso el viento. Sonador de aldabas (p. 295)
El viento sigue aporreando nuestro cascarón. Cabalga por la azotea, se mete con el agua. Se muere por quebrarnos. Se llevaría a las muchachas si yo, abriéndole la puerta, lo dejara entrar (p. 295)
No lo ha entontecido el mazo del sol (p. 301)
Colunga bajó la vista; en medio del terreno vio a un perro y su sombra sentados (p. 348)
Las bombillas eran altas, sin barriga y limpias. Y la llama que les lamía el entresijo, recortada, contenida; sabia en su caricia (p. 350)
La prosopopeya con sinestesia:
La voz de Jiménez rebota en la superficie del agua como una piedra laja. Quiebra el silencio en mis oídos. La imaginada paz (p. 365)
Prosopopeya por comparación con sinestesia:
Roja como una bandera. La corbata simulaba una herida. La herida iba tan alegre en la luz de la tarde, como una banda de música (p. 445)
El segundero avanzaba a brincos como una liebre por un campo iluminado (p. 448)
Escupía el hombre. La escupitina me mordía la sombra. Blanca, con tufos de alcohol (p. 461).
En la mano del hombre la botella se había oscurecido. Casi era tan siniestra como los lentes. Me la imaginaba rota, coronada de picos. Saltara o no el hombre, la botella, rota, se volvía un arma terrible (p.462).
Aparte de la arena del desierto, figura emblemática, y del viento, siempre activo, ambos animizados, en la prosa breve de Gardea, aparecen otros símbolos que son definitivos y definitorios: la infancia, los libros, la lluvia, los truenos y la nostalgia por el bosque.
El crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michael, ya con otra visión y con el tiempo transcurrido de por medio, concluye sobre Jesús Gardea:
Al verlos en conjunto (a sus cuentos) se muestra la evolución hacia un lenguaje voluntariamente seco, formalizado, que toma palabra, atmósfera o incluso ritmo del lenguaje hablado, pero no tiene nada que ver con él (…) Es evidente que no posee un lenguaje florido, que sus ficciones se tocan en una gama limitada de notas (eso que alguna vez se le ha reprochado: todos sus cuentos parecen el mismo), pero que en esas pocas notas se ve un trabajo muy elaborado. Sus cuentos no se parecen, lo que se parece es la textura.
Y luego remata líneas más adelante:
Aquel “narrador del desierto”, a quien al principio identifiqué como un cumplido artesano bien dispuesto a “colorear” esas llanuras desérticas del norte de México, huérfanas de expresión literaria, resultó ser un solitario ejemplar que hizo de la nada natural y del vacío geográfico una poética de la desolación. Pocas cosas más melancólicas de leer, en nuestra literatura contemporánea, como un cuento de (Jesús) Gardea.
La inteligencia está siempre detrás del ojo del espejo de Gardea. Sus historias, aunque lineales en su mayoría, nos otorgan dentro de ese desarrollo horizontal de la trama, un pequeño salto, una leve pero efectiva sacudida, una salida abrupta de todo lo ordinario, un absurdo que nos cimbra como lector y nos sacude el tapete bajo los pies.
Sus personajes parecen haber salido de la nada y en ese territorio de la nada, conviven, aman, sufren y, en muchos de los casos, mueren. Parecen no tener prisa nunca, ni sentido, ni origen. Estén en pasivo o en tránsito, los diálogos entre ellos son parcos pero densos.
La narrativa corta de Jesús Gardea es apolínea, porque desde pequeño al autor chihuahuense le ocurría lo que narra el famoso poema de don Alfonso Reyes, lo seguía el sol a todas partes como a un perrito faldero. Muchos de sus personajes se alimentan del sol para poder vivir, ya que la acción se desarrolla cuando el sol está en su punto medio, cayendo a plomo sobre el occipucio.
En una entrevista que le hace uno de sus estudiosos más acuciosos, Vicente Francisco Torres, al cuestionamiento del por qué el sol es una presencia constante en sus libros, Gardea responde que no alcanza a saber por qué, y añade:
…a lo mejor es un ajuste de cuentas a su opresión. Trato incluso de sacarlo físicamente y quizá sea mi personaje principal. El paisaje árido que destaco, el polvo y las gentes sin grandes proyectos de vida, son experiencias que me marcaron desde mi infancia. Por eso me refiero constantemente a ellos y siento que “El sol que estás mirando” es el más autobiográfico de mis libros.
El mundo real está afuera, en las vivas cosas; y se accede a él intentando capturar los vertiginosos efectos de la luz, de la fuerza brillante y quemante del amarillo. Todos sus personajes, bajo el sol, forman, como Gardea lo dijera en una entrevista de la revista Proceso, una tropa de infelices. Sobre todo, y en su primer libro de cuentos, “Los viernes de Lautaro”, la luz de agosto, surgida de la influencia de la lectura atenta de Gardea de William Faulkner, como en el cuento titulado Hombre solo, en donde En la calle, pequeños remolinos de polvo se persiguen. Son las doce del día y desde temprano ha estado soplando, flojo, el viento. Las sombras están de pie junto a las paredes, deslumbradas y aturdidas por la resolana. Los tres árboles que hay en la calle soportan el furor de agosto (p. 17) y Zamudio tiene de pronto en sus ojos más luz que agosto (p. 18). William Faulkner tiene publicada una novela precisamente con ese título Luz de Agosto. De hecho, en la susodicha entrevista citada con Vicente Francisco Torres, ante la pregunta sobre cuáles considera sus maestros, Gardea responde:
A los americanos: Hemingway, McCullers, Dos Passos, Faulkner; con todos ellos comencé a leer.
Están esas pequeñas piezas maestras como La pecera, Trinitario, Ángel de los veranos, Septiembre y los otros días, Livia y los sueños, Senén, y Todos, entre otras, que consiguen elevar a su autor como un escritor de altos vuelos. No en balde, estudiosos de la literatura de otros países, como Alemania, Francia y Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, en estos momentos, están revalorando seriamente su obra. Con estas y otras reflexiones, creo que la Reunión de cuentos de Jesús Gardea, del Fondo de Cultura Económica, a partir de ahora, debe ser parte importante de nuestra biblioteca personal. Enhorabuena por nosotros sus lectores.