“PUERTA DEL CIELO”, PRIMERA NOVELA
DE IGNACIO SOLARES: UNA APUESTA CONTRA EL TIEMPO
Siempre resulta interesante leer la primera novela de un escritor mexicano tan talentoso como lo es y lo ha sido, desde ya hace muchos años, Ignacio Solares.
Escrita gracias a una beca otorgada por el Centro Mexicano de Escritores, y teniendo como maestro generoso en el quehacer literario y a la vez como padrino en la cuarta de forros, al insigne escritor mexicano Salvador Elizondo, y publicada en 1976, por Editorial Grijalbo, a los 31 años de su autor, “Puerta del cielo” resulta ser una apuesta contra el tiempo. Una apuesta real del escritor, Solares; y una apuesta del mentor, Elizondo, quien, en aquel entonces, exagerando, dándole, como en el teatro, su “patadita de la suerte en el trasero”, afirmaba de dicha novela que irrumpía como un sol a media noche, en el panorama de la narrativa actual, esta novela de Ignacio Solares, cuya escritura había estado animada en todo momento por el rigor de la sencillez y por el afán constante de máxima claridad; ello no amplificaba la extensión, pero sí perfilaba la intensidad de las vivencias que nos narraba, a las que daba, con verosimilitud inquietante, un aura de mágica melancolía y nostalgia.
Irrumpía, creo, como un prudente correctivo a los excesos de una narrativa bien documentada pero opaca. Novela cuya temática se encierra precisamente en el título: Puerta del cielo, Porta Coelis, uno de los tantos epítetos superlativos marianos del ritual del rosario católico; y en la portada: La virgen castigando al niño Jesús frente a tres testigos: André Bretón, Paúl Elúard y Max Ernst, pintor, éste último, del cuadro que ostenta el frontispicio del libro. Con formación jesuita, Ignacio Solares no podrá desprenderse nunca en us narrativa posterior, de un aura mística de rosacruz moderno, cruzado con caballero moderno de cruzadas anacrónicas. La espiritualidad propia de los claustros y de los centros de la meditación de la fe le llegó a este “centauro de las letras norteñas” más allá del hueso, hasta el tuétano. Bastará con leer “Madero, el otro”, o “No hay tal lugar”, novelas posteriores a “Puerta del cielo” para darse cuenta de su misticismo y esoterismo han sido punta de lanza de su gran propuesta narrativa.
Esta ´opera prima´ de Ignacio Solares, “Puerta del cielo”, viene siendo lo que el crítico Albert Thibaudet llama “la novela pasiva”, ya que adopta como unidad propia simplemente la unidad de una existencia humana, la del personaje central, Luis, sí, pero la escatológica, porque Luis, al mismo tiempo, es un adolescente que, en forma paradójica, abre sus sentidos al deseo sexual y a la percepción mariana, es decir, a la epifanía o revelación divina. Por eso viene siendo, en suma, el tipo más común y simple de la novela.
Luis es un ´onanista´ irreprimible, cuya primera noche de masturbación es la misma en la cual ocurre la primera aparición de la virgen María y la del primer juramento de no volver a dicha práctica, firmado hasta por escrito por él, mismo que va a resultar en vano.
Esta también puede pasar como una novela de ´Bildungsroman´, término aplicado generalmente a novelas de iniciación o de formación, ya sea en lo espiritual, intelectual o emocional del protagonista, quien, saliendo del refugio familiar, y mediante diversas experiencias, recomendado por su tía Águeda, se enfrenta al rudo mundo bajo la apariencia de un obrero.
Primero, como vendedor de piso en una fábrica de telas, en donde su jefe, es un tipo déspota, rígido, inflexible, cuyo lema principal permite el cometimiento de un solo error, uno solo, antes de ser despedido. En segundo, como ´bell boy´nocturno en un hotel en el que conoce y se contagia de unos pícaros quienes viven haciendo siempre de las suyas y cuya trama, a estas alturas de la novela, se torna deliciosa por el alto grado de realismo y de psicología que entraña cada uno de estos personajes noctívagos. Y, tercero, de guardián o vigía, de ´encandungador´ o de ´virgilio´, a la entrada de un burdel, para guiar, con su lámpara de mano a los solitarios hasta el fondo de ese pequeño infierno de pecado.
Luis avanza, tambaleándose, sobre el filo de la navaja que es la vida: perdido entre la carne y el espíritu. Incluso el padre Rogelio, guía espiritual de Luis y de la madre de éste, regresando del panteón, del entierro del padre y esposo respectivamente, habla con una voz que suena cruel, tiránica. Le incrusta al adolescente una pesada losa sobre la espalda con una sola frase: “ahora tú tendrás que cuidar a mamá”.
La voz del narrador, o del autor, que en este caso viene siendo lo mismo, rompe con el estereotipo del cielo o del purgatorio de la religión judeocristiana, cuando nos describe cómo, la virgen María lleva a Luis a ver a su padre hasta el fondo del ´hades´, representado por una montaña llena de nieve, y pone en boca de esta aparición la frase que habrá de determinar el rumbo de la trama y la suerte de la apuesta como incipiente narrador:
“Recuérdalo siempre: al final todo saldrá bien. Solo hay que esperar un poco, no importa lo que suceda. Al final, todo saldrá bien”. Una solución creo yo, y viniendo de la suuesta “mater celeste”, demasiado simplista.
Casi en las últimas líneas, la apuesta se resuelve en contra del autor, afectando al posible lector, luego de que Luis le cuenta a la virgen sobre sus relaciones con Olga, la hija de la dueña del prostíbulo donde él trabaja; la virgen María, como respuesta, le receta una sola frase, una frase trivial envuelta en una interrogación, demasiado estandarizada, convencional, que viene a dar al traste con la línea de la verosimilitud muy bien llevada hasta entonces:
-¿No sabes que en la relación carnal entre hombre y mujer se realiza el sacramento del matrimonio?
Misma que suena a salida en falso, decepcionante por ese facilismo que encierra, tratándose de la madre del dios de los hebreos, convirtiéndola, así, -a la novela- en un medio moral educativo, conuna solución muy simple, muy a lo historial clínico del Centro de Integración Familiar, A. C.
Además sin olvidar el hecho de que estamos hablando de que la novela fue escrita y es publicada en la década de los setentas, cuando, en el contexto histórico y social, aún pesaba fuertemente la onda ´hippie´, el concepto del amor libre, las pastillas anticonceptivas, el uso de psicotrópicos, y la pandemia del sida ya comenzaba a expandirse por el mundo, etcétera. La onda “hippie”, una corriente liberal que venía huyendo precisamente de esta clase de estereotipos impuestos por una sociedad fuertemente religiosa y represora.
Salvador Elizondo, socarrón como era, siempre con ese tono gangoso delicioso que lo caracterizaba, en una segunda parte de la cuarta de forros, la cual guardaba yo como un verdadero as bajo la manga, nos da la clave de la única y más grave falla del novelista chihuahuense, cito:
“Con gran habilidad, Solares ha evitado los escollos y no cae nunca en el lugar común o en la falsa puerilidad gracias a esa malicia literaria que consiste en escribir sin malicia, a tono con el carácter del personaje y tiempo con los hechos y con las circunstancias que narra.
Voy a decir de Ignacio Solares lo que tan atinadamente afirma de don Artemio del Valle Arizpe, en una de sus afamadas entrevistas: La pureza en literatura es un pecado capital. Aún para describirla se requiere malicia”.
Malicia es precisamente de lo que nuestro escritor chihuahuense ha carecido en esta primera novela. La malicia literaria de escribir sin malicia, tal como lo escribe Elizondo, resulta entonces ser una paradoja, un oxímoron cuya segunda parte niega y, por lo tanto, anula, la primera.
La apuesta se pierde por ausencia, por la falta de malicia y de verosimilitud en su resolución: Luis termina casándose con Olga, obedeciendo a la virgen, es decir, siendo “políticamente correcto” y legalizando la unión.
La novela fue desaparecida por Ignacio Solares de su catálogo de obras publicadas. Es muy posible que le invadiera una cruda moral luego de haberla publicado, es decir, se arrepintió de haberla dado a la prensa. Es como si quisiera olvidar que la había escrito, que la había publicado, renegó de ella como algunas madres reniegan de sus hijos luego de echarlos a andar inútilmente por la vida. Recientemente, en una entrevista en https://www.gob.mx/cultura/prensa/ojala-quede-alguno-de-mis-libros-mas-alla-de-mi-ignacio-solares dijo lo siguiente:
“Mi primera novela realmente es Anónimo y luego escribí un libro como a los 29 años que se llama Delirium Tremens, es el libro que más he vendido y que más me satisface, aunque es un libro hecho con el dolor de mi prójimo, es un libro para mí importantísimo” y para mí oír mentir a un exjesuita es todo un gran acontecimiento.
A pesar de este desliz ´conscientizado´ un poco después por el autor, y cuya mención en solapas de libros escritos posteriormente por el autor chihuahuense sufren de la ausencia de que haya existido, la novela aun funciona muy bien y anuncia al excelente narrador que en las décadas siguientes habrá de ser Ignacio Solares. De todos modos, si mandó la desaparición completa de la novela y quiere recuperar ésta que tengo en mi biblioteca personal, que quizás sea el último ejemplar que quede, se la vendo a Ignacio Solares a diez mil pesos. Así podrá extinguir quizá, el último vestigio, por fin el último volumen. Enhorabuena por nosotros sus lectores.