«La Virgen del Barrio Árabe», de Willivaldo Delgadillo, ganadora del «Premio Chihuahua 1995», y publicada dos años después por la prestigiada editorial Plaza y Janés, es una novela que desde su dedicatoria y sus epígrafes nos va dando la pauta para su interpretación.
La novela es, principalmente, la anagnórisis de una ciudad futurista muy próxima en espacio y tiempo a la realidad. El Barrio Árabe, que no es otra geografía que ciudad Juárez, Chihuahua, será el escenario en el que sus personajes darán testimonio de un mundo fragmentado que terminará por diluirse para luego desembocar en una de «Las ciudades invisibles», la de Diomira, de Italo Calvino. El Barrio Árabe será, pues, esa ciudad holograma, esa ciudad virtual, en la que se desarrollarán las historias, siempre incompletas de sus personajes, biografías emparentadas por las circunstancias y por un final que no será precisamente un final feliz.
Asintrop es el primero de los que hará su aparición en escena. Con él se abrirá y se cerrará la trama de la novela. Llama la atención su nombre, Asintrop es un anagrama, el anagrama de pintoras, y sobre todo porque el oficio de Asintrop es precisamente el de pintor. Su vida ha sido hueca, vacía, plena de actos rutinarios y metódicos, cuyo máximo logro es haber realizado una de sus mayores fantasías: la de haber seducido a una lesbiana a espaldas de su amante. Asintrop es un melómano exquisito, le gusta el blues, el jazz, el bebop, aunque no rechaza la salsa y el merengue. Tal vez por eso cuenta con un oído extraordinario. Es capaz de oír, amar y seguir el sonido de una cítara o un xilófono a distancia, pero también capaz de odiar a un niño que pasa haciendo escándalo con una trompetilla. Su vida será trastocada por la aparición de la Virgen del Barrio Árabe.
Windesfalt es otro de los personajes importantes de la novela. Windesfalt evidenciará en el autor, la sutil influencia de Edgar Allan Poe; misma que proviene de uno de sus cuentos, el que se titula «El aliento perdido» que aparece incluido en la primera serie de «The Tales of the Folio Club», del autor norteamericano. El protagonista, en el cuento del maestro del terror y del suspense norteamericano, que narra la historia en primera persona, es el señor Lackobreath, y Lacko breath, traducido al español significa «falto de aliento». Aparece también como antagonista suyo, posible amante de su mujer, el señor Windenough. Wind enough significa «aliento suficiente». De ahí la comparación de Windesfalt con Lackobreath. Extrañamente coincidente, el Windesfalt, de Willivaldo Delgadillo, terminará pendiendo de una soga, como el Lackobreath, de Edgar Allan Poe y qué es padecer la horca sino padecer asfixia, la falta de aire. Ambos honrarán su nombre con su destino.
Daffy Stup, que si jugamos al anagrama de nueva cuenta, resultaría ser una ofensa, Stupyd f f, es decir, Estúpida F. F., o algo así, que por supuesto se lee descabellado, pero la literatura es un mundo de posibilidades y debemos jugar con todas ellas. Daffy Stup es una bailarina nudista de piel blanca que se ha hecho mediante unas lámparas un bronceado que la hace lucir morena. Ella será el nexo entre el difunto Windesfalt y Clarke, un pirata virtual buscado afanosamente por la ley.
Clarke o el Pirata Inglés, enamorado de Daffy Stup, hombre maduro, una especie de detective al mejor postor lleno de artimañas, pero noble. Acabará sus días infaustamente, sentado frente a una mesa de un restaurante, con el cuerpo lleno de plomo, caso típico de la nota roja en aquella ciudad fronteriza, instantes después y aprovechando el espanto y la confusión, Asintrop y Oguri harán el amor tras de la barra del mismo restaurante.
E.C., la última lesbiana, amante de Damina, sueña con crear la amalgama de la familia perfecta. Damina es una mujer que, a su vez, y en un pasado próximo, ha sido seducida por Asintrop. E.C,
Ruanna Gaela, la tatuadora, cuyo pasado en forma de mujer vendrá a buscarla sin encontrarla jamás, es, mediante su oficio, una contadora de historias sobre los cuerpos.
Los motivos e imágenes recurrentes en esta primera novela de Willivaldo Delgadillo -aparte de los ya mencionados, la memoria y el sueño, símbolos de la inmaterialidad, de la intangibilidad- ya sean éstos de índole arquitectónica o dramática, funcionan perfectamente como una alegoría de la fragmentación: la fatalidad y el suicidio, entre muchos otros elementos que no son otra cosa que señales alarmantes de una sociedad que se desmorona. La fragmentación es inmaterialidad o disolución en la prosa de Willivaldo Delgadillo, y es desarraigo, y es inmoralidad y utopía, en la trama novelística de Alfredo Espinosa.
Independientemente que la novela desemboca en otra, es decir, que la literatura deviene en metaliteratura, el autor no puede resistir la tentación de otorgarle visos de realidad a la trama, haciendo incursionar en ella a seres reales, a nombres de personas de carne y hueso, como la mención de Yolanda Abbud, esa libanesa que levita por las calles repartiendo poemas, y la aparición de Angel Trova. Entonces uno se pregunta si el personaje Humberto El Sabio, falsificador de obras de arte (¿Del séptimo arte?), no corresponde a una ironía dirigida al único Humberto de ciudad Juárez que anda en estos enredos de la cultura y que, curiosamente, por ser mole de casi todas las ollas artísticas, no aparece en la dedicatoria multinómica del libro.
Desafortunadamente, la aparición de los nombres de personas reales en la novela, sólo funcionan como distractores, y le quitan credibilidad a la trama. En realidad nos parecen un mero capricho, una autocomplacencia del novelista más que otra cosa.
A final de cuentas, todos los personajes, pudiendo ser más generosos, sólo contribuyen a otorgarle a la trama una ligereza que a veces oscila entre el placer, el desenfado y la falta de densidad, es decir, una fragmentación que nos deja un sentimiento de orfandad, de vacío, al terminar de leerla, y bien pudiera ser ésta, la intención del autor, lo cual por sí sola, le otorga validez.
Willivaldo Delgadillo sentó un precedente al publicar bajo el sello y el prestigio de Plaza y Janés, «La virgen del barrio árabe». Este evento, por sí solo, hizo que el panorama comenzó a resultar motivante y esperanzador para las nuevas generaciones de narradores, quienes ya se perfilaban, sin salir al centro del país, en nuestro estado.