Cuando llega la niebla
Cuando llega la niebla del invierno
a las calles vacías, las desérticas
plazas del desamparo,
se oye el silencio hueco
de los acantilados de la vida, sin nadie
más que su propia sombra de cenizas.
Los cuervos de la noche descienden suavemente
hasta las ramas secas de los árboles
deshijados de frutos, huérfanos de alegría.
Sus cantos sepulcrales picotean
la mirada del viento
que aun a ciegas levanta
los enjutos cadáveres
de hojas como recuerdos víctimas del olvido,
y se los lleva lejos
desde una tierra estéril al estéril abismo
de la fría tiniebla de la muerte.
Desde un balcón a oscuras
soy una sombra apenas,
un silencioso muro que atestigua el vacío
de esta ciudad sin nombre en la memoria
de quienes estuvieron –como aves migratorias–
alguna vez de paso.
La realidad frente al espejo
Que la realidad
se impone a la ficción, las fantasías
tejidas al dormir o en la vigilia,
lo saben los espejos, lo sabemos
todos prácticamente, aunque finjamos
ignorancia o locura.
Ya no insistas, amor,
en la felicidad a base de ilusiones
o de presunta magia.
Prefiero ver tu cuerpo, o aún mejor,
sentirlo horizontal sobre la cama
y aunque tus senos puedan
parecer dos fantásticas montañas,
tu rodilla doblada
una amplia serranía;
y en tu entrepierna esté
un mar donde yo pueda
perderme para siempre,
un espejo invisible
me hace poner los pies sobre la tierra,
mejor dar rienda suelta
al ardor del deseo,
convertirme en el buzo que te invada
penetrando hasta el fondo de tus aguas.
Que la realidad se impone a la ficción,
lo saben los espejos, lo sabemos
todos prácticamente…
Si te vas a marchar
después de revolcarte entre las sábanas
del caliente verano del deseo
en este duro invierno,
no tienes que fingir,
no me cuentes la historia del olvido,
ni de cómo el destino
con sus falsos hechizos
nos termina juntando por azar.
Hagamos el amor
frente al espejo cruel de la verdad.
Cuando debas partir,
no hagas del abandono un melodrama,
ni del adiós un libro de promesas,
sólo márchate y cierra tras de ti bien la puerta.