Carlos Monsiváis no solo brillaba por sus crónicas, su conocimiento de la Ciudad de México y su pasión por los gatos y las luchas sociales que emprendió desde joven, sino también como coleccionista y lector apasionado de la historieta mexicana.
Hoy, lo recordamos con su ensayo titulado De los cuentos de hadas a los cómics, en el que el autor mexicano responde a preguntas fundamentales: ¿qué es un cuento de hadas?, ¿cuáles son los ingredientes de su éxito? y ¿cómo se efectúa la transición de los cuentos de hadas a los cómics?
“De la Cenicienta a Joe Palooka, de la viejecita que vivía en un zapato a Anita la Huerfanita, del dragón y la princesa a Ludwig Von Pato: del cuento de hadas al cómic o historieta o revista de muñequitos. Entender ese tránsito es, en muchos sentidos, comprender algunos de los procesos más significativos de nuestro tiempo; representa atisbar, desde un punto de vista menospreciado, parte de la formación del espíritu moderno”, escribió Carlos Monsiváis en la Revista de la Universidad de México, en la edición de julio de 1963.

El autor de Maravillas que son, sombras que fueron era un fanático de La Familia Burrón, de Gabriel Vargas, una historieta mexicana creada en 1948 que alcanzó una tirada de 500 mil ejemplares. Su publicación se extendió por más de 60 años, hasta que el último número, el 1616, apareció el 26 de agosto de 2009, un año antes del fallecimiento de Monsiváis.
Hoy, existe un fondo bibliográfico en la Biblioteca de México donde se resguarda una gran cantidad de ejemplares al alcance del público: 50 mil materiales, de los cuales 25 mil volúmenes son libros, además de folletos y publicaciones periódicas que el periodista reunió a lo largo de su vida.
Monsiváis empezó a disfrutar de las historietas desde niño, particularmente con Los Superlocos, una serie que calificó como delirante debido a las posibilidades de entendimiento infantil que le ofrecía.
Regino Burrón, uno de los personajes de La Familia Burrón, representaba para Monsiváis “todos los símbolos de virtud y bondad hogareña que me resultan muy difíciles de asimilar”.
Su gusto por las historietas se refleja en los más de 200 artículos que escribió sobre el tema. En el 81 aniversario del nacimiento del cronista, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura recordó cómo veía La Familia Burrón:
“La creación de un mundo personal y la distorsión de una realidad más que el reflejo, la distorsión burlona y satírica de una realidad; creo que de reflejo tiene bastante poco, y que las veces en que acentúa más el reflejo es cuando la historieta se cae. Es, sobre todo, una distorsión, una caricatura muy bien lograda”, escribió Monsiváis en la Revista de la Universidad de México, donde incluso apareció en algunos episodios de la historieta.

En el ensayo publicado hace 58 años, el mexicano recorre en una máquina del tiempo diversos mundos, desde los albores del cuento de hadas hasta el cómic.
“La máquina del tiempo está al servicio de las aventuras, no de las búsquedas culturales. En un cómic se hubiera utilizado para ayudar al dragón a escapar de las iras de San Jorge o para enseñarle a David a tirar con honda. Nunca para pragmatismos intelectuales”, sentenció al inicio del texto.
Más adelante, aborda una teoría indispensable: la psicológica. Para ello, recurre a Carl Jung, el médico psiquiatra y psicólogo suizo de origen alemán.
“Para Jung, los cuentos de hadas representan la posibilidad del estudio arquetípico, en psique y símbolo. Por ejemplo, para Laistner, los cuentos de hadas dependen de experiencias oníricas: en sueños volamos como Aladino, en sueños acometemos tareas infantiles. En los cuentos de hadas eróticos, en historias sobre banquetes, sobre tesoros, reconocemos los sueños del deseo insatisfecho”, añade el autor.
De los cuentos de hadas, Monsiváis avanza en su máquina del tiempo hacia los cómics:
“Los cómics poseen los marcos más inexorables. La cultura y sus formas introductorias, o los intereses de clases, como dirían algunos, requieren de una vista sin compromisos mentales ni intelectuales, de una mirada pasiva que registre el material y no participe en su asimilación. El cómic, cine de dibujos, resuelve con gráficas el problema de la discusión y con frases hechas los escollos narrativos”, indica Monsiváis.
Luego lanza una afirmación contundente: “El cómic es la gran anti-lectura de nuestro tiempo, la entrada terrible a un gigantesco no-ser cultural poblado de ratones todopoderosos, familias modelo y hombres invulnerables”.
Monsiváis, siempre ávido de conocimiento, recurrió a un estudio publicado en The Journal of Educational Sociology en 1959 y posteriormente a los cómics como elemento didáctico y de propaganda política para entender el fenómeno en su totalidad.
En su monumental ensayo, realiza una crítica a los esfuerzos de la época por reivindicar la historieta y convertirla en una herramienta pedagógica y formativa.
La Familia Burrón —afirma— es la primera historieta que recurre a lo que llamamos “el lenguaje y el sentimiento del espíritu popular”. Aprovecha un medio en el que otros vacían su falta de imaginación para entregarnos una visión del México contemporáneo. “Se le pueden argumentar muchos defectos: excesos de consejos morales, repeticiones, caídas profundas; pero, a la vez, conoce como ningún otro cómic momentos extraordinarios de alegría salvaje y sabe transmitirnos un gozo de vivir. Es ya un nuevo clásico del humorismo mexicano, algo que trasciende el chiste e incursiona en el sentido del humor. Si se quiere, es una visión deformada, pero no pretende ser un tratado de sociología o de estadística. Es la resurrección y la reivindicación de las vecindades, que desaparecen por fuertes acechanzas urbanísticas, pero que trasladan su espíritu a los multifamiliares. Es un gran fresco de la vida contemporánea y una válida introducción a la comedia humana de nuestro país”, concluye Monsiváis, fallecido en junio de 2010.