¿Cómo se pueden aplicar las leyes de la física cuántica a la literatura?
Si la literatura clásica, tal como las Leyes de Newton, tratan de describir el mundo visible, ¿puede una nueva literatura intentar describir el mundo cuántico, o bien funcionar ella misma bajo las leyes de ese universo invisible y caprichoso concebido en la mente de Max Planck?
Tal como Newton y Leibniz tuvieron la impostergable necesidad de inventar unas nuevas matemáticas (calculo infinitesimal) para atrapar al mundo observable en la red de una ecuación, ¿puede realizarse un invento paralelo en la literatura para describir el mundo cuántico o mejor: crear una nueva realidad literaria fundada bajo los principios de la física cuántica que rigen ese mundillo inverosímil?
Mallarmé, ya adelantó un intento de canto cuántico con sus “golpes de dados” al agrietar en espacios blancos el párrafo marmóreo para lubricar con dulce azar las grietas de la certidumbre. La sustancia (¿causa formal?) de un dado no es su forma rotunda, ni sus pecas significantes; lo esencial de un dado (lo que hace al dado, dado) es el azar.
Un dado es un cubo pecoso dotado de fabuloso azar.
¿Literatura cuántica?
Lo más cercano a una literatura cuántica es la poesía, y más concretamente: el poema, ya que su esencia es la polisemia (el poema es una rosa cuántica con pétalos de significados y significantes). Un enunciado que tiene un significado unívoco es una descripción, una narración, una noticia, pero nunca un poema. Al igual que en el mundo cuántico, aquí, en el poema, el lector de alguna todavía inexplicable manera, no solo incide, sino que decide el significado de cada palabra en particular y del poema en general, mejor decir: lo establece, al leerlo (mirarlo), tal como el espectador, en el experimento de la doble rendija, incide sobre la realidad del electrón.
Rosa pobre…,
es un ejemplo de cómo en este enunciado, el adjetivo pobre tiene, como el electrón de los experimentos cuánticos, al menos dos significados (posibilidades): escases/empatía y entonces es el lector (espectador) quien decidirá cuál de ambas acepciones de la palabra pobre asignar al sustantivo rosa, es decir: el lector establece el estado semántico de la rosa leyendo/mirando. Y esta variedad rutilante de significados del adjetivo pobre, también es aplicable al sustantivo rosa, cuyos pétalos de significados deberá deconstruir por su parte el paciente lector.
¿Y, entonces, quién es el poeta en este verso escueto?: ¿yo o el lector?: ambos.
Un poeta es también su propio lector: y un lector su propio poeta.
Él mismo (el poeta) es el primero que define el significado de la rosa pobre (¡pobre rosa pobre!), ya que al tiempo que escribe también lee el enunciado y establece, para él, el estatus semántico de la rosa pobre.
El poeta al publicar un poema, lo que hace no es compartir su creación, sino compartir la posibilidad de que el otro (el lector) también cree. Cabe decir: de que el otro también sea poeta.
La creación es un acto lingüístico que precisa de dos. O al menos de un individuo dual, como el Dios bíblico que dialoga, ¿consigo mismo?, antes de acometer la creación de la raza humana: “hagamos al ser humano a nuestra imagen…”, y aunque, sospechoso de politeísmo ante la pronunciación del verbo “hagamos”, probablemente Dios no se vio auxiliado por un demiurgo, sino que dialogaba consigo mismo en un divino soliloquio tal como, cuando escribe, el poeta es su propio lector y dialoga con su alma-palabra. Entonces yo diré:
Hagamos al lector
a nuestra imagen y semejanza
(¡hagámoslo poeta!)
En una literatura presuntamente cuántica el autor no define, quien define es el lector. Es decir, el autor solo insinúa una obra, o mejor; su obra es puramente insinuación (y aquí no debemos confundir la insinuación con lo inacabado: la insinuación puede considerarse una obra porque tiene un principio, un medio y un fin, aunque en este caso el fin es –como escribió Borges– un Jardín de senderos que se bifurcan y no un camino previamente asfaltado de significado por el autor). Esto último tiene correspondencia con al arte contemporáneo (vanguardista) en que las obras han pasado de ser cerradas a ser abiertas (indefinidas, pero no inacabadas), donde la frontera entre el autor y el espectador quedan borroneadas por el divino pincel de la incertidumbre. Donde la obra de arte es como un pin cuántico: un objeto rutilante lleno de posibilidades, y no una sola posibilidad previamente definida por el autor, como en el arte clásico. ¿Habría que crear también un lector cuántico?
Incertidumbre= libertad.
Mirar es definir.
La rosa solo es fea o hermosa cuando la miro.
La rosa solo es rosa cuando la miro.
La rosa, ¿qué es sin la certidumbre de mis ojos?
El poema es una rosa cuántica construida a miradas y pétalos de palabras
El poema es una rosa cuántica decosntruida a miradas y pétalos de palabras
El poema es una rosa deconstruida
El poema es una rosa derruida
El poema es un rosa Derrida
El poema no existe sin el lector.
El poema es en el lector.
Este poema es (está siendo) mientras tú lo lees.
Deja de mirar este poema.
Las metáforas suceden en el lector, no en el papel.
El papel es un purgatorio blanco donde el poema espera para ser leído.
Toda mi teoría literaria se resumen en un acto: mirar/no mirar.
Dos: 2: II
Ana naa
N
A
Aan
Esto podría ser un poema-palabra, acaso un parco ejemplo de literatura cuántica (parco, pero fundacional). La deconstrucción de un nombre en todos sus componentes y la exploración de sus diversas, pero finitas posibilidades combinatorias (¡Oh, cabalistas!), he ahí un canto cuántico, la poética del azar.
Éste es un poema-palabra porque, al deconstruir la pieza en sus componentes esenciales dotamos de muchos significados (polisemia) a un vocablo cuyo sentido ya estaba tiranamente establecido.
Podemos repetir este juego cuántico con cualquier palabra, en cualquier idioma, en cualquier galaxia.