Una vez fui a ver a Charly García al lugar ese que no me acuerdo cómo se llama, pero era en Calle 2, el primer bodegón. No tenía dinero, y los boletos estaban entre 900 y parriba, y yo tenía dieciséis o diecisiete años, y da igual porque era feliz estar ahí sin saber qué pasaría, si lo podría escuchar desde fuera o encontrar una manera de ser, y solo me fui yo solo a ver lo que tendría que ser una presentación con doscientos pesos, y vivir lo que tuviera que vivir. Conseguí boleto con dos panas que no he vuelto a ver en mi vida, y de ahí nos fuimos al Calavera a ver si llegaba en el after, y tenían una combi y los dejaron plantados y me regalaron chela y seguramente ahora serán mayores, pues entonces lo eran ya, pero también lo era Charly, y todo el mundo parecía como de otra dimensión; cantaban todas las rolas cuando no estaban fumando o bebiendo, y éramos a lo mucho unas treinta o cuarenta personas, y yo aún no sabía fumar bien, y tampoco sabía muchas cosas, como aún sigo sin saber muchas cosas, pero sabía como todos sabían también que Charly era un genio, y que habría de cerrar con “Canción para mi muerte”, pero se fue y se fueron los músicos y solo quedó el piano, supongo que porque era muy pesado, porque ya habían prendido las luces y ya algunos se estaban yendo, Charly el primero. Sabíamos, lo sé de sobra, que tendría que cerrar con “Canción para mi muerte”, y nos mantuvimos unos quince o veinte minutos esperando a que volviera, y volvió y se sentó él solo al piano, sin micrófono comenzó a cantar y tocar los primeros versos y algo del coro de “Canción para mi muerte”, y todos coreábamos con él, y se levantó dijo «buenas noches” y se fue, y seguimos cantando esperando a que volviera, y terminamos cantando a coro “Canción para mi muerte”, y ahí entendí que Charly no era diva, porque nos dejó el escenario y las luces y el espacio y el silencio para que nosotros termináramos el show, y seguimos cantando dos o tres canciones más hasta que el staff nos pidió que abandonáramos el lugar, y así fue: nos dejó seguir, y seguimos hasta que ya lo único que había que seguir era la ruta de salida, y cada cual con nuestra propia vida. Siguió el cotorreo, pero se iban a Tlaquepaque, y yo tenía que ir a la escuela a la mañana siguiente, y les pedí que me dejaran en Ladrón de Guevara, porque tenía que cumplir, y tenía que ir a la escuela y no desvelarme, porque al día siguiente me expulsarían, y tenía que estar ahí supongo, y entonces comprendí muchas cosas, menos todas aquellas que aún sigo sin comprender. Era dosmilnueve o dosmildiez.
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Luis Alberto Mendoza Araiza (1993) es originario de Manzanillo, Colima. Artista Gráfico, Narrador y Autor de Textos Diversos. Mención de Honor en el Concurso Internacional de Artes Visuales HOMMAGE À TROIS (2020). Músico compositor fundador y líder del proyecto Vértigo IV – The Aftermath. Su novela Pájaro Madrugador (2020), y su poemario Donde la humedad se esconde (2021) han sido publicados recientemente en México y España. Su obra literaria ha sido publicada tanto en revistas académicas y literarias en México, Colombia, Estados Unidos y Europa así como en diversas antologías. Su obra gráfica se encuentra distribuida en colecciones particulares a ambos lados del atlántico, y parte de ella puede ser consultada en los siguientes catálogos: Cátaleg Hommage à Trois 2020, Cátaleg Hommage à Trois 2021, y Cátaleg Hommage à Trois 2022, y Cátaleg Hommage à Trois 2023. Ha participado en distintas exposiciones colectivas en México y Europa, y su obra literaria y gráfica Donde la humedad se esconde, Donde la humedad se esconde I-VIII, y El poder de los arreglos discretos forman parte del importante acervo histórico-cultural de la Biblioteca de Catalunya. Ganador de la Presea Gral. Manuel Álvarez al Mérito Municipal de la Juventud 2022. Becario por el Instituto de Creación Literaria Xavier Villaurrutia del INBAL en la categoría Letras Emergentes (2023). Entre otros (etcétera, etcétera).