Charles Baudelaire es uno de los escritores más brillantes que ha dado la literatura y forma parte de los llamados Poetas Malditos de Francia. Fue calificado como el padre de la poesía moderna y dejó un gran legado e influencia en las letras.
Las flores del mal es quizá su obra más conocida, pero hoy nos alejaremos un poco de la poesía para adentrarnos en uno de sus ensayos más claros y contundentes: Los paraísos artificiales. Este trabajo inicia con las bondades y beneficios espirituales del vino, y es una especie de alabanza a la bebida, aunque también una advertencia por los problemas que implican las recaídas en el alcohol.
“Con frecuencia he pensado que, si Jesucristo compareciera al presente en el banquillo de los acusados, encontraría algún acusador público que demostraría que la reincidencia empeora su caso. En cuanto al vino, reincide todos los días. Todos los días repite sus beneficios. Eso explica, sin duda, el ensañamiento de los moralistas contra el vino. Cuando digo moralistas me refiero a los seudomoralistas fariseos”, escribió en 1860, lo que seguramente provocó mucho ruido en la sociedad francesa.
Luego el francés nacido en 1821, hace un recorrido un poco más terrenal por “esos seres misteriosos que viven, por decirlo así, de las deyecciones de las grandes ciudades. Hay en el globo terráqueo una multitud innumerable y sin nombre, cuyo sueño no adormecería bastante los sufrimientos. El vino compone para ella canciones y poemas”.
Baudelaire acepta en el ensayo que le es imposible escribir sobre los los daños que provoca el alcohol y va directo al corazón de sus lectores: “Si el vino desapareciera de la producción humana, creo que en la salud y el intelecto del planeta se produciría un vacío, una ausencia, una imperfección mucho más espantosa que todos los excesos y las desviaciones de que se hace responsable al vino”.
Así continúa citando anécdotas de sus conocidos (lo más seguro es que le hayan sucedido a él), para luego dar paso a su tema central que es el hachís.
“Voy a hablar enseguida de una droga que está en boga desde hace algunos años, una especie de droga deliciosa para cierta clase de aficionados y cuyos efectos son mucho más fulminantes y fuertes que los del vino”.
Uno de los aspectos más importante, aparte de la poesía y narrativa que habitan el texto, es la claridad con la que el francés define los síntomas y efectos que el hachís, y después del opio.
Al final de cuentas se muestra el Baudelaire que explica cómo puede llegarse con toda seguridad a ser esclavo de las drogas; Paraísos artificiales es un material didáctico para muchos y para otros una oda a los alteradores de la conciencia.
Hoy te compartimos parte de este texto que dividimos en siete partes, en el que describe de manera detallada su conocimiento sobre el hachís.
Fuerza y eficacia
“En general, para dar al hachís toda su fuerza y toda su eficacia hay que diluirlo en café muy caliente y tomarlo en ayunas; la comida se demora hasta la diez o las doce de la noche, y sólo se puede ingerir una sopa liviana. La infracción a la regla tan sencilla
produciría vómitos, pues la comida es incompatible con la droga, o con la eficacia del hachís. Muchos ignorantes o imbéciles que se conducen así acusan al hachís de ineficaz”
Síntomas y temperamentos
“El tiempo que transcurre entre la absorción del brebaje y los primeros síntomas varían según los temperamentos y también de acuerdo con la costumbre. Las personas que poseen el conocimiento y la práctica del hachís sienten, a veces, al cabo de media hora, los primeros síntomas de sus efectos. Me olvidé de decir que el hachís produce en el hombre una exasperación de su personalidad y al mismo tiempo una sensación muy viva de las circunstancias y el ambiente. Conviene no someterse a su acción sino en ambientes y circunstancias favorables”
Evitar el mal trip
“No hagáis semejante experiencia si tenéis que realizar alguna tarea desagradable, si vuestro ánimo se siente inclinado al spleen, si tenéis que pagar una cuenta. Ya he dicho que el hachís es inadecuado para la acción. No consuela como el vino; hace desarrollar desmedidamente la personalidad humana en las circunstancias actuales en que se halla situada. En la medida posible, es necesario un buen departamento o un hermoso paisaje, una mente libre y despreocupada y algunos cómplices cuya idiosincrasia intelectual se aproxime a la vuestra, y también un poco de música si ello fuera posible”.
Serenidad y paciencia
“La mayoría de las veces los novatos se quejan, en su primera iniciación, de la lentitud de los efectos. Los esperan con ansiedad, como no se presentan con toda la rapidez que desearían, hacen fanfarronadas de incredulidad que regocijan mucho a los que conocen las cosas y la manera como el hachís actúa”
Entre risa y risa
“Al cabo de unos minutos las asociaciones de ideas se van haciendo tan vagas, los hilos que ligan vuestras concepciones son tan tenues, que sólo pueden comprenderos vuestros cómplices, vuestros correligionarios. Vuestro jugueteo, vuestras carcajadas, parecen el colmo de la tontería a todos lo que no se hallan en el mismo estado que vosotros”.
El músico en el manicomio
“En esa primera fase fui testigo de escenas muy grotescas. Un músico célebre que ignoraba las propiedades del hachís y que tal vez nunca había oído hablar de esa droga, se encuentra en una reunión donde casi todos lo han tomado. Se esfuerzan para que comprenda sus efectos maravillosos.
Él ríe con gracia, como quien por decoro desea adaptarse a la situación durante unos minutos, porque es muy bien educado. Todos ríen mucho, pues el hombre que ha tomado el hachís está en la primera fase, dotado de un admirable sentido de lo cómico.
Continúan las carcajadas, los disparates incomprensibles, los juegos de palabras inextricables, los gestos extravagantes. El músico declara que esa broma de artistas es mala y además tiene que ser muy fatigosa para sus autores. El júbilo aumenta. «Esta broma puede ser buena para ustedes, pero no para mí», dice. «Basta que sea buena para nosotros», replica egoístamente uno de los enfermos. Llenan la sala de carcajadas interminables. El músico se enoja y quiere irse. Alguien cierra la puerta y oculta la llave. Otro se arrodilla delante de él y declara llorando, en nombre de todos los presentes, que si bien su inferioridad les inspira la compasión más profunda, no
por eso dejará de animarlos una eterna benevolencia.
Le suplican que toque música y accede. Pero apenas el violín se hace oír, los sonidos que se difunden por la sala emocionan a algunos de los enfermos. Y todo se convierte en suspiros profundos, sollozos, gemidos desgarradores y torrentes de lágrimas.
El músico, asustado, se interrumpe y se cree en un manicomio. Se acerca a aquel cuya bienaventuranza hace más alboroto y le pregunta si sufre mucho y qué podría hacer para aliviarlo. Un hombre práctico que tampoco ha probado la droga beatífica propone limonada y ácidos. El enfermo, con éxtasis en los ojos, le contempla con un desprecio indecible y solamente su orgullo le salva de las injurias más graves. ¿Qué puede exasperar más, en efecto, a un enfermo de júbilo que el deseo de curarlo?”.
Descripción de un viaje
“Otras veces la música os recita poemas infinitos, os convierte en dramas espantosos o mágicos. Se asocia con los objetos que tenéis a la vista. Las pinturas del techo, inclusive las
mediocres o malas, adquieren una vida terrible. El agua límpida y seductora se desliza por el césped que tiembla. Las ninfas de carnes resplandecientes os miran con grandes ojos más límpidos que el agua y que el azul celeste. Ocuparéis vuestro puesto y desempeñaréis vuestro papel en los peores cuadros, en los papeles pintados más vulgares que tapizan las paredes de las posadas”.