Era 1997 y nadie imaginaba que el PRI en el poder estaba a punto de caer para dar paso a un empresario que usaba botas y hablaba malas palabras, además de componer frases sin sentido en menos de un parpadeo. Por esas fechas, mi padre me regaló un libro que me cambiaría para siempre.
El momento lo recuerdo así: son las dos pe-eme y mi papá llega del trabajo en su Ford Fermon. Veo a Soundgarden en MTV, es el Juárez donde no se oyen balazos y nadie conoce la palabra feminicidio. Me pega un grito desde la sala, posiblemente todavía huele a la loción Aramis que se puso en la mañana, y me dice que me trajo un libro.
Se trataba de A ustedes les consta, antología de la crónica en México, de Carlos Monsiváis. El libro me presentó de tajo lo mejor de dos siglos de crónica en México, desde Manuel Payno, Guillermo Prieto, Salvador Novo, Vicente Leñero, Elena Poniatowska y Magali Tercero, a quien por cierto el destino me llevaría a conocer en un encuentro literario en Tijuana hace algunos años. Desde entonces soy más que su lector, somos compas en Facebook.
El recuerdo de mi padre y Monsiváis llegó mientras limpiaba el librero, una de mis obsesiones que me asalta de vez en vez por las mañanas.
Carlos Monsiváis tenía una memoria deslumbrante, pero no todos sus lectores saben que estudió a fondo lo que se hacía en el periodismo estadounidense entre la década de 1960 y 1970, particularmente el que se practicaba en The New Yorker.
Los trabajos de Tom Wolfe (1931-2018), uno de los creadores del llamado nuevo periodismo, fueron parte de las lecturas a las que el mexicano acudió para tener otra perspectiva de su oficio en las letras. Wolfe acercó los hechos reales de una manera directa y con mucha carga emocional, y con ese estilo iniciado por Truman Capote (1924-1984), se renovó el modo de narrar los hechos en crónicas, entrevistas y reportajes.
Justo en los momentos en que Monsiváis se preparaba, el indiscutible rey de la crónica era Salvador Novo (1904-1974), a quien siempre admiró.
El primer libro de Monsiváis fue Principados y potestades, publicado en 1969, obra con la que iniciaría el recorrido para expandir las posibilidades de la literatura mexicana al integrar el periodismo, el humor, datos duros y los registros populares. Los trabajos posteriores actualizarían la crónica de Novo. Algunos otros periodistas a los que él leía y además admiraba fueron Jane Kramer, actualmente corresponsal europea de The New Yorker y famosa por su «Carta de Europa«, y Norman Mailer (1923-2007), otro de los iluminados del nuevo periodismo.
Gracias a este conocimiento, Monsiváis analizó a través de recursos retóricos acentuados por una voz crítica, la vida social y política de México.
En sus textos se emiten juicios intelectuales que propician el debate de ideas, por lo que se convirtieron referentes, no sólo de las conversaciones acerca de distintas disciplinas artísticas como la literatura y el cine, sino de la contracultura.
Encontramos, de acuerdo con datos periodísticos, que el eje central de su obra consiste en varios libros de crónicas-ensayo como Días de Guardar (1970), Amor perdido (1977), Entrada Libre (1987), Escenas de pudor y liviandad (1988) y y Apocalipstick (2009).
Monsiváis parecía tenía una enorme capacidad para descifrar lo que había detrás de cada acontecimiento y fenómeno social.
Días de Guardar, su segundo libro publicado dos años después de la represión estudiantil de 1968, ya reflejaba lo aprendido de los periodistas estadounidenses. Además de explicar puntos importantes del movimiento social, retrató a fondo el contexto de todo lo que provocaba la desilusión del nacionalismo revolucionario.
Las crónicas de Monsiváis brillan por la cita comentada, y porque hila personajes y situaciones mediante la ironía, puntos que lo convirtieron en uno de los analistas más agudos de las últimas décadas en México.
Recurro a los libros de Monsiváis, cuando por alguna situación se me olvida de qué estamos hechos los mexicanos, cómo hemos sido y cómo somos ahora; en esos momentos en que el país emerge en medio del caos generado por la posmodernidad, pero también regreso a sus páginas para releerlo y recuperar la alegría extraviada en los días rápidos y sin color.
Por eso es bueno limpiar el librero, porque siempre llega algún buen recuerdo.