Ante la vida, fue siempre Amado Nervo un hombre constantemente de paso; cada día más seguro de su renuncia terrenal, impasible en ir disipando los acervos del mundo y desnudar su propio espíritu. Entre él y su poesía, se puede distinguir en el recorrido de la obra el constante discernimiento de la revelación. “Cuando Amado Nervo salió de Mazatlán, ya todo el espíritu del poeta esencial y antonomástico había cuajado en él, con planos y perfiles de tan acusada personalidad que lo único que hacía falta era echar a andar” , dice Genaro Estrada.
En ese echar a andar, él era ya puro espíritu en la espesura y en la intensidad que llega después de cruzar esa puerta, de la que habla Alfonso Reyes en su hermoso ensayo: “El viaje de amor de Amado Nervo”.
“Ceñido al estilo del recuerdo, está ya hecho como de cielo. Su misma intimidad es parte de nosotros mismos. Enfrentado con lo absoluto, ya su casa es nuestra, y está edificada en la otra dimensión del tiempo. Hasta podemos empujar la puerta sin permiso, entrar en los misterios. No hay mayor respeto que el afán —castigado y pudoroso, — de conocer bien al poeta; de entender su amor y su dolor, de captar en nuestras penumbrosas redes de atisbos unos cuantos de sus pececillos de oro.
Dice Paul Valery: —Apenas muertos, nos vamos, con la velocidad de la luz, a juntar con los centauros y con los ángeles” .
Dice Nervo: “Poeta, es lo que buscas con la ensoberbecida ciencia, que exige pruebas y cifras al abismo… / Asómate a las fuentes oscuras de tu vida”.
La idea de la muerte lo atrae como una seductora idea, el vacío ha perdido su original postura temible, es una lucha de la conciencia difusa por todo el ser físico, un átomo consciente, -dice Nervo- una transmutación de los sepulcros, el poeta camina con frecuencia como un ser doliente, con una enfermedad peculiar, tengo la enfermedad sutil de lo absoluto, dice, pero está hilando, hilando cerca de las ventanas, entre los barrotes de la jaula de los ojos en la apertura del espacio y del tiempo, son dilucidaciones que emergen de Nervo para irlo acompañando en ese camino que lo alternan entre el día y la noche, entre la fe y la duda, ―y dice:
―tengo el peor de los cansancios, / el terrible cansancio de mí mismo / ¿Dónde ir que a mi propio no me lleve, / con el necio gritar de mis sentidos / y el vano abejear de mis deseos / y el tedio insoportable de lo visto / y el gran descubrimiento de los labios / después del amargor de lo debido?
Nervo fue una voz persuasiva en un México que forjaba su propio acento, un acento moderno en molde de fuego, y lo fue con la mayor eficacia, en un concierto histórico del discernimiento como un alma del idioma, perteneció al modernismo y marcó la revitalización en un sonido fundamental.
El amor lo acompañó siempre a lo largo del viaje. Más aún: “¿quién dice que el amor no lo llevó en peso, a la hora de volar sobre el tránsito desconocido?” . Podemos entrar, empujar esa puerta: conocer su voz íntima, la tristura de su afinidad, el idealismo implacable, donde el espacio se interpuso y acertó a romper el sortilegio que el tiempo no había podido atajar, también soy ―dice Nervo―, en un mar de arcano, duele mi luminoso espíritu, el cáncer implacable que me muerde, pero se detiene cuando su instinto es incontenible.― “Solo el amor nos lleva a Dios”. Dice: “Pero se empeña en cazar un pájaro con un pensamiento”, dice Reyes, “ahora el amor es una quimera, casi una anticipada dolencia, una punzante y tierna aberración, que hace recordar a los tritones de Góngora enamorados de Galatea, la ninfa terrestre:
―“¡Oh, cuanto yerra, / delfín que sigue en agua corza en tierra!”
Nervo no está lejos de la definición que se había ensayado previamente: “la luna se levanta del campo yerto, / desfilan silenciosas mis ilusiones / sin árbol que les preste sus ramazones” . Invariablemente todos los elementos que se van construyendo en su poética remiten a una apostura cercana y casi siempre inasible, penetrando en su capacidad de insuflar vida a lo inerte, poesía a lo cotidiano, conciencia a lo material o lo inconsciente, da una palabra a lo innombrable de la muerte y “existe solo un elemento que los separa, un medio biológico, y ese medio invisible pero irreductible, es el tiempo”. Dice Reyes. “Él hubiera preferido callar, pero no pudo,
En el estanque de los lotos escribe Nervo:
“No quería decirlo. Su espíritu altanero
Puso a los impacientes labios timbre de acero.
No quería decirlo: moriría inconfeso…
Hubiera dado toda su vida por el beso
De aquella boca virgen…”
Gracias al diálogo del hombre y la palabra antípoda ciñendo su voz poética, este medio biológico se vuelve un canto, un rumor y un símbolo, tres elementos que permanecen sugeridos como los componentes esenciales o resultantes dentro del acervo verbal que nos impone Nervo.
Tras el vacío que dejó la despedida con su amada inmóvil apareció la idea de la divinidad un poco descarnada y abstracta, dice Reyes “el amor de dios era para él una cosa tan tramada en la vida, que no acertó nunca a desentramarlo de la materia” convierte sus oraciones en galanteos en el estribillo sonoro, en los ojos de misterio como la hermosura de la rubia o la morena o en la semejanza divina, dice: “Dios siempre en tus labios está como un templo, / Dios, siempre Dios… ¡en cambio, yo nunca le contemplo! / ¿Por qué si dios existe, no deja ver sus huellas, / por qué taimadamente se esconde a nuestro anhelo, / por qué no se haya escrito su nombre con estrellas / en medio del esmalte magnífico del cielo?
Amado Nervo fue alejándose lentamente del modernismo, del mundo y de la gente hasta quedarse solo y penetrar en sí mismo. Llegó a su madurez y es a partir de ahí que navega en el tratado íntimo y profundo de los temas religiosos y filosóficos. Ya en los poemas de su etapa final esgrime el testimonio de una adoración, “Nervo no es ya un testimonio literario ―dice Reyes― ha quedado en la intimidad y apenas, como para adornarlo un poco, quiso darle un leve sabor de versos en un cuadernillo que alterna hojas en blanco con los rasgos de aquella caligrafía, con un jadeo cada vez mayor de aquella respiración más fatigada, o quién sabe si era un diálogo entre el amante y la muerte, en que calla a veces el amante para que la muerte vaya estampando la impresa inefable de sus dedos”.
“Ya ni la soledad le duele” –dice Reyes. Amado Nervo llegó a la simplificación del poema y a través de ella a esa calma y tranquilidad del espíritu que buscó dentro de sí a lo largo de toda su vida, indudablemente lo hizo a través de ese viaje de amor. Invocado tal vez por alguna eternidad que aún germina en el verdor de su alma, en las tardes que se perdieron en esa selva espesa, en la inmortalidad que el espíritu presiente o que adivina. Cuando escribe: Todo es tuyo y te estás muriendo de anhelos…
Referencias
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Reyes, Alfonso, Cuestiones estéticas, (París, Ollendorf, 1ª ed., 1911), Obras completas de Alfonso Reyes, (1955-1993), tomo: I, 1ª ed. 1955, 3ª reimp. 1996, págs. 9-170.
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Semblanza
Maestra en letras por la Universitat de Barcelona, España. Es escritora, investigadora, poeta, ensayista y académica. Doctorada por el Instituto Mexicano de Líderes de Excelencia (2018). Codirectora de la Editorial Floricanto, A.C. y directora de La Casa Estudio de Crítica Literaria CDMX. Autora de 8 libros de poesía y un libro de ensayo, Anatomía del Erotismo en Griselda Álvarez. Dirige el Taller de Creación Literaria “Alicia Reyes” en la Capilla Alfonsina (INBAL), y es directora del ciclo de conferencias “La poética de la inteligencia” en el Museo de la Mujer (UNAM). Es miembro de la Asociación Universitaria de estudios de las mujeres (Audem) España. Directora del centro de estudios de la mujer en la Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG) y es directora del festival La mujer en las letras de la ANHG UNAM. Coordina el programa poéticas de la inteligencia en “mujeres a la tribuna” IMER y coordina la cápsula literaria en ASTL.TV. Autora de artículos sobre literatura hispanoamericana en revistas y periódicos nacionales y extranjeros.