Las moscas (esos insectos negros y peludos), aunque en la vida real son muy desagradables, en la ficción literaria y pictórica cuentan con una larga tradición. En fechas más recientes, la fotografía también ha desarrollado un legado amplio de este grupo de insectos diversos que se engloban bajo el término de dípteros (es decir, insectos diversos “que tiene dos alas”). Los motivos para que los artistas plásticos y literarios agreguen una mosca a sus obras son diferentes en cada época, aunque, sin duda, estos bichos pueden contener una intención de realismo o contar con una simbología relacionada con la vida cotidiana de los espectadores. Ellas, por tanto, van de lo práctico y común a lo abstracto y complejo de la vida humana.
En cuanto a lo pictórico, las moscas suelen tomar relevancia hacia el siglo XV hasta el primer tercio del s. XVI. Aparecen en bodegones y cuadros alusivos a eventos sagrados. En cuanto a su significado, suelen considerarse bajo dos intenciones: como ornamentos o como ejemplo o símbolo de otra cosa.
La tradición de que las moscas fueran consideradas como ornamento proviene de Giorgio Vasari (1511-1574), quien comenta que Giotto di Bondone (1266/1267-1337) mostraba talento artístico desde los 11 años. Para sustentar su idea, refiere una anécdota vivida por el Maestro Cimabue respecto de su alumno Giotto. En ella, el mentor Cimabue trata de espantar una mosca que creyó posaba sobre la nariz de una figura pintada por el joven Giotto. El relato destaca la capacidad de niño de pintar con tal realismo que fue capaz de engañar al maestro, evento con el que el joven aprendiz alcanzó el grado de pintor. El suceso fue importante porque Dante Alighieri menciona a Cimabue como el mayor pintor de la generación que precedió a Giotto y este último está considerado como el primer gran artista del Renacimiento italiano.
La búsqueda de “realismo” es lógica, ya que las pinturas medievales (debido a la técnica empleada) carecían de estrategias geométricas que les permitieran exponer los diversos planos pintados con eficacia, problemática resuelta hacia la época en la que le toca a Giotto desarrollarse como artista en Italia. Así, pues, para el momento en el que vivió, las inventivas de perspectivas de las imágenes mejoraron mucho, aumentando su grado de realismo pictórico. Los mocas también acrecentaron su incidencia, pues pertenecían al rubro del detalle, al que se hicieron asiduos muchos artistas de la época.
Aunque existe otra interpretación sobre los motivos por los cuales los autores incluyen moscas en sus obras. A. Pigler, por ejemplo, en un artículo dedicado a la presencia de este insecto, considera que es un método para espantar las moscas de los cuadros recién pintados. Sin duda, hoy en día, esta visión estaría más cercana a una creencia supersticiosa que a una explicación crítica de su aparición. Incluso aquella citada como medida sanitaria para espantar a los mocas, referida por el propio Pigler.
La tradición religiosa también ha aportado mucho a la forma como se mira a la mosca de manera general y en lo particular en el arte. Las referencias literarias antiguas colocan a la mosca como ejemplo de locura, esto está claramente expuesto en el pasaje de Eclesiastés 10:1, que dice: “Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable”. Esta primera idea cuenta con un matiz moralizante, aleccionador, de advertencia. Indica que un acto sin reflexión y guía puede afectar la reputación de una persona. La advertencia compara una mosca muerta que “infecta” algo tan delicado y costoso como un perfume, con los actos humanos locuaces que destruyen la reputación de una persona. Un acto basta para que la percepción que se tiene de una persona cambie.
La asociación de la mosca con Belcebú se formuló en muchos durante la Edad Media, en este punto debido a una actividad: ella regularmente se encuentra en lugares inmundos, sucios, de putrefacción y de muerte, adquiriendo incluso un sentido pecaminoso. La iglesia católica señala que era un dios filisteo adorado en la ciudad de Accaron, al norte de Palestina. Etimológicamente el nombre se divide como Baal: señor y Zebub: estancia, mansión, que se popularizó posteriormente como el Señor de las Moscas, debido a la existencia de un templo dedicado a este insecto, lugar donde se practicaban sacrificios y que, se entiende, se llenaba de moscas después de estos. Collin de Plancy también afirma que a este dios le pedía su protección para espantar las moscas de los sembrados de las mieses. En II Reyes 1, 2 aparece una acción, acaso lejana para nosotros, enunciada por Ozías, quien dice, “si curare de estas mis heridas”, refiriéndose al Señor de las moscas y el dominio maligno que ejercía sobre los hombres.
En reciente fecha, la relación entre la mosca y su valor simbólico proviene de André Chastel, quien escribe una monografía sobre ellas, titulada Musca depicta, en la que admite el carácter ilusionista o moralizante del insecto. Sin duda, esta idea está acrecentada por su característica de brevedad y corruptibilidad. Los mocas suelen posarse sobre productos orgánicos en descomposición o contaminados. Las cosas de este mundo también son efímeras y corruptibles, de ahí se crea esta relación.
Las moscas, sin duda, han transitado durante miles de años por la creación pictórica y literaria en la que se relacionan sus características efímeras con la vida de los seres humanos. Así tenemos, por ejemplo, la de su tamaño nombrada como “una pequeña acción” que puede terminar en una locura; por su manera de volar (alocada y sin trayectoria), semejante a una locura; por los lugares que afecta (como en una cosecha) o donde habita (en la inmundicia o en un templo demoniaco). Como se comprende, en ningún caso está desprovista de valor y juicio. El arte muestra sin duda la relación y la cercanía que hay entre humanos e insectos.