En México, vivir de la literatura parece un mito, algo que acaricia lo imposible. Y me refiero a vivir bien: pagar una renta, vestirse, alimentarse, programarse un viaje, etc. Alberto Chimal y Raquel Castro, un matrimonio de escritores con bastante proyección a nivel nacional, sobreviven a esta vida tan bohemia con una sencillez y desfachatez poco acostumbradas en el medio literario, donde el ego injustificable de muchos autores hace que te quieras colgar del primer árbol que encuentras.
¿De qué vive una pareja de escritores en México?
Alberto Chimal: uy, sobrevivimos igual que la mayoría de los colegas. Es decir, haciendo trabajo de escritura, pero también alrededor de la escritura. Dar cursos, talleres, hacer traducciones, dictaminaciones, todo eso que está alrededor es de donde viene el principal ingreso.
Entonces, ¿de ventas de libros no se puede vivir en México?
Raquel Castro: dicen que sí hay quien lo logra. No somos nosotros quienes lo hacen (risas). Sabemos de algunos autores que llevan muchísimo tiempo, sobre todo en la literatura juvenil e infantil, publicando un libro o dos al año, y estos van a dar a escuelas y llega un momento en el que las regalías son sustanciosas, significativas. Pero que todos vivamos de eso, yo creo que no.
¿Alguna vez han sentido celos profesionales de lo que hace el otro? ¿De lo que gana el otro como escritor?
Alberto: no, en realidad no. Hacemos textos muy distintos, proyectos muy distintos. En ocasiones trabajamos juntos; hemos hecho libros a cuatro manos, pero desde el principio establecemos ciertas condiciones de trabajo para que ninguno esté sobrepasando la escritura del otro.
¿Y celos amorosos? Cuando llega algún lector o lectora muy efusivos…
Raquel: pues no, creo que no. La verdad es que, cuando comenzamos a salir, Alberto ya había publicado y tenía sus fans, unas chavas bien locas. Así que ya me la sé, cuando vamos a una presentación me llevo algo que leer para distraerme en lo que termina de firmar libros. Y en general, no sé por qué nos respetan tanto. Yo creo que nos ven como los tíos, ¿no? “Ah, mira, tío Alberto y tía Raquel. No así de “Ah, sexy Alberto y Gina Montes” (risas). A mí lo que me llega a pasar, de repente, es que hay gente que cree que soy asistente de Alberto. Que saben que soy su esposa, pero que asumen que como soy su esposa, debo ser su asistente. Y eso sí me pone de mal humor. Una vez pasó que había un pleito en la Escuela de Escritores… ¡en Facebook!
Alberto: ¡Por supuesto que en Facebook! (Risas)
Raquel: Yo me metí, ¡por supuesto!, a estar de liosa allí en Facebook, yo que jamás estudié en la Escuela de Escritores ni nada. Alberto era maestro ahí, y otro de los profesores, escritor también, le dijo “oye, sosiega a tu mujer. Anda de liosa en Facebook”. ¿Qué onda con esta gente? Este tipo de cosas son muy molestas. Y por el lado chistoso, cuando llegamos a vivir allí donde vivimos, la vecina, que conocía a Alberto desde antes, un día tocó el timbre y me dice “oye, me di cuenta de que ustedes no tienen cable, y aquí no llega la señal de televisión. Así que vine a decirles que si quieren colgarse de mi cable está bien. Porque digo, Alberto es escritor, tiene en qué entretenerse. Pero, ¿y tú?”. Bueno, por cable gratis soy capaz de perdonar la ofensa (risas). Pero es chistoso, y no sé si es por el hecho de que llevo menos tiempo escribiendo que Alberto, o por el hecho de que soy mujer.
¿Te molesta que te presenten como la esposa de Alberto Chimal?
Raquel: no, no. Porque, realmente, es una referencia, y es el modo en que te ubican. Y también llega a pasar que dicen “ah mira, él es el esposo de Raquel” (risas).
Alberto: yo me presento como su esposo y Community Manager (risas).
Es común que, en parejas de escritores, la gente haga comentarios desagradables de que tal libro seguramente se lo escribió su pareja. ¿Les ha llegado a pasar? ¿Cómo reaccionan a esto?
Raquel: Alberto se enoja mucho cuando alguien llega a decir eso de mí. Cuando publiqué mi primer libro sí hubo alguna persona que dijo “de seguro se lo escribió Alberto”. Y a mí me dio risa, porque nuestros tonos son tan diferentes, nuestra forma de escribir, nuestro sentido del humor. Pero a ti sí te molestó mucho, ¿no? (se dirige a Alberto).
Alberto: sí, porque a mí me parece sexista. Y sí me molesta porque yo he visto el trabajo que le ha costado a Raquel hacer su carrera. Yo he visto el tiempo que le ha dedicado. Y no nada más el tiempo en hacer los libros, sino de vencer las dificultades que tiene uno consigo mismo, las inseguridades, miedos. Yo he vivido eso más de cerca contigo que con cualquier otra persona en el mundo (se dirige a Raquel). Nadie me va a decir que no conozco lo que hiciste, ni el esfuerzo que te ha costado.
¿Y, como profesionales de la escritura, se revisan los textos mutuamente?
Raquel: sí, sí. Yo, por ejemplo, no mando nada a ningún lado si no lo lee primero Alberto. Para mí es bien importante que me dé su opinión. No necesariamente le hago caso (risas). Porque tenemos gustos muy diferentes, pero sí me interesa saber mucho qué opina. Además, Alberto como tallerista es muy bueno. Es muy generoso y no impone su punto de vista a sus alumnas. O tal vez sabe cómo soy y por eso es bueno conmigo (risas).
¿Y, Alberto, te sientes con la libertad de darle una crítica sincera o severa a Raquel?
Alberto: sí, sí.
Raquel: lloro, pero me aguanto (risas).
Alberto: pero nunca hemos llegado a ese punto. Pero sí, por lo menos le digo “Mira, este cuento no lo incluyas en esta colección. Mejor déjalo para después porque, así como está, todavía no funciona”. Y Raquel me revisa todo lo que escribo también.
¿Cómo comparten el espacio para escribir un matrimonio de escritores?
Raquel: cada uno tiene su estudio. El departamento en el que vivimos es de tres recámaras. Una es la que compartimos y cada uno tiene su respectivo estudio. La prueba de fuego fue con la pandemia, porque yo estaba trabajando en la oficina y no sabía ni cómo funcionaba la casa. Y Alberto es muy disciplinado, él tiene una hora en la que se levanta, una hora en la que hace ejercicio, una hora para ponerse a escribir. Y poco a poco fue irnos encontrando, respetar esos horarios que él ya tenía puestos y que son de 20 años. Yo quería hacer un postre o un documental para el gato, y Alberto me decía “no, estoy trabajando” (risas).
Entonces, ¿escribes todos los días, Alberto?
Alberto: al menos una página al día. Ésa es como mi regla de disciplina.
¿Cómo llegaste a esa regla?
Alberto: a pesar de que trato de mantener un horario muy regular, en una ciudad como ésta (Ciudad de México) es muy difícil programar una semana entera. Durante mucho tiempo yo tuve periodos donde me procuraba una hora para escribir en cierto día, a veces 20 minutos en otro día. A veces por la mañana, a veces por las noches. Era muy disparejo. Entonces esta regla a la que llegué, era una que podía aplicar con más facilidad en cualquier momento del día. Ahora que tengo chance, van mis 500 palabras, mis dos mil caracteres, lo que mida una página, y no me paro de aquí mientras no haya terminado. Tengo periodos de más productividad, y puede pasar que tenga que reponer esa página otro día, pero en general lo logro.
Cuando alguno de ustedes gana un premio o una beca, ¿qué es lo que el otro sugiere hacer con el dinero? ¿Un viaje a la playa? ¿Comer en un restaurante caro tal vez?
Raquel: los dos somos reñoños, así de ¡libros!
Alberto: ¡museos! (Risas).
Raquel: ¿recuerdas cuando fue el primer remate de libros del Auditorio Nacional? (se dirige a Alberto). Llenamos de libros la cajuela y el asiento trasero del carro porque sentíamos que debíamos rescatar todos los libros antes de que los hicieran pulpa.
Alberto: ahí lo que comprobamos es que tenemos este gran afecto compartido por el libro, también como objeto, y lo que para otra persona puede sonar absurdo, nosotros estamos de acuerdo.
¿Tienen un plan para retirarse de la escritura en algún momento?
Raquel: hasta el momento sigue siendo muy disfrutable, pero yo con lo que fantaseo es poner un negocio de ropa para gatitos. Creo que le iría bien, pero primero tengo que tomar un curso de costura y de diseño. Ya lo compré, de hecho. Tú no tienes otro plan que no sea escribir, ¿verdad? (se dirige a Alberto).
Alberto: Pues a veces yo también fantaseo que podría quedarme nada más leyendo, pero la verdad es que todavía me gusta escribir. A veces, por un montón de dificultades de la vida, escribir se puede sentir como algo pesado, como un agobio, como una carga incluso. Pero pasan esos momentos y descubro que todavía quiero escribir, que me sigue gustando sentarme e imaginar cosas. Eso no se me ha quitado.