Al hombre más romántico de la Tierra, el Hada del Amor le anunció que no sería amado jamás. Una pared frenó en seco su entusiasmo y la boca se le llenó de metales pesados. Se puso de pie y escupió en el suelo. Juró luchar contra semejante superstición.
En los años siguientes buscaría mujeres, a quienes entregaría toda su esperanza. Ninguna de ellas tendría nada en común con él ni entre sí. O sí lo tenían: un ex tan amoroso y tan perfecto que ninguna mortal podía amar ni con el talento más prodigioso. Así el hombre más romántico de la Tierra encontraría en cada una de ellas muecas de inconformismo y desatenciones.
Las aspiraciones del hombre más romántico de la tierra eran una burla para el dios del tiempo. Cada hora transcurrida arrastraba sin contemplación sus conmovedoras ambiciones. La voluntad se le fue debilitando al notar cómo la profecía se cumplía de manera irrevocable y cruel. Nunca advirtió que su vida era un penoso afán por contradecir sin éxito al Hada del Amor.
Sin darse por vencido, acudió a los remedios de la ciencia y el esoterismo, y hasta formó parte de sectas religiosas que prometían salvarlo. Las enseñanzas que profesaban consistían en aprender a resignarse, a “soltar” lo que no se puede controlar, a aprender a aceptar el destino por medio de manuales prácticos y decálogos de cómo ser feliz sin ser amado. Mediocridades. Mentirillas que sólo confundían sus creencias e irritaban su paciencia.
En su madurez se aferró a escribir canciones de desdicha que luego vendía a los compositores de música popular. Esta fue una salida creativa para matar dos pájaros de un solo tiro: sublimar el dolor y ganar dinero. A pesar de todo, trataba de ser positivo, pensaba que en esta nueva vida de romanticismo frustrado se ahorraría el dinero de los restaurantes más exóticos a los que invitaba a tantas mujeres que nunca lo amarían por cualquier ridícula razón.
Sin embargo, el hombre más romántico de la tierra se convirtió en el más triste. Quienes lo conocían vieron cómo su piel adquirió un color azuloso. Los del barrio le llamaban “Salitre”, pues a todo lo que tocaba le dejaba una estela de polvo blancuzco y salado, como si él fuera una estatua de sal condenada a vivir entre los breves instantes de felicidad que tenía guardados en el laberinto mental de su pasado.
La resignación parecía ser su segundo nombre. “Parecía”, porque en las madrugadas despertaba con el corazón en la mano para pedirle al Ángel de la Salvación que intercediera por él, aunque éste nunca se asomara.
Aburrido de llegar a casa y recordar las historias de amor que escuchaba de sus amigos, se consolaba al saber de esos noviazgos y matrimonios fallidos e infelices que le ayudaban a sobrellevar una soledad sin mediocridades amorosas. Poco a poco se dio cuenta que la tristeza lo había llevado a tientas a ser un sujeto mezquino y envidioso. Igual que el cangrejo, inventó una coraza para proteger su carne tierna e inaprovechada.
Un amigo poeta —pero jamás tan romántico como él—, quien en los últimos meses se había vuelto fanático de las enseñanzas espirituales de la Nueva Era, le dijo que el amor verdadero no era otra cosa que el amor propio. Teoría que al hombre más romántico de la Tierra le pareció estúpida y digna de los perdedores. Ya estaba harto de las moralejas y de las parodias de la pseudosicología; entusiasta disciplina que una vez le diagnosticó un síndrome fastidioso y errático denominado: Transtorno sico-obsesivo de querer amar y ser amado.
Una tarde, el hombre más romántico de la Tierra decidió quitarse la vida, pero era demasiado cursi como para perderse los atardeceres, la inocencia en la mirada de los perros, el tierno ronroneo de los gatos y los sabores de los platos exóticos probados en los restaurantes que conoció en tantos viajes realizados.Tampoco podía perderse la sensación de sus pies enterrados en la arena de la playa, ni el sabor a rosas que encontraba en las peras rojas. No, eso jamás.
Con aterrada sorpresa el hombre más romántico de la Tierra se dio cuenta que se había enamorado de la vida y temió que esta le pagara mal. Entonces vivió deprimido una semana imaginando cómo la vida se desharía de él de las maneras más trágicas posibles.
Sin fuerzas para luchar por su vida, sintió por fin lo que siempre había ocultado: un resentimiento asesino por el Hada del Amor. Hasta inventó un apodó para ella: La Pavita del Diablo. Se le ocurrió que al invocar a la Pavita del Diablo podría tener la oportunidad de golpearla y destrozar sus frágiles alitas de insecto, las que aborrecía con el más arrebatado de los desprecios.
Cuando el hada regresó a su vida, El hombre más romántico de la Tierra tenía setenta años:
—He sido muy infeliz porque tu profecía se cumplió —le dijo al Hada del Amor.
—¿Qué le pasó a tu libre albedrío, cariño?
—A mí no me vengas con cuentos de hadas. Me jodiste la cabeza y estoy harto.
—Lo siento —dijo el hada—. Pero hay personas que necesitan ser amadas porque yo las condené a no poder sentir. Tu misión es amar a todos aquellos que no pueden hacerlo.
El hombre se sintió burlado por las intrascendentes respuestas de la Pavita del Diablo y decidido a cambiar la historia de su vida puso el siguiente anuncio en el periódico El Neverland:
Hombre más romántico del mundo busca compañía para amar, jamás resignado a no ser amado.
La mujer más solitaria de la Tierra condenada a una rotunda soledad por el Hada del Amor leyó el aviso clasificado una tarde que bajó a la ciudad del cerro en el que vivía, y que nadie sabía que existía y, motivada por la curiosidad, resolvió encontrarse con el hombre más romántico de la Tierra en el barcito de la Calle 19; un lugarejo al que únicamente asistían los marginados y excombatientes del amor.
Pero como el hombre más romántico de la Tierra estaba cansado de ser romántico y a la mujer más solitaria de la Tierra no le interesaban las cosas del amor, fueron al grano. Aquella cita fue en realidad una conspiración para acabar con el hada.
—Tu soledad es tan inspiradora… Una vez acabemos con el hada, te haré compañía por más que tus harapos me obliguen a huir, hermosa anciana ermitaña.
—Eres adorable, anciano cursi. Te amaré, es probable, aunque ya perdí la habilidad para tantas pantomimas.
—Y yo perdí la paciencia…
—Acabemos primero con esa hada caprichosa e insolente.
Ambos subieron el cerro de la mujer más solitaria de la Tierra y encendieron una vela rosa para invocar al Hada del Amor. Después de dos minutos unas luces fluorescentes salieron de la vela en forma de chispas que, por poco queman el techo de la choza. El Hada del Amor salió entre lucecitas de colores, danzando como una bailarina francesa. Su silueta entre destellos parecía un cisne en un lago manso bebiendo del claro de la luna. El espectáculo duró hasta que el hada abrió los ojos y al verlos dijo con cierto asco:
—¿Qué hacen ustedes dos juntos? ¿Acaso se aman? —preguntó muy preocupada el Hada del Amor.
Sin responder a sus impertinentes preguntas, el Hombre más romántico de la Tierra la agarró por sus aborrecibles alitas de insecto y se las arrancó de la espalda. La mujer más solitaria de la Tierra le quitó a su vez el vestidito blanco cuya tela había sido tejida con los sueños e ilusiones de los mortales desde tiempos inmemoriales y, a cambio de este, le puso un vestidito de flores de esos que venden los turcos en sus surtidoras de ropa barata.
—Ahora estás condenada a este mundo y todo lo que digas será usado en tu contra —dijo con aire sentencioso el hombre más romántico de la tierra.
—Ustedes jamás serán felices —aseguró el Hada del Amor.
Entonces el hombre más romántico de la Tierra obligó a la Pavita del Diablo a escribir la palabra “Jamás” por el resto de su vida eterna y las otras tres palabras de su sentencia las fermentaron en una botella de vino con las chispitas que exprimieron del vestido blanco del Hada del Amor. La botella les alcanzaría para los días que aún les quedaban por vivir.
Sus amigos no supieron más de él desde que se fue al cerro que nadie había visto jamás. Los últimos rastros de polvo salado habían desaparecido con las lluvias de septiembre. Sus exnovias acaso tenían recuerdos de alguien que solía regalar versos y rosas. Otras apenas recordaban el color de ciertas rosas que alguna vez alguien les obsequió. Los compositores firmaban como propios, versos suyos que ya se habían perdido entre tantos otros versos entonados a destiempo. Su desvanecimiento lo liberaba en cierto modo de llevar el título del hombre más romántico de la Tierra.
Amó sin trabas a la mujer más solitaria de la Tierra quien, siendo aún seca y ermitaña, lo aceptó en su vida con ese amor tranquilo de quienes han aceptado en la soledad, la grandeza y la miseria de su propio yo. Sus últimas noches transcurrieron en la fresca terraza de la choza del cerro y allí, bajo un cielo limpio de misterios, se emborrachaban con dos cucharadas de vino de hada.
Una mañana, el hombre más romántico de la Tierra bajó a la ciudad, irreconocible en su aspecto de ermitaño, y notó que el mundo seguía como lo había dejado, que las personas se amaban y otras se detestaban; que algunas decidían estar solas y otras anhelaban estar pegadas a los huesos de cualquiera, y aprendió que el Hada del Amor nunca había sido indispensable para nadie.
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Annabell Manjarrés Freyle (Colombia, 1985) Periodista, poeta y narradora. Autora del libro Vía alterna, 2+3 años de periodismo cultural (Editorial Unimagdalena, 2018). Posee cuatro poemarios inéditos. Poemas suyos han sido traducidos a varios idiomas, y figuran en diversas antologías. Ha sido invitada a varios festivales nacionales e internacionales: Festival Internacional de Poesía de Medellín (2016 y 2020), Festival Internacional de Poesía Nazim Hikmet, en Estambul, Turquía (2017), Festival Internacional de Poesía Mihai Eminescu, en Craiova, Rumanía (2018).
Su trabajo fue reconocido por la Gobernación del Magdalena en el Concurso de Poesía y Cuento Joven 2013, en el que obtuvo el primer lugar en poesía y segundo en cuento. Premio Nacional de Cuento “Bueno y Breve” de la revista El Túnel, de Montería (2015) con el texto “El hombre en su jaula”, y Premio Internacional de Poesía Voces nuevas, de la Editorial Torremozas, en Madrid España, (2018).
Se desempeña como docente en la Universidad Sergio Arboleda de Santa Marta, y en la Universidad del Magdalena.