¿ A qué te recuerda esta Luger?
(Leer con la voz del Gallo Claudio)
Hay que ser un pavo
para dormir con una Luger
sabiendo que no eres blanco–
digo blanco
de ninguna Furia,
o sea que nadie te quiere
matar,
hijo, porque
nadie se quiere acercar a ti,
no con esa
verga de Cronos que tienes
pintada en la frente.
Te estoy codeando, chico,
así se relajan en China.
Vamos ya,
saca esa Luger
que quiero tenerla en mis manos
y comérmela a besos
mientras tú espías
desde el armario.
Ajá-já, saca ya,
que yo sé
cómo se maneja un arma,
mi padre me enseñó
con una Beretta
y una revista erótica
traída del África oscura
digo oscura
que no sale en los mapas
(Aquí hay dragones en pelotas
escrito al margen
con semen de esclavo).
Qué guapa
tu Luger.
Pesa lo que pesa
un chanchito, un bebé,
un pedazo de historia.
Sabes que mi padre
me hizo tirador a los 7
para quitarme lo afeminado
-¡imagínate, digo, imagínate a mí, afeminado!-
porque tenía miedo el viejo,
siendo policía,
que sus amigos ladrones
supieran
que le había salido un hijo sensible y
bonito,
bocado
di cardenale–
di cardenale, hijo, anda, dilo, se siente bien,
el acento va en la A, en la segunda, que se alegra,
que se alarga,
digo, que se alegra
de que se alarga.
Qué tal, digo qué tal, si andas libre
un sábado y
me ayudas a castrar a mi padre.
No te arranques los ojos, muchacho,
estoy siendo abstracto.
¿No sabes nada de Grecia?
¿No sabes de Gea y de
los Hecatónquiros
y que la castración es la madre de todos
los empleados domésticos?
Si no sabes de bonsáis, hombrecito,
cómo vas a estirarte.
Toma nota y aprende:
de la sangre de Urano
se derivan
los gigantes arbóreos
(y del petróleo se deriva
este dildo de plástico
con el que te estoy aporreando).
Por eso nadie quiere coger contigo.
Tu a-grecia, hijo, tu fatal falta
de capital mitopoético.
Por eso andas por ahí
dando pena,
durmiendo con perras germanas
como esta niña hermosa
y fría como el cuchillo
que se forja en mar abierto,
fría como la madre, digo, la madre,
que nunca supo quererte.
Pero ahí está lo triste, hijo,
digo, lo triste
es que
nadie sabe cómo querer
a nadie
y por eso las muletas,
las exquisitas pistolas.
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Eduardo Padilla (Vancouver, 1976) es autor de Zimbabwe (El Billar de Lucrecia), Minoica (escrito en colaboración con Ángel Ortuño, publicado por Bonobos), Mausoleo y áreas colindantes (La Rana), Blitz (filodecaballos), Un gran accidente (Bongo/3pies), Hotel Hastings (Cinosargo) y la antología Paladines de la Auto-Asfixia Erótica (Bongo Books). Su libro más reciente es Zwicky (Cinosargo).