“Adentro de su canción hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado con los ecos de los latidos de su corazó muerto”
Alejandra Pizarnik
Un vestido tiene muchos códigos propios de la persona que no necesariamente tiene que representar la cultura de las pasarelas, porque la presencia del vestido abarca otros terrenos interpretativos que está vinculada con la cultura en sus múltiples apreciaciones y ópticas.
América tiene una historia donde se plasma la multiculturalidad que concierne al uso de las telas, lo que sucede, como dice Enrique Dussel, es que dichas manifestaciones han sido borradas, encubierta desde la colonización. Enrique Dussel nos hace una aseveración de que la mujer era la representación de la humanidad, la procreadora, la génesis del sentido del obrar, por dicha razón en la erótica latinoamericana, desarrolla cómo los códigos de la representación femenina fueron perdiendo su significado por la entrada de la invasión colonialista, que impuso su cultura aborreciendo a otra.
Nuestro continente presenta sus diversas formas de definirse porque existen millones de genes que tienen la osadía del gusto, una mujer cuando se coloca el vestido generalmente se mira más de una vez frente a al espejo, ellas van viéndose de lado y luego del otro lado; su tela que cubre su contorno, tiene que ser sobrio para una mujer. Tiene que entonarla.
En Venezuela tenemos una diversidad de vestidos, o tela típica de diversas regiones, el liqui liqui femenino de los llanos, el traje típico de las guajiras o mantas que se utiliza en la danza que se manifiesta en un acto que; “ella avanza desafiando al hombre, que retrocede tratando de no caer.” los cintillos wayuu acompaña sus atuendos, las faldas del joropo cabalmente estampadas con flores, que son parte de la creatividad de su forma de concebirse.
Mónica Maristain expuso una galería cuyo tema era el arte y la indumentaria en México desde 1940-2015. El acontecimiento registró “un conjunto de prendas de indumentaria tradicional frente a otro que revisa 75 años de historia de la moda en nuestro país, con más de 400 piezas de alrededor de 100 colecciones”.
¿Como puede albergar tantas colecciones como si se tratara de hacer un glosario poético con las palabras? en la urbe podemos ver una mujer que puede relucir su mejor tela de su clóset, que se ha levantado una mañana con ganas de coquetear o ignorar al mundo, porque su ánima, esa fuerza psíquica, los ha llevado a un prodigioso encuentro con el espejo.
En el planteamiento del arte indumentaria de esa exposición vale citar este contenido de sus obras que fueron presentadas:
“Así, se presenta por un lado, el arte popular textil desarrollado en México en torno al atuendo e indumentaria de culturas indígenas como la maya, tzotzil, mazahua, otomí, purépecha, totonaca, huasteca, nahua, amuzgo o huichol, junto a piezas de carácter mestizo a través de figuras como la china poblana y el charro y prendas como el quechquémetl y el rebozo, referentes de la identidad cultural mexicana”.
Allì las telas toman su originaria textura milenaria, es una muestra de que la tela también es signo y significado de los pueblos con su memoria, se teje junto a la historia que trascurre.
Veamos este acontecimiento “destacan piezas únicas, como el vestido corto sin mangas usado por María Félix en 1958 y el vestido largo de silueta usado en 1956 por Silvia Pinal para el retrato que le hizo Diego Rivera, obra plástica de gran formato que también se exhibe en la exposición.”
Sabemos que Diego Rivera era un pintor de mucha finura plástica, no me extraña que en estos momentos de hacer el retrato se haya sentido atraído por el vestido de Silvia Pinal, el vestido es tentador.
La historia del vestido tiene registros antropológicos donde se estudia el origen y la confluencia del arte textil, el vestido tiene una noción milenaria en la lógica de su interpretación, es notorio que en nuestras civilizaciones indígenas haya permanecido dicha cultura como fuente de expresión de las incertidumbres humanas, como fuerza teológica para comprender a los dioses y la tierra.
En el libro Historia y presencia del vestido en el México prehispánico se estudia en rigor dichas expresiones, se divide el análisis en cuatro partes donde se logra evidenciar la historia, su antropología, su recorrido histórico parte desde la visión primaria de la teología, primero mujeres y diosas, voluntad y destino, segundo El arte de hilar, tejer y bordar, tercero la indumentaria, y cuarto la indumentaria indígena ayer y hoy (que sería una muestra de su evolución que ha tenido hasta nuestra era actual, sus cambios, sus novedades, lo último que se ha tejido hasta hoy día).
Mujeres y diosas, voluntad y destino.
Se puede resaltar Realmente toda expresiones de los pueblos tienen una sincronía con lo que está fuera del ser o lo más sublime de la naturaleza, aquellas cosas que no se explican en sí desde una mera ciencia por ejemplo, roca es piedra porque viene de la dureza de la tierra, es quizá un acercamiento muy físico, pero cuando el acto del ser humano se valoriza en preguntas más profundas como por ejemplo, una diosa teje el destino porque su vestido se parece a mí, allí lógicamente se revierte en una explicación más teológica que física, todos los pueblos milenarios tenían una fuerte vinculación teológica, en el sentido de encontrarse con los seres extraños de la divinidad y sus correspondencia en los seres.
Pero en sí, la expresión del vestido tiene que ver directamente con la deidad, veamos –cito-:
“En la cultura mesoamericana, el tejer manualmente una tela está unido a la metáfora de trazar un destino”.
Trazar un destino es una metáfora que va más allá de cualquier interpretación filológica, pues es la referencia indígena en lo cual se expresa el vestido, una metáfora donde se une el transitorio momento en que se vive con lo lejano del horizonte que se anhela y la distancia, el destino como una palabra que ahonda el espectro de la lejanía para definir la presencia de ella, vestida.
Más en su visión teológica tenemos las siguientes referencias:
“Los nahuas rendían tributo a Xochiquetzal, joven diosa enlazada a las deidades creadoras, cuyo nombre significa flor-pluma. Xochiquetzal era la diosa del amor y la belleza, pero además era la patrona de las tejedoras, ya que los nahuas la consideraban la primera mujer en ejercer estas actividades.”
De aquí en la mitología indígena muestra parte de su imaginario, la mitología no es otra cosa que el reflejo social y antropológico donde se registra los quehaceres de ser humano, sus tradiciones y costumbres, en este caso, se habla de que dicho atributo de la belleza es la significación de una diosa que posee el poder de ser la patrona de las tejedoras, como muestra de la deidad suprema de la belleza y el arte de corresponder al amor y la belleza.
El arte de hilar, tejer y bordar
De los materiales que utilizaban nuestras tejedoras era extraído de ortigas, y de hojas largas como la yuca, la palma y el maguey. También se evidencia en el estudio, que el vestido mesoamericano se dividía en clases, es decir, existía una estructura organizativa y social indígena que dominaba sobre otras civilizaciones indígenas, su estructura era jerárquica, de manera que, las indígenas de clase alta de macehualtín vestían con algodones suaves. De esta manera el estudio materialista del algodón viene a descifrar su división de clase, porque del material es de acuerdo a su elaboración el reflejo del estrato social. Veamos la siguiente referencia:
“El algodón por lo tanto, tiene una importancia fundamental en los textiles de la cultura prehispánicas en Mesoamérica. Dos tipos de algodón fueron usados en éstas: El blanco y el pardo.”
De allí viene cómo se produce el fenómeno de la división de clases, la importancia de los materiales que cada población elaboraba para su vestir, en tal sentido:
“el tipo de fibra usado en cada grupos de personas, entonces, además de ser empleado como un recurso habitual para la estratificación social, estaba determinado también por el habita de dicha comunidad”.
Cada comunidad poseía su tipo de fibra, de modo que algunas poblaciones usaban la ortiga de agua y en otras poblaciones el uso de maguey, y de la referencia de las fibras blandas se ubica de la siguiente manera:
”las fibras blandas como el algodón blanco y café… el primero se detectó desde el golfo de México, Guerrero y el segundo desde Oaxaca, Michoacán y Puebla.
De los materiales de la naturaleza se obtenía una variada gama de colores extraído de flores, semillas, raíces, hojas o frutos. Una de las técnicas que elaboraban para hacer los colores es la siguiente:
“…de la hierba de Santa Inés, se obtenía al añil silvestre y de las cuscuta americana el azul celeste. Del hollín y del pino se obtenía el negro”
La indumentaria
Dentro de la indumentaria mesoamericana cabe destacar que el vestido femenino era menos variados que el vestido de hombres, de allí, las principales vestimentas son la siguiente: La prenda Cuéltl o enredo que era un paño rectangular que se enredaba alrededor de la cintura y se sujetaba con una cinta llamada nelpiloni. De la decoración o carencia de decoración se distinguía su estrato social o clase.
Huipil que es la unión de dos o más lienzo a manera de túnica suela y sin manga usada por las mujeres mayas.
De la muestra indumentaria Quecquémitil, que es la vestimenta de la antigua diosa de la fertilidad y está conformado por dos rectángulos cosidos, de manera que los picos caen al frente y por atrás formando triángulos, es la prenda característica de la población indígena del Golfo de México.
Es importante destacar que siempre ha existido ese afán por el detalle en el vestir, acomodarse la cabellera, decorar sus ondas, hacer trenzas y en un lado suelto, el cabello recogido, todo es parte del vestir, tenemos la referencia milenaria donde dice textualmente:
“las mujeres mexicas, por ejemplo, cuidaban su cabello mediante el xiuquitil, una especie de tinte verde realizado con hierbas que otorgaban brillo a su cabellera”.
La cabellera también tiene su simbolismo con la cultura agraria, su cabello debe ser cuidado como las plantas para que crezcan naturalmente, también en su cosmovisión indígena las mujeres solteras debían llevar la melena suelta. El cabello se decoraba con el tlacoyal, que era una serie de listones que sostenían y adornaba el cabello.
Un dato curioso que registraron los escritores costumbristas de Cuba, que en la época de la colonización, la clase dominante tenía el empeño de vestir a las mujeres uniformadas de acuerdo a los colores de su escudería, si el dragón era amarillo las mujeres debían vestirse en absoluta concordancia con su escudo, los demás, debían vestirse y colocarse a un lado del salón de fiesta, era como una demostración de que las uniformadas pertenecían a la realeza, era un capricho de la nobleza. Por supuesto que nosotros hemos superados esos falsos caprichos de la monarquía, aunque en algunos países se conserve esta cultura segredadora, tanto a nivel psicológico (alienación), pero al fin no ha podido pernoctar en nuestra forma de vestir a las mujeres; América presenta su propia definición, nuestros carnavales, nuestro día de fiesta patronal, nuestras danzas, todo viene de su propia concepción que parte de su historia y son auténticos, nos hace americanos.
Tenemos una referencia antigua en cuánto al vestir, el vestir es muy americano, se tiene referencia que nuestro continente prehispánico ya tenía un avance en cuanto a su concepción teológica, mitológica y social. El vestir también es parte de nuestra cosmovisión indígena, cada mujer vestida trae consigo la inquieta forma de tapar la desnudes, se oculta a través de ella, y transitan los años redefiniendo su forma de vestirse.
Actualmente en las urbes se multiplica sus variaciones, mujeres que salen con la rutina diaria a confrontarse con el mundo moralizado, a persuadir o magnetizar a los seres, a relucir o pasar por desapercibidas o simplemente a irradiar entre la multitud y los climas.
Barquisimeto registra un testimonio del poeta Antonio Urdaneta que enarbola el vestir dentro de las consonancias más poéticas, -cito-:
“una joven de la ciudad, Gerónima Mendoza, pone a nuestra consideración la lectura de un marco metodológico para diseñar una colección de trajes de noche inspirados en la ciudad crepuscular.
Gerónima se sintió conmovida por una frase que atribuye a Lagarfell: “Miro al cielo para vestir a la mujer”. Tomó entonces la gama de colores, dice, del patrimonio visual.
La textilería siempre ha sido una forma de expresión que abarca múltiples espacios.
El vestido oculta la desnudez escapándose de su propia naturaleza, nos mudamos a la cobertura de las telas para dar una imagen con una atmósfera placentera, nos induce a fijar las miradas, los amigos y amigas de confianza y cercanos dicen:
¡una vueltica mi amor!
Ante la pregunta ¿a dónde vas? Una mujer puede contestar con picardía y chispa “A conquistar el mundo”.
Me atreví a hacer una labor detectivesca en algunas mujeres para saber qué sienten al estar frente al vestido, Greicys Dayamni Barrios Prada, manifiesta lo siguiente:
“Mis vestidos me abrazan, forman parte de mí, bailan conmigo y deben parecerse a mí, en color y textura. Ellos me llaman, me sonríen. Es como si les hubiese conocido antes. Me encanta ser mujer… Tengo vestidos que mantengo por años. No les boto después de usarles. Los vestidos acompañan mi desnudez. Brillan conmigo”.
Pareciera que es sencilla esa labor de vestirse, pero no, se trata de una tarea faraónica del gusto, pasa por los poros de la mujer y cautivándose a sí misma frente al espejo, va construyendo su propia imagen de su cuerpo, viene a engañar a todos desde una larga selección, se tumba su pensamiento frente a otro pensamiento.
Durvis Carlota expresa:
“Y eso que usamos es parte de la cultura, por ejemplo no nos vestimos igual a las mujeres argentinas, o a las chilenas. Y entre esos está el vestido, el vestido también es moda y es historia, que a través de los años ha ido cambiando su concepto y estilo. Es cultura, porque a través del tiempo el vestido ha sido tipificado como una prenda casi exclusiva para uso de las mujeres. Y me hace recordar algo tan curioso sobre la señalización que usan para diferenciar el baño para hombres y mujeres en los lugares públicos, en el baño de mujeres es muy común que tenga un vestido.”
Cierto, hasta en la señalización se proyecta el vestido como una manera de identificar, el vestido se expresa en dibujos sencillos, los detalles de la ciudad también parte desde los códigos que están para hacernos llegar el mensaje, el smog, la urbe, los baños públicos, la calle está repleta de estos códigos.
Veamos el testimonio de la poeta Floriman Bello:
“Un vestido negro me gusta más porque es una invitación a mí, es una mezcla de sombras sobre sombras; usar vestido me hace sentir desnuda, entonces me hace sentir libre porque muchas veces no he usado ropa interior y así me gustas más. Es tener una cita conmigo por siempre con detalles en la cintura y esa tersura de su piel –la mía- en ese acto narcisista de usar vestidos, entonces descubro al igual que Sábato que como un acto abominable el vestido y el pensamiento son un arte, muy suelto nos embaraza y muy ajustado me oprime. Como siempre lo más importante del vestido es llevarlo puesto no como gesto de provocación, sino con la libertad en cada costura curvada y con la curva de cada libertad en su costura y para quedarme así: «Atónita en mi vestido nuevo» que yo preferiría llamar vestida y no vestido, porque se hace mujer al lucirlo, entonces estaría vestida, dentro de ella, no de él, demasiado vestida, demasiado vestido, demasiadas costuras que es mil veces peor que no haber llevado nada. Vestirse, vestido, ves-ti-do, VEStida con harapos o con seda, no hay mejor vestido (o desnudo) que ser yo misma vestida con vestido (negro)…”
Amalis Cumaná expresa con su poesía lo siguiente:
Me casaré de rojo, tal vez de azul me casaré
Nada blanco llevaré sobre mí,
me casaré sin pretender ser símbolo de pureza.
Me casare y no habrá un juez.
Sin Sacerdote y sin Chamán me casaré.
No habrá invitados, solos tu y yo.
Y lo que se tenga que firmar que sea sobre la piel.
José Miguel Méndez Crespo, nace en Barquisimeto, estado Lara, Venezuela en 1987. Profesor de Educación Especial mención Retardo Mental, egresado de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Es miembro de la directiva del Colectivo Cultural “El Cuarto de los Duendes” y vicepresidente de esta misma Asociación Civil. También es cofundador y vicepresidente adjunto de la revista literato-cultural “La Lucerna” y coordinador del Cenáculo de Investigación Cultural y Literaria UPEL-ESTE. Además, es miembro y vocero principal de eventos y certámenes de la Red de Escritores y Escritoras Socialistas Capítulo Lara. Ha participado en el Festival de las Juventudes Artísticas “Romerías de Mayo”, en el centenario de José Lezama Lima Holguín, Cuba (2010). Ha sido miembro jurado de la III Bienal de Literatura “Rafael Rodríguez Boquillón” (2012). En el año 2013 obtuvo el Premio Municipal “469 Ciudad de Barquisimeto” con el poemario Agilidad del pozo. Ha publicado Concepto invisible y lealtad al libro, prosa literaria Cuadernos de Altagracia homenaje a la poetisa María Inés Duin (2013). Ha publicado «Ecos en el Cuarto» antología poética, Casa Nacional de las Letras Andrés Bello (2013). En el año 2014 fue merecedor del 2do lugar del Premio Nacional de Literatura “Rafael María Baralt” UNERMB con el poemario Escarpines en el agua. Diplomado en Filosofía UPEL (2015). Ha publicado artículos de investigación literaria y poesía en el diario El Impulso. Colaborador del Diario Ciudad Barquisimeto. Ha participado en el I Encuentro Nacional de de Poetas Jóvenes, organizado por la Editorial Perro y la Rana en el marco del 13 Festival Mundial de Poesía. Ha publicado «Escarpines en el agua», Fundación Editorial El perro y la rana (2017). Posee varios trabajos narrativos inéditos.